Mutek 2016
Pole, Deadbeat y The Orb marcaron el perfil de la jornada en la Fábrica Damm
El dub palpitó en la jornada del Mutek acogida en la Fábrica Estrella Damm, convertida desde hace ya cierto tiempo en un escenario más de la ciudad. Por cierto, curiosa ciudad donde por un lado se cierran salas y por otro florecen espacios de uso puntual que con ciertas facilidades en los temas de permisos y licencias parecen transmitir la sensación de que Barcelona es una ciudad fascinante con rincones varios en los que la música brota. Ciudad escaparate, modelo clásico: funciona y se protege aquello que es oropel -si se desea úsese el término cool, es más cool-, y malvive entre trampas legales lo que suena a cotidianeidad, aparentemente lejano al glamur. En suma: la Damm con dos escenarios, una pintiparada sala con calderas de cobre brillantes como soles donde antaño se elaboraba cerveza para dar cuenta de la cerveza de hoy, eso sí a precios imbatibles espanta-lateros. Y, cómo no, una terraza con mucha madera, eso del reciclaje y de los materiales naturales va a acabar haciendo daño, para ver la luna bajo el logotipo de la marca. La Barcelona de hoy.
Y en esa ciudad no puede faltar la música electrónica, el Mutek ofreció en su tramo diurno toda una serie de sesiones en las que el dub definió el tempo. El más destacado de sus hacedores fue, una vez más, el alemán Pole, que realizó su actuación en un escenario exterior a los edificios del complejo, en una especie de híbrido entre frontón y aparcamiento. Allí, un entorno casi industrial contraprogramado por unos visuales de naturaleza de tetrahidrocannabinol, Stefan Betke, nombre real de Pole, retuvo el tiempo mediante curvas de bajos que evocaban Jamaica, mezclados con sonidos más afilados e incómodos, procedentes de una sensibilidad que no quiere ser solo humeante. Así pues música para dejar la boca abierta en una expresión de aletargamiento que no podía ser completo debido al acuchillamiento de los demás sonidos propuestos por los filtros de Pole. Una actuación espléndida para abrir boca que quizás hubiese merecido un posicionamiento más noble en el cartel.
Sin apenas solución de continuidad fue luego el turno, en el mismo escenario, del norteamericano Shigeto y su set para electrónica y batería acústica, cuyo relevo vendría dado por el canadiense Deadbeat, ya ubicado en el escenario interior de la Damm, una sala con el altar para el disc-jockey en el centro, donde convergían las líneas de sonido de los altavoces situados en el perímetro. Y Deadbeat planificó una sesión que comenzó también marcada por un dub, más evanescente que el de Pole y a una velocidad muy inferior, que a base de ir sumando capas y capas, pautadas por la lentitud de una subida de marea lenta pero incesante, acabaron en un frenesí rítmico propio de las 05:00 de la madrugada. El entorno, oscuro, añadió más ambientación a una sesión arrasadora e impenitente.
La jornada diurna se cerró con The Orb, todos unos clásicos. Después de la abrasión de Deadbeat pareció casi ingenua la electrónica bailable, clásica y de resabio noventero de The Orb, comandado por un Alex Paterson que bailaba feliz, tripudo y descamisado, alegre como un chaval en noche de viernes, mientras Thomas Fehlmann, alemán, huesudo y circunspecto, atendía solo a sus aparatos como si la cuota de diversión solo pudiese ser exhibida por su compañero. Fue una sesión entretenida, más escorada al baile que al ambiente que nos habló de una electrónica sin estiramientos, de actitud extrovertida que tuvo un inmediato efecto en la pista.
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