_
_
_
_

El gusano que llevó a un médico a amar las antigüedades faraónicas

El Museo Egipcio de Barcelona adquiere y expone la colección del doctor Mariano Cano

Jacinto Antón
La vitrina con la colección adquirida por el Museo Egípcio.
La vitrina con la colección adquirida por el Museo Egípcio.RUTH DE LA ROSA

“Os voy a contar una bonita historia”. Así, en plan Sherezade, ha comenzado a explicar el empresario hotelero y coleccionista Jordi Clos la adquisición por parte de su fundación arqueológica de una notable colección de piezas faraónicas para el Museo Egipcio de Barcelona. Y a fe que la historia, que mezcla amistad, el antiguo país del Nilo y a un malévolo parásito, es de las que se escuchan con interés en una mañana de martes, rodeado de los sarcófagos y momias del museo, y ante la vitrina con los nuevos objetos. Entre ellos la curiosa estatuilla de una mujer dando a luz.

En los años cincuenta, ha contado Clos, un médico, el doctor Mariano Cano viajó a Egipto con un amigo de Barcelona que padecía de esquistomatosis -también llamada bilharzia o bilharziasis-, enfermedad parasitaria bastante habitual provocada por un gusano y que se adquiere comúnmente al bañarse en aguas infestadas de los caracoles que son los reservorios naturales de las larvas del parasito. En esa época la enfermedad –endémica en Egipto y otros países en vías de desarrollo- era poco conocida en España y el viaje tenía como objetivo que el médico aprendiera a tratarla y curase a su amigo, que la había contraído durante sus cacerías en África. Cano pasó tres meses en El Cairo estudiando medicina tropical con los profesores Naguib Makar y Fouad Z. Boutros y fue durante esa época cuando se enamoró de Egipto y de sus antigüedades.

Clos ha recordado que de manera similar, por sus problemas de salud, fue como Lord Carnarvon arribó a Egipto, se apasionó con los faraones y acabó financiando las excavaciones de Howard Carter y en última instancia el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Mariano Cano no llegó tan lejos, pero, por lo visto, curó a su amigo –sin lo cual la historia ya no sería tan bonita- y en el ínterin reunió una interesante colección de antigüedades adquiridas a los anticuarios locales.

Jordi Clos ha recalcado que entonces la compra de piezas del Antiguo Egipto era completamente legal y lo siguió siendo hasta 1979. Cano, instalado en el lujoso y tradicional hotel Shepheard de El Cairo (en su admiración por el local se ha podido palpar la vena hotelera de Clos), se dedicaba a visitar a los anticuarios, especialmente la Maison d’Antiquetés de la familia grecochipriota de los Tano, que funcionaba en la calle de Ibrahim Pasha (luego Goumhoria) desde 1870, cuando la abrió Marius Panayiotis Tano, y regentaba entonces Phocion J. Tano. La familia había suministrado antigüedades hasta al Louvre. Estos detalles hubieran hecho las delicias de Terenci Moix.

Todas las piezas de la colección están provistas de su certificado de autenticidad y acompañadas de una foto en blanco y negro y una descripción escrita a mano, con pluma, en francés, por Monsieur Phocion, un material complementario de mucho sabor romántico que también ha adquirido el museo. Durante su estancia en El Cairo y sus visitas a Luxor, el médico estuvo ocasionalmente acompañado por su esposa, y las fotografías de ambos, elegantemente vestidos para la cena y atendidos por nubios con túnica y fez, poseen también el encanto de lo periclitado.

La colección Cano, compuesta por 17 piezas, todas pequeñas -no esperen encontrar un sarcófago o una gran escultura-, la ha calificado Clos ante la vitrina en que se exhiben ya en su museo de “muy sutil, muy pensada, exquisita”, y “sorprendente” para una persona que inicialmente no era experta. Clos, para el que la calidad plástica de los objetos es “extraordinaria”, ha destacado un primoroso ushebti –una figurita funeraria- de bronce del ajuar del faraón Psusenes I (dinastía XXI, mil años antes de Cristo) y procedente de su famosa tumba de la necrópolis real de Tanis excavada por Pierre Montet El coleccionista y empresario ha subrayado también dos estelas funerarias de piedra caliza, una, con un hombre llamado Ptahrejsu ofrendando al dios chacal Anubis, aún con restos de policromía, del Segundo Periodo Intermedio (1.600 años a. C.), y la otra (con un hombre prestando ofrenda a Osiris) de época saíta (715-332 a. C.). Asimismo, ha señalado un escarabeo de esteatita con el cartucho con el nombre de Amenofis III (Nebmaatre). La estatuilla de una mujer agachada y seguramente en el acto de dar a luz resulta muy interesante. Es de piedra caliza, del Reino Nuevo (hace 3.200 años) y Clos ha explicado que probablemente estaría sobre una paridera, la superficie sobre la que alumbraban las egipcias.

La manera en que la colección Cano ha ido a parar al Museo Egipcio es, según Clos, parte de la “bonita historia” que ha relatado, y una parte que le produce especial emoción. El médico instaló su colección en su casa de Barcelona como un pequeño museo y no como un elemento decorativo. Al fallecer en 1991, la familia se planteó que hacer con la colección. “El 90 % de la gente habría vendido las piezas por separado en las casas de subastas internacionales, es lo más rentable. Pero no quisieron que se disgregara la colección tan querida por su propietario y se pusieron en contacto con nosotros”. Clos les dijo que el museo no tenía presupuesto para adquirir las 17 piezas al precio que sin duda obtendrían en subasta. El empresario calcula que una sola, la figurita del faraón Psusenes alcanzaría de 8.000 a 10.000 dólares. “Sin embargo prefirieron que se quedara la colección en Barcelona y no se perdiera la memoria del esfuerzo y la pasión coleccionista del doctor Cano y nos han vendido el conjunto por un importe mucho menor del que podrían haber conseguido”. Clos ha aplaudido esa generosidad poco propia de estos tiempos y la ha calificado de “acto culturalmente heroico”, de “alguien que apuesta desinteresadamente por la ciudad”.

Peligrosa zambullida

La presentación de la colección ha acabado con una interesante conversación sobre la esquistosomiasis en la que Clos, atragantándole el café a más de uno, ha recordado que se han encontrado rastros del parásito en momias y que los médicos de los antiguos egipcios eran capaces de extraer al gusano con una incisión antes de que se radicara en algún órgano como el hígado o el corazón. Ha recordado asimismo su peligroso baño en algún punto del Nilo en Sudán "donde con el calorcito, te apetece zambullirte desde la faluca", aunque ha dicho que él entró y salió del agua muy rápido, no dando tiempo a las cercarias, las larvas a aferrarse a su piel " o entrar por algún orificio".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_