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la crónica
Crónica
Texto informativo con interpretación

El halago al autor

Las presentaciones de libros, una ceremonia simpática para amigos

Tomàs Delclós
Presentación del libro de Xavier Antich en la Calders.
Presentación del libro de Xavier Antich en la Calders.JOAN SÁNCHEZ

Gérard Genette, en los años ochenta, publicó un libro (Seuils) sobre los umbrales del libro, aquello que envuelve al texto que nunca se presenta desnudo. Son una serie de recursos que “rodean y protegen” al texto para suministrar al público un modo de empleo y una interpretación. Y Genette estudiaba desde los prefacios o contraportadas a las dedicatorias, notas y entrevistas. Dentro de los coloquios con el autor entrarían las presentaciones de libros, una ceremonia muy habitual. En el argot semiótico, las presentaciones serían “epitextos”. Estos últimos meses he ido a unas cuantas, siempre provechosas para tener una idea no tanto de la obra como de las intenciones del autor.

En una de ellas le pregunté al editor anfitrión qué utilidad tenían, a la vista de las muchas que se celebran. Sin desmerecer otras hipótesis me dijo que, básicamente, eran una ceremonia de halago al autor porque, como es natural, a ninguno de los ponentes invitados a comentar la obra se le ocurre cargársela. Como máximo, y ya es raro, ponen algún reparo accesorio que no empaña la grandeza del título. Apenas ninguna fue noticia en los medios tradicionales. En las redes sociales, el mismo autor y los mismos amigos asistentes acostumbran a celebrar el evento, lo que da una relativa notoriedad al acto.

De entrada, una parte importante del público lo constituyen familiares, amigos y colegas del protagonista, sobre todo si donde se celebra es la ciudad de residencia, o muy vecina, del autor y del citado cortejo. Genís Sinca, cuando presentó su novela sobre los abusos a menores, Malparits, en Barcelona (con Neus Munté y Vicki Bernadet, una mesa de alcurnia) se paseó por la sala citando por sus nombres a los muchos asistentes que reconocía. En muchos casos, se espera de los asistentes que adquieran el libro y, al final del acto, desfilen para conseguir la dedicatoria. Por lo que he visto, en este último trámite hay mucho escamoteo. Y casos singulares, como en una de las muy concurridas presentaciones de Generació Tomàtic, de Andrés Palomino, en la que firmaron, también, Petri, Noti Pres o quien ponía la voz al mismísimo Tomàtic, los protagonistas de este álbum de recuerdos.

Hay que tener un especial cuidado con no pisarse con un partido del Barça en la tele para evitar deserciones.

Un factor básico del éxito de la convocatoria es escoger con prudencia el lugar de la presentación. Si no se está muy seguro de poder atraer un público suficiente, los espacios más recomendables son los que improvisan las propias librerías entre las estanterías. Ahí, una concurrencia de 25 personas ya parece una muchedumbre. En cambio, esta misma asistencia en el bar de Laie (unas 40 sillas), una sala del Ateneu (unas 60 butacas) o la instalación fija de la Casa del Libro de Rambla de Catalunya (más de 70 plazas) da sensación de fracaso. En general se evitan las solemnidades, aunque he visto algún cátedro incapaz de evitar un lúgubre tono académico. Siempre hay un momento para una sonrisa y para alguna simpática ocurrencia. Albert Forns, por ejemplo, invitó a los asistentes a una copa del mismo vino patagónico que toman sus personajes de Jambalaia. No duran más de hora y media y hay que tener un especial cuidado con no pisarse con un partido del Barça en la tele. Las deserciones del ilustrado público pueden afear el final del acto.

Las presentaciones no excluyen ningún género. La filosofía no está exenta de ellas. La de Guía de lectura de Ser y Tiempo de Martin Heidegger, de Jesús Adrián, terminó, planteado anticipadamente desde la mesa, con el inevitable debate sobre el nazismo del filósofo y la paradoja sobre cómo, lamentablemente, ser un gran sabio no ahorra la estupidez.

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Arcàdia organizó otra en la Llibreria Calders para hablar del libro de Xavier Antich La voluntat de comprendre. La mesa fue la más nutrida: Laura Borràs, Sílvia Bel, David Fernàndez, Jordi Balló, Natza Farré y el autor. “Un repóquer de inteligencia” escribía el propio Antich invitando al acto desde Facebook. Una de las bromas de la noche: que Fernàndez incluyera en su parlamento, dijera lo que dijera, las palabras “desobediència”, “procés” y “anticapitalista”. Cosa que hizo con regocijo propio y de la platea.

La última a la que he ido era distinta. En una terraza de hotel, copa en mano desde el primer momento, sin reclamo público ni el habitual ponente encargado de las alabanzas. Fue estrictamente una fiesta con los amigos. Se trataba del libro Barozzi Veiga, editado en inglés en Suiza. Un libro, de una textura especial, cuya lenta elaboración han utilizado los dos arquitectos, que sí hablaron, para el anclaje de la poética de su obra.

Como dijo Balló, no hay producción de conocimiento si no hay transmisión de conocimiento. Algunas pocas presentaciones -a las que se va por compromiso, por ganas o te las encuentras sin quererlo-, aunque sea muy modestamente… lo hacen.

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