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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El efecto nostalgia

Es natural que se apuren hasta el final las astucias pensando en el golpe de efecto o en el posible quiebro que limite las pérdidas si llegan las nuevas elecciones

Jordi Gracia

En el convoy de los ilusos viaja de todo, pero en el último vagón, en el mismísimo furgón de cola, viajan los que dan rienda suelta a la imaginación y creen que los finales de cine son un reflejo de lo que pasa en la calle. Son muchos quienes conciben hoy —y hasta el 2 de mayo, o el 23 de abril, como plazo final, según Pedro Sánchez— un plan peliculero, de infarto llevado hasta el last minute y como quien dice a mises dites. Estados Unidos vivió la confirmación de un presidente en ese last minute, la Generalitat catalana tiene acreditada la aptitud para el suspense en el límite de la campana y nada hace pensar que suceda algo distinto con el gobierno español.

No estoy seguro sin embargo de que ese final esté pensado como telefilme con guión de tarde boba, ni de ópera bufa con libreto tronchante. Creo más bien que nadie está entrenado en negociar a tantas bandas y desde cuatro fragilidades. Es natural que se apuren hasta el final las astucias pensando en el golpe de efecto o en el posible quiebro que limite las pérdidas si llegan las nuevas elecciones.

Al parecer, quien puede salir mejor parado son tanto el PP como el PSOE. De la sensación de desbarajuste actual puede nacer un efecto nostalgia, y ambos partidos pueden recuperar a un votante que vivió la excursión lúbrica de Ciudadanos o de Podemos, cuando ya sabe que no ha servido de nada. El efecto nostalgia engrosaría de nuevo los porcentajes de los partidos grandes —sobre todo en las zonas más conservadoras de España— y hasta podrían dar como resultado final una fatalidad aritmética. Bien pudiera suceder que la única alianza posible tras las próximas elecciones fuera un gobierno de PP y PSOE que nadie llamaría de Gran Coalición sino Solución Fatal o Solución Única. El bajón emocional iba a ser de campeonato, al menos para aquellos que creen que hay en el resultado del 20-D una oportunidad para desescombrar y hacer algún apaño que remedie el bochorno sangrante del gobierno del PP y la herida masiva sobre una población sometida por una crisis que arrancó en 2007 y dispuesta a cumplir una década de plenitud el próximo año.

Pero los del convoy iluso siguen erre que erre, como Errejón. A mí esta música cada día me cuenta más cosas y hasta me hace creer que en socialistas y podemitas puede haber una trenzada madeja en marcha. El PSOE ha exhibido ya, de cara a los poderes reales, su buena voluntad política y su afán de orden sin grandes cambios. Ha pactado con Ciudadanos y ha demostrado su lealtad sistémica, pero nada de ello basta porque faltan apoyos. Hoy no puede hacer otra cosa que aspirar a sumar a Podemos, a una parte de Podemos o como mínimo a negociar contando con ellos como ministros, con un pacto macro, o con otros mecanismos de compensación. Ante los poderes fuertes que creen desaconsejable el acuerdo del PSOE con Podemos, los socialistas pueden responder con el resultado del 20-D y la imposibilidad de trenzar otro acuerdo. Y en Podemos alguien puede estar pensando lo mismo, de manera que una contribución de algún tipo a ese nuevo gobierno pueda ratificar su papel institucional para actuar como lo que ya son: locomotoras de una tensión de izquierdas que había desaparecido del mapa y ha regresado con ellos, con el millón de votos de IU y con las periferias afines.

La última acrobacia el 22 de abril (o el 1 de mayo) pudiera ser el alumbramiento de un acuerdo negociado con Ciudadanos e inclusivo con Podemos, o armado sólo con Podemos y otros colaboradores necesarios. Podría ser ese el modo de no arruinar el futuro del PSOE para los próximos años e impedir que las nuevas elecciones regalen a los socialistas una victoria compartida con el PP, directamente suicida para un PSOE que no tendría más remedio que hacer lo que le piden hoy los poderes reales. La sinonimia entre ganar junto al PP y hacerse el haraquiri sería perfecta. Quien habría ganado de veras son los mismos que ahora alientan y jalean la discordia entre los tres partidos porque el objetivo último es activar el efecto nostalgia, restituir el orden perdido y volver a la paz bivalva. De ahí, quizá, la levítica placidez de Rajoy.

 Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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