El recambio del pujolismo
Una Convergència sin Pujol y sin Junts per Sí puede ser una nueva derecha, pero no un nuevo ‘pal de paller’ de Cataluña
¿Puede un partido dejar de ser lo que era, convertirse en otro, y sin embargo mantener la misma ideología, el mismo programa, continuar con los mismos militantes y dirigentes, predicar el mismo modelo social y la misma idea de nación? El reto al que se enfrenta Convergència Democràtica en el congreso del mes de junio es difícil y complicado hasta parecer imposible. Se trata de cambiar, ser otro, para que el nuevo partido sustituya al viejo. Ser otro pero sin Jordi Pujol y sin dejar de ser lo que con éste fue desde 1980 hasta el 25 de julio de 2014: el pal de pallerde la política catalana.
Ese día, al confesar su condición de defraudador fiscal durante 35 años, Pujol destruyó su imagen pública de gran patriarca de la Cataluña contemporánea, en la que había trabajado sin descanso. Pero, además, liquidó también la credibilidad de su partido. Sus atribulados dirigentes, sumidos desde entonces en la confusión, han llegado a la conclusión de que para poder seguir siendo más o menos lo mismo tienen que limpiar Convergència de todo rastro de pujolismo.
Para conseguirlo han recurrido a varias formulaciones. Refundación ha sido la más socorrida. Pero, dígase como se diga, se trata, simplemente, de culminar la forzosa renuncia al capital político que le aportaba la figura de Pujol. El principal obstáculo para esta tarea consiste en que Convergència fue desde su nacimiento un artefacto político totalmente deudor de las concepciones y las habilidades del propio Pujol. De sus ideas, de su liderazgo y, ¡ay!, de su dinero o de su facilidad para acceder al dinero. Era el partido de Pujol. En todo. Él era el fundador, el líder, el ideólogo, el estratega y el virtuoso de la táctica. Una vez retirado de la primera fila, su influjo perduraba a través de sus discípulos, de un círculo de colaboradores entre los que se hallaba uno de sus hijos, Oriol, a quien se preparaba el camino a la sucesión.
Todas estas previsiones se han venido abajo. El patriarca, el hijo señalado como sucesor político y la propia organización de Convergència han de responder ahora ante los tribunales de justicia por graves escándalos de financiación y corrupción. Lo ocurrido ha ratificado lo que había sido ya criticado durante años: por encima de otras características, el partido de Pujol era esencialmente un sistema de poder personal manejado por el fundador.
Este sistema de poder ha sido ampliamente estudiado y descrito. Hay libros monográficos e infinidad de artículos periodísticos dedicados a este objeto. Pero a los efectos de la refundación, lo que cuenta es que, por decirlo a la manera bíblica, Pujol creó un partido a su imagen y semejanza, y no hay forma de que sea otra cosa. La única manera de que deje de ser el partido de Pujol es sustituirlo por otro partido. Cosas de la vida, es el mismo problema con el que ahora se enfrenta el gran partido de la derecha española, el PP. Para librarse del estigma de la corrupción, el PP no tiene otra opción que su liquidación y sustitución por otra marca. Demasiadas organizaciones del PP, incluida la dirección central, han sido descritas como maquinarias dedicadas a delinquir, algunas en autos judiciales, como para que la solución consista solo en cambiar a los dirigentes quemados. En el caso del PP parece que el recambio está ya en el mercado, Ciudadanos. La derecha social y económica sabe que dispone de una eventual solución a este problema. El caso de Convergència es distinto. El brote independentista ha cambiado desde 2012 la relación entre los partidos del bloque soberanista. Les ha llevado a alianzas electorales, parlamentarias y de gobierno en las que se ha configurado un acervo común y eso les proporciona una diversidad ideológica interna relativamente similar a la que Pujol aglutinó en Convergència en sus orígenes. El sustituto de la vieja Convergència solo puede ser Junts pel Sí, o cualquier otra formulación con los mismos componentes. Ya hay quien lo ha dicho: una Convergència independentista no puede ser una réplica de ERC. ERC ya existe. Unió ya existe. La derecha españolista rancia ya existe. La menos rancia, también. El plasma catalanista en el que Convergència puede inserirse está ahí. En cambio, una nueva Convergència sin Pujol es un imposible, una contradicción en los términos. Una Convergència sin Pujol, sin pujolismo y sin Junts pel Sí solo puede ser una pequeña derecha, no un pal de paller.
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