Una mente poligráfica
Se cumple un siglo de la muerte de José de Echegaray, dramaturgo vituperado, matemático genial
Uno de los literatos más maltratados de la historia española, José de Echegaray y Eizaguirre, madrileño nacido en 1832 y fallecido en 1916, conserva en la ciudad donde naciera un colegio en el PAU de Vallecas y una calle que hasta el fin del franquismo era considerada de mala nota. Tugurios, tabernas, prostíbulos y jaraneros tablaos para señoritos jalonaban esta vía pública, recobrado ya hoy el prestigio de ser una calle céntrica, cerca de la plaza de Santa Ana y digna como la que más. Lleva el nombre de quien fuera el primer Premio Nobel otorgado en 1904 a un español.

Hijo de navarra y aragonés, quien desde su mocedad, vivida en Murcia, descollara por su insólita capacidad para el pensamiento matemático, raro don entre los intelectuales del Madrid de entonces. José de Echegaray, galardonado con el más prestigioso y universal premio literario de cuantos hoy existen, comenzó a despuntar a sus catorce años, cuando ingresó en las Escuela de Ingenieros de Caminos, de donde saliera ingeniero a la edad de 20 años y solo dos años después se encumbrara ya como Secretario del prestigioso centro docente madrileño, situado a la sazón en la Ronda de Valencia. Una década después sería nombrado Académico de la Real de Ciencias Exactas y en 1887, académico de la Española.
Su paso a la política sería propulsado por Manuel Ruiz Zorrilla, que tras la Revolución Gloriosa, le asignó, en 1869, la Dirección General de Obras Públicas y luego las carteras de Fomento y de Hacienda, en 1872, a las que accedería como republicano liberal tras haber sido fundador del Partido Radical, aunque acabó sus días vinculado a la Monarquía, y mentor de la Institución Libre de Enseñanza.
La de Echegaray fue una mente “poligráfica”, bien dotada para el pensar científico, la administración política y el quehacer literario; tanto, que escribiría hasta 67 obras dramáticas, la mitad de ellas en verso. Pero la Literatura fue para él un divertimento, como ha señalado una de sus biógrafas, Alicia Delibes. Su principal cometido fue el de revisar -recreando cuando no reinventando- las Matemáticas españolas, ciencia postrada, por inexistentes aquí, a lo largo de la Historia; "presencia nula en su conjunto", a su entender, de no haber sido "por las contribuciones de los matemáticos árabes, que pergeñaron en Al Andalus desde el cero al álgebra", aportaciones esenciales a esa gran ciencia sin objeto, de la cual Echegaray predicaría: "Las Matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos del espíritu. Las Matemáticas armonizan con la música y con el arte en general. Ocasiones hubo en que el afán y la necesidad de ganar dinero me animaron a cultivar la dramática. Pero mi afición a las Matemáticas fue constante, más desinteresada, más pura, más honda, más grande, en una palabra".
Aquellas frases eran dinamita para los apremiados literatos españoles algo más jóvenes que Echegaray, Azorín, Unamuno, Machado, que observaban, decepcionados, cómo un matemático cosechaba el que sería máximo tributo literario europeo. Tras aquel trance, el dramaturgo autor del Gran Galeoto y de O locura o santidad, representada con éxito en Estocolmo, y en la estela de la influencia del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906), recibiría feroces invectivas contra sus dramas de la pluma de aquellos escritores hispanos que, como acostumbran, se reservaron para sí la fijación de la ortodoxia literaria, política y moral en una España enemiga de la autocrítica y, entonces, en declive por la pérdida de las colonias de ultramar. Pese a ello, Echegaray, "el mejor matemático español del siglo XIX", recibiría el Nobel de Literatura en 1904. La Academia de la Lengua le ha dedicado una exposición hasta el pasado mes de mayo.
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