Lo siento, pero no
El manifiesto del Grup Koiné es un texto político equivocado con afirmaciones hirientes para muchísimos catalanes y graves simplificaciones históricas
Para discrepar del manifiesto sobre políticas lingüísticas publicado hace un par de semanas por el Grup Koiné no hace falta, a mi juicio, recurrir al insulto, ni a la descalificación personal, ni señalar en qué se gana la vida cada uno de los firmantes. A no ser, claro, que este último sea ahora el criterio de evaluación de todos los manifiestos. Si fuese así, ¿cómo es que nadie, desde que en 2014 apareció aquel de Libres e Iguales, se ha dedicado a averiguar de dónde cobra cada uno de sus valedores? Tampoco me parece imprescindible ponerse estupendo, como hizo en sede parlamentaria el señor Lluís Rabell, y tachar el texto en cuestión de “racista” y “fundamentalista cultural”, abundando en la tendencia de cierta izquierda a la descalificación sobreactuada (“racismo”, “fascismo”, “corrupción”, “represión”...) de todo aquello que no le gusta.
Es, pues, desde la máxima serenidad, y teniendo entre quienes lo han suscrito a un buen número de amigos, conocidos y saludados, que afirmo mi rotundo desacuerdo con el documento titulado Per un veritable procés de normalització lingüística a la Catalunya independent. Y no me vale que se quiera situarlo en el ámbito del debate académico (siempre libre, respetable y necesario), porque los debates académicos no se desarrollan a golpe de manifiestos y artículos de opinión, sino de seminarios, ponencias y libros. El del Grup Koiné es un texto político, no académico; y como tal debe ser analizado.
Un texto político equivocado que contiene afirmaciones hirientes para muchísimos catalanes, gran número de los cuales llevan cuatro años manifestándose cada Once de Septiembre —mientras hablan entre ellos en castellano, sí— por la soberanía y la independencia. Un texto que rezuma superioridad paternalista, sacerdotal, de los lingüistas respecto de los hablantes. Que contiene graves simplificaciones históricas: el hecho de que el franquismo confiase en “los crecimientos de población y las migraciones” para conseguir “un país que había dejado de hablar el catalán” (lo reconoce Ignacio Agustí) no convierte a los inmigrantes en colonizadores, ni involuntarios ni voluntarios. Si, encima, uno de los redactores del manifiesto va y suelta —como si estuviese leyendo la profecía del calendario maya— que “en 2043 ninguna familia enseñará catalán a sus hijos”, mientras otro asevera que “el catalán, de hecho, ya se ha extinguido”, entonces es legítimo dudar de la fundamentación científica de todo su argumentario.
Debo confesarlo, nunca me han gustado los discursos agoreros y tremendistas a propósito de la lengua. Recuerdo, en los años 1990, una conversación fortuita con quien por entonces presidía Òmnium Cultural, Josep Millàs, que éste comenzó más o menos así: “¿Qué, cómo ves la situación del catalán? Peor que nunca, ¿no?”. Salté como un resorte: “¿Peor que cuando no teníamos ni escuelas, ni diarios, ni radio, ni televisión? ¿Peor que cuando los catalanohablantes nativos llegábamos a la universidad sin saber redactar un folio en nuestro idioma, y salíamos de ella sin haber recibido en ese idioma ni una sola clase...?”. Concluí la charla con algunos exabruptos que más me vale no reproducir...
Tanto quienes escribieron el manifiesto como quienes se han adherido a él disponen de un método sencillo para hacer momentáneo balance de su iniciativa: preguntarse, como hacían los clásicos, qui prodest? ¿A qué posiciones, discursos e intereses está beneficiando la publicación del documento? Por ahora, y mientras en el campo independentista cunden la división, la polémica o, cuando menos, la incomodidad, Societat Civil Catalana exulta tachando el texto de “nazi”, y las columnas más delirantemente anticatalanistas hablan de “neofascismo lingüístico”. Las más juiciosas, por su parte, apuntan que, en realidad, el manifiesto impulsado por el Grup Koiné es el programa oculto del independentismo, el que expresa sus verdaderos planes para cuando se establezca la República Catalana.
Al mismo tiempo, el PSC y Catalunya Sí que Es Pot corren a erigirse en defensores de la población castellanohablante amenazada por aquellos planes (no olvidemos que puede haber elecciones dentro de diez semanas), y tutti quanti procuran hurgar en las contradicciones que el asunto ha suscitado dentro del bloque gobernante en la Generalitat: que si el presidente Puigdemont se desmarca, pero tal diputada y exconsejera se ha adherido; que si el vicepresidente Junqueras rechaza, pero tal portavoz municipal republicana en Girona suscribe...
Y, por favor, no me hablen de buenas intenciones. Como se decía en ese catalán ya extinguido, de bones intencions, l'infern n'és ple.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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