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POP Alan Parsons

El revulsivo del agua

El aguacero protagoniza el muy accidentado regreso del autor de ‘Eye in the sky’, cuyo repertorio ha envejecido solo regular

Llegábamos a las Noches de Botánico para la crónica musical y por poco acabamos en las páginas de sucesos. Las tormentas son una hipótesis verosímil en estas noches de verano, pero a los dioses del cielo se les fue el miércoles la mano con tanta furia y despliegue eléctrico. Y hasta puede que los sobresaltos meteorológicos contribuyeran a animar el cotarro en lo que hasta ese momento había sido un concierto bastante anodino. Los goterones arreciaron durante The turn of a friendly card, que en segundos mutó de lánguida a épica, y el diluvio posterior obligó a un parón de 40 minutos, el refugio masivo bajo las gradas, la utilización de las sillas a modo de paraguas y la proliferación de gracietas diversas. Verbigracia: ¿Era esta una actuación del Alan Parsons Rainy Project? Una lata, las inclemencias. Pero el revulsivo del agua propició un regreso alborotado, caótico y festivo con Sirius y Eye in the sky, que nunca habrían generado tanta euforia. Justo la que echábamos de menos cuando los 1.800 espectadores aún no sabíamos la que se avecinaba, con el circunspecto Parsons agazapado en la segunda fila del escenario. Siempre más productor, instigador e ingeniero que protagonista.

Alan Parsons fue el compositor favorito de nuestros hermanos mayores hace 35 años y el mayor abastecedor de vinilos viejos en las tiendas de segunda mano desde una década más tarde. El tiempo es así: a veces se comporta con la crueldad de un depredador. Aquellos instrumentales que parecían tratados interestelares (la noche empezó con I Robot) hoy se antojan bocetos de sintonías para los servicios informativos. Y baladas como Days are numbers, que se dirían extraídas de la banda sonora de White nights, testimoniaban el momento en que Parsons dejó de emular a Pink Floyd para intentarle robar cuota de mercado a Foreigner.

Las voces, de puro intercambiables, sonaron anodinas. De hecho, solo fue gozoso escuchar al propio Parsons asumiendo Don’t answer me, la pieza más cándida y la que mejor ha sobrevivido. Un placer culpable en toda regla previo a la tempestad: lo del Ojo en el cielo resultó ser premonitorio. 

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