Como el sol cuando amanece
A Stanko le persigue su leyenda. Como Neruda, confiesa que ha vivido. La diferencia es que él supo tirar de las riendas a tiempo
Tomasz Stanko en el Auditorio, las entradas vendidas en un decir “Jesús”. Por donde, el jazz en Madrid vive un momento dulce, a las pruebas me remito. A Stanko, polaco, de 73 años, le persigue su leyenda. Como Neruda, confiesa que ha vivido. La diferencia es que él supo tirar de las riendas a tiempo. Hoy no fuma ni bebe y hace una música triste y pura, escurridiza y otoñal, de lluvia tras de los cristales y una pena agarrada al alma con SuperGlu. La dicha en la infelicidad: Billie Holiday creó un imperio con eso. La música del melancólico trompetista singulariza la épica del jazz europeo emancipado y rebelde a ninguna forma de autoridad. Hoy vive en Nueva York rodeado de los fantasmas de quienes fueron sus ídolos y continúan sirviéndole de inspiración, de Miles Davis en adelante. Su música, vuelvo a ello, no sigue las convenciones del jazz, tampoco las rechaza. Si acaso, llama la atención su empecinamiento en no llamar la atención. Rara vez alza Stanko la voz: en eso se distingue del común de los jazzistas neoyorquinos. Sus composiciones caben en un papel pautado tamaño Din A4. No hay títulos. Sobre el escenario, el líder del asunto se limita a presentar a sus asistentes: el rapsódico David Virelles, al piano, y los pertinaces Reuben Rogers y Gerald Cleaver, al contrabajo y la batería, respectivamente. Reconoce Stanko estar reuniendo material para su próximo disco, aunque sin prisas. Hace 4 años que grabó el anterior, inspirado, si bien no literalmente, en los poemas de la Nobel Wislawa Szymborska. Para el nuevo, no tiene una idea precisa: la idea, apunta, consiste en dejarse llevar. Llegado a la edad provecta, Stanko se siente libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar. Y nosotros, en medio, envidiándole.
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