¿Demasiado Ravel?
Quinto concierto de la OBC de obras del compositor en la temporada
Quinto concierto de la OBC con música de Maurice Ravel en lo que va de temporada. Uno de los argumentos a favor de programar su exuberante música tan a menudo, más allá de cualquier valoración artística, es que funciona muy bien en taquilla. Pero, al menos en el concierto del domingo, la respuesta del público no ha sido para tirar cohetes -alrededor de mil personas- y eso que en el programa, bajo la batuta del director venezolano Manuel Hernández- Silva, figuraban dos piezas del famoso compositor.
¿Demasiado Ravel? Probablemente; la poca variedad en la programación es un mal común que aqueja a la oferta artística del Auditori y también del Palau y Liceo, algo que, tarde o temprano, acabará pasando factura.
Así que, sin atisbos de originalidad en el programa, la nueva visita de Manuel Hernández- Silva, titular de la Filarmónica de Málaga, combinó Ravel con otro autor también muy programado, Serguei Rachmáninov, que ocupó la segunda parte con sus espectaculares Danzas sinfónicas, op. 45. Tocaba, pues, lucir el juego rítmico, el color y las atmósferas del Ravel más seductor, y así lo hizo el director venezolano, con buen oficio y atención al brillo orquestal.
OBC. Jean-Efflam Bavouzet
Obras de Ravel y Rachmáninov.
Manuel Hernández-Silva.
Auditori, 6 de marzo.
En en segundo Ravel del programa -el Concierto para piano en sol mayor- se lució el pianista francés Jean-Efflam Bavouzet, que debutaba en la temporada de la OBC con esta refinada partitura en la que importa tanto el virtuosismo como la flexibilidad en la recreación de los giros jazzísticos y las esencias populares que bañan un concierto de gran luminosidad. Bavouzet lo tocó de maravilla y, tras crear una mágica atmósfera en el Adagio assai, deslumbró en el Presto final. El público aplaudió a rabiar y Bavouzet regaló como propina dos piezas de Gabriel Pierné y Debussy.
La orquesta jugó bien sus bazas en las Danzas fantásticas, op. 45, última partitura de Rachmáninov, fechada en 1940 en California, tres años antes de su muerte. La orquestación es pura filigrana, un ejercicio de ciencia y perfección de un lenguaje sinfónico regado por la nostalgia de Rusia que Hernández-Silva recreó con fuertes contrastes; tras el maravilloso Andante en tiempo de vals, de tintes fantásmagóricos, orquesta y director se lanzaron en la tercera y última danza a un tour de force de gran bravura, quizás demasiado contundente, pero lleno de fuerza.
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