Roedores del sarcasmo
Miguel Ángel Blanca se erige, más allá de sus tics vocales, en un espléndido maestro de ceremonias para el concierto dialogado de décimo aniversario
Dispuestos como si estuvieran en el salón de su casa, sentados entre cojines de colores. Así articulan Manos de Topo Un Cerebro Repleto de Recuerdos Inútiles, esa especie de concierto dialogado que les sirve para celebrar (y desacralizar) su décimo aniversario y que el miércoles vivió en el Teatro del Arte, en sesión golfa y cómplice, el primero de sus dos pases madrileños. En el centro de la estancia, calcetines negros y una bata dorada acaso sustraída del ajuar de alguna abuela, el mordaz e inimitable Miguel Ángel Blanca maneja el proyector de diapositivas con docenas de instantáneas tiernas, nostálgicas y grotescas. No hay autocomplacencia en este repaso, ni siquiera un especial orgullo. Solo (o nada menos que) la consolidación de un discurso propio y singularísimo, entre hilarante e irreverente, con Blanca convertido en un analista de la perplejidad contemporánea a rebufo de Berto Romero o Miqui Otero.
Tanto tiempo después, con Manos de Topo aún cuesta un rato asimilar esa voz estentórea, hasta puede que innecesaria. Un jefe de filas que parece Robert Smith imitado por Los Morancos puede convertirse en un factor más desaforado que identitario, pero el mundo siempre tiene algo de grotesco en las canciones de estos roedores del sarcasmo. También en sus diapositivas, que trazan un relato vitriólico de las relaciones humanas pero acaban trasluciendo un cierto poso sentimental. “Echas de menos que se cumpla alguno de tus sueños”, rezonga nuestro hombre en Bragas Bandera, una pieza con inopinado deje bunburizante.
Acierta Blanca en el papel de contertulio socarrón y sus parlamentos, a veces demoledores (“Madurez es plantearse si una noche pillas un gramo o tienes un hijo”), le engrandecen como maestro de ceremonias. Excesivo en la formulación vocal, pero ideal para el repertorio del quinteto: intenso, dinámico, inesperado, abrupto, rico en interrogaciones. Y pendiente de no repetir patrones rítmicos, un peligro que su batería, Rafa de los Arcos, ahuyenta siempre.
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