Se frustró el giro a la izquierda
A la hora de la verdad, el miedo al cambio se ha impuesto a los augurios que anunciaron un vuelco político
Las elecciones de ayer confirmaron la sospecha de que aquello que el electorado español votó el 20-D de 2015 no expresaba opiniones pasajeras sobre la orientación política del país, sino todo lo contrario. Seis meses después, aquellos resultados han sido ratificados con variaciones apenas relevantes. El suelo electoral del PSOE resiste como segunda fuerza de un modelo bipartidista que se niega a desaparecer del todo y a ceder espacio a las confluencias de izquierdas organizadas en torno a Podemos. Los cambios que aparecen en este 26-J son los que ya se produjeron también hace seis meses: Podemos y sus confluencias se alzan como primera fuerza en Cataluña y Euskadi y consolidan su protagonismo en Valencia y Baleares. Y poca cosa más.
No se ha registrado el giro a la izquierda que los sondeos creían detectar. El giro que iba a alumbrar un Congreso de los Diputados con mayoría de izquierdas e iba a permitir un cambio de partido de gobierno. Y cabe preguntarse si el volantazo se ha frustrado porque los sondeos estaban mal planteados o porque los electores que semanas atrás se inclinaban a favor del cambiado a la hora de la verdad se han arrugado, se han echado atrás y han preferido ratificar el statu quo. El miedo al cambio aparece justamente cuando el cambio se presenta como una posibilidad cierta, no como una ilusión o un mero deseo. En los últimos meses ha crecido significativamente un estado de opinión que daba por seguro el avance de la pulsión de cambio. A la hora de votar, la mayoría de electores volvieron ayer a su opción de hace seis meses. Con un resultado, claro está, muy parecido. Los escaños que el PP recupera de Ciudadanos son una particular expresión de este voto del miedo: electores conservadores que han querido reforzar a la opción mayor del bloque de la derecha ante el riesgo de que el bloque de izquierda se impusiera. Los diputados que pierde el PSOE ratifican que sigue en una peligrosa pendiente, pero no son un descalabro, no le llevan al escenario que ha sido la pesadilla de sus dirigentes durante los últimos meses, el de ser superados por Podemos. El del tan jaleado sorpasso. Pedro Sánchez pudo repetir ayer lo que ya había dicho hace seis meses: el partido socialista es la primera fuerza de la izquierda. Con menos peso, y por lo tanto más debilitado a la hora de negociar, aunque también como hace seis meses con la responsabilidad de decidir si el PSOE facilita o no, por activa o por pasiva, la formación de un gobierno del PP, o busca otras fórmulas. El PSOE sigue estando en el fiel de la balanza.
La coalición de Podemos e Izquierda Unida (IU) no tuvo ayer en el conjunto de España el efecto que la unión de los partidos a la izquierda del socialista sí produjo hace seis meses en Cataluña, donde alzó a En Comú Podem como primera fuerza. Las direcciones de IU y Podemos creyeron que ampliar al resto de comunidades la alianza que había triunfado en Cataluña y Valencia les permitiría replicar aquel éxito en el resto de España. No ha sido así. En Cataluña, incluso Convergència logra salvar sus muebles, acudiendo por primera vez en solitario a unas elecciones con solo el nombre de un partido que se apresta a refundarse. Pero pierde ante una Esquerra Republicana (ERC) que poco a poco se asienta como primera fuerza del bloque independentista. Es una perspectiva inquietante para el partido de Artur Mas, para el que será muy difícil adaptarse al papel de segundón en un espacio político nacionalista que ha señoreado de manera sostenida durante décadas. Por lo demás, las elecciones de ayer dejaron otra vez en minoría en Cataluña a los dos partidos independentistas, cuya suma no supera a la de los demás. La nueva victoria de En Comú Podem ratifica la idea de que la celebración de un referéndum para desbloquear el contencioso catalán sigue siendo la que mayor respaldo podría reunir. Aunque en el otro lado nada se ha movido para facilitarlo.
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