_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manos... arriba

Ni Manos Limpias es un sindicato ni Ausbanc, una asociación de consumidores, pero los medios los han atribuido estas respetables etiquetas silenciando su filiación de ultraderecha

De dos y tres décadas de impunidad han gozado, respectivamente, los capitostes de Manos Limpias y de Ausbanc, detenidos finalmente la semana pasada por orden de la Audiencia Nacional. Y no me refiero sólo ni principalmente a la impunidad judicial respecto de sus presuntos fraudes, extorsiones y otras prácticas delictivas. Aludo, sobre todo, a la impunidad mediática, a la aquiescencia o el silencio políticos respecto de los orígenes de ambos sujetos y de las intenciones reales de su labor pretendidamente justiciera.

En el caso de Miguel Bernad Remón, sus antecedentes ultraderechistas eran bien conocidos y, además, verificables con una simple consulta del BOE: hombre de confianza de Blas Piñar, ocupó el número 4 de la candidatura por Madrid de Fuerza Nueva para los comicios generales de 1982, fue el número 6 en la lista del Frente Nacional —nueva fachada del blaspiñarismo— en las europeas de 1987 y reincidió, esta vez como número 12, en las elecciones a la Eurocámara de 1989. Fracasado y disuelto aquel partido en 1993, Bernad decidió perseverar en los mismos objetivos por otros medios, además de hacerse con un modus vivendi y un trampolín de notoriedad y poder: en 1995 creó el Colectivo de Funcionarios Públicos Manos Limpias, del que ha sido desde entonces amo y señor.

Aunque veinte años más joven, el ultraderechismo de Luis Pineda Salido fue más precoz y, si cabe, más radical. Miembro adolescente (Luispi, se hacía llamar) del Frente de la Juventud —un neofascismo madrileño muy violento, escindido en 1978 de Fuerza Nueva por demasiado “blanda”—, llegó a “jefe nacional” del grupo antes de ser detenido en 1982, en aplicación de la ley antiterrorista; y sólo escapó de la cárcel por ser menor de edad en el momento de cometer los delitos por los que fue condenado. En 1986, lejos de haber cambiado de ideas, creó la Asociación de Usuarios de Servicios Bancarios, Ausbanc. ¿Un ultra contra la banca? ¿Y por qué no? ¿Acaso los Veintisiete Puntos de la Falange no repudian “el sistema capitalista”, no denuncian “los abusos del gran capital financiero”, no sugieren la nacionalización del sector?

En cualquier caso, aunque ni Manos Limpias es un sindicato ni Ausbanc una auténtica asociación de consumidores, la gran mayoría de los medios se han pasado lustros atribuyéndoles mecánicamente esas respetables etiquetas, callando o ignorando la filiación ideológica de ambos tinglados. Más aún: durante los largos años en que los querellados por Miguel Bernad eran los gobernantes de la Generalitat, o TV3, o Nunca Máis, o la cúpula del nacionalismo vasco, cuando —por ejemplo— Manos Limpias estuvo a punto de meter en la cárcel a Juan Mari Atutxa, buena parte del establishment estatal veía con discreta satisfacción a aquel personaje que le estaba haciendo el trabajo sucio. La demanda por prevaricación contra el juez Garzón, en 2009, desenmascaró al seudosindicato, pero las posteriores maniobras judiciales contra Podemos o contra el proceso catalán han restablecido su respetabilidad a ojos de muchos.

Y hasta los hay que, viendo el papel de Manos Limpias en el caso Nóos, habrán creído a Bernad un valeroso cruzado contra la corrupción incluso entre la realeza. ¡Ingenuos! Lo que ocurre es que, discípulos de Blas Piñar, él y sus amigos consideran la actual monarquía deslegitimada por el perjurio, por la traición a los principios del Movimiento, y quisieran liquidarla.

Otro de los detenidos el pasado viernes fue Francisco Javier Castro-Villacañas, que no merece pasar desapercibido. Hijo y sobrino de conspicuos jerarcas franco-falangistas (Antonio y Demetrio Castro Villacañas), apologeta póstumo de Piñar en las páginas de El Mundo (enero de 2014), este “director de comunicación” de Manos Limpias publicó en 2013 el libro El fracaso de la monarquía, consagrado a denunciar “los errores y el agotamiento del régimen del 78: el juancarlismo”; según él, el orígen de los males presentes fue “la instauración de una monarquía de izquierdas (sic) como fórmula de salvamento de la Corona, la querencia e intereses de la Monarquía a favor de la izquierda política y del nacionalismo (sic) para lavar su pasado franquista”. “De los Borbones no se puede esperar nada bueno”, ha sentenciado en algún otro foro.

La infanta Cristina habrá cometido errores. Pero si Manos Limpias la mantiene sentada en el banquillo de Palma, no es por purismo moral —¡a la vista está que no...!— sino para romper la cadena borbónica por el eslabón más débil.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_