Vivir en Comunidad
Puebla de la Sierra, a 110 kilómetros de Madrid, es un lugar idílico donde la autogestión y la solidaridad vecinal forman parte de su filosofía
Hay pueblos pequeños, hay pueblos bonitos, hay pueblos con historia, y después está Puebla de la Sierra. Una localidad, que además de contar con todos los adjetivos anteriores es un ejemplo de unión, convivencia y tranquilidad. A escasos 110 kilómetros de la capital, y dejando atrás un puerto con pronunciadas curvas, Puebla, con solo 73 habitantes censados, recibe al visitante con arte en sus calles, naturaleza, casas de piedra y silencio.
La localidad forma parte de la Sierra del Rincón, uno de los parajes más espectaculares de la Comunidad de Madrid. Y un enclave que fue declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco en junio de 2005 “por su riqueza paisajística y su biodiversidad”. También forman parte de esta reserva La Hiruela, Montejo de la Sierra, Horcajuelo de la Sierra y Prádena del Rincón.
Las calles de Puebla recién asfaltadas dejan a ambos lados una hilera de casas construidas en madera y piedra de gneis y pizarra que forman la fotografía perfecta de un pueblo de alta montaña. El punto de encuentro es la plaza del Ayuntamiento, en la que una hospedería y la iglesia terminan de cerrar la postal. Un poquito más abajo se encuentra el bar de Filo, una mujer trabajadora que atiende a sus clientes con desparpajo. Si se visita la localidad a las cuatro de la tarde, todos estarán durmiendo y habrá que esperar en una sombra a que abran los locales. Aquí, la siesta es sagrada.
Quizá uno de los mejores representantes del espíritu que se respira en este lugar sea Lourdes Elías, la concejala de agricultura, ganadería, cultura y mujer. Elías, que lleva 19 años viviendo en Puebla, decidió dejar su casa, cerca de la Puerta del Sol, y su oficina, para elegir la forma de vida que de verdad le gustaba. “Una forma mágica de vivir”, es la frase que se lee en la camiseta de Elías, que no pierde la sonrisa contando todas las actividades que organizan en el pueblo. “Somos muy pocos, pero nos organizamos muy bien”, asegura. Aunque parezca impensable, la rutina de esta madrileña es muy ajetreada. Colabora en un grupo de teatro formado por varios vecinos, baila jotas, se encarga de cuidar su propio huerto y de elaborar sus conservas, e incluso hace su propio pan en un horno de leña antiguo que conserva en casa. “El invierno es todavía más divertido que el verano, no nos gusta parar ni un minuto”, añade.
Este modo de vida parece haber contagiado a muchos de los vecinos en el pueblo. En el año 2000, un grupo de siete jóvenes procedentes de la capital decidieron trasladar su lugar de residencia a esta localidad para crear una cooperativa de pastores. Con una formación universitaria de ingenieros forestales, biólogos o veterinarios, este grupo sigue hoy en día viviendo del trabajo rural y autogestionándose. Se les conoce como los Apisquillos. Cabras, ovejas, cerdos y varios huertos sustentan la economía del grupo. Aunque su principal actividad es la producción de carne y lácteos.
El método de regadío sigue siendo el mismo que se utilizaba antiguamente. Aún se conservan las regueras que suministran agua a las huertas en las que 21 puebleros y puebleras plantan sus hortalizas. Sobrevivir y ser independientes es una ley no escrita de esta localidad, que también se extiende a los alrededores. Por ello, varios pueblos como Madarcos se han unido a Puebla y han formado un grupo de consumo en el que intercambian y venden sus productos. El turismo rural también forma parte esencial de la vida del pueblo, varias casas privadas se alquilan a los visitantes, además de otras tres que pertenecen al Ayuntamiento.
Durante el invierno, las nieves cubren Puebla y hacen que el acceso a este enclave rural sea más complicado. Pese a ello, las 50 personas que viven allí todo el año, de las cuales 15 son menores de edad y solo dos superan los 80 años, intentan seguir con sus actividades habituales.
El punto que más preocupa a los lugareños es no tener una escuela propia y que los niños tengan que viajar por el serpenteado camino, a veces helado, para llegar al colegio más próximo, que está en Montejo de la Sierra. Además, este inconveniente hace que la gente no se termine de asentar en la localidad, pese aunque quiera disfrutar de todas las ventajas que ofrece esta tierra.
Cuando aprieta el frío, Puebla es un lugar idóneo para tomar una muestra de su gastronomía más típica al lado de la chimenea. Patatas resecas, judiones, sopas canas y leche recién ordeñada harán del yantar una experiencia rural única. Poco queda para que chisporrotee la lumbre.
Un museo de arte moderno al aire libre
Repartidas por todos los rincones de Puebla, desde la entrada hasta el final del pueblo, donde se sitúa una ermita (del siglo XVII), se encuentran más de 100 esculturas que decoran el camino. Forman parte del proyecto El Valle de los Sueños, una idea que nació hace seis años con el objetivo de que los vecinos disfrutasen del arte paseando por la naturaleza. Más de 40 escultores de distintas nacionalidades han ido donando anualmente sus obras.
La Puebla también cuenta con un museo de dibujo, obra gráfica y obra contemporánea japonesa. El espacio incluye obras de pintores del siglo XX como Arroyo, Tàpies, Barceló o Antonio López, y 46 artistas japoneses.
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