El rock de los monos preadolescentes
Furious Monkey House, niños de 11 a 13 años, llenan el Lara con su ‘grunge’ fervoroso

“¿Quieres un asiento de esos para que estés más alta?” Silencio prolongado. Estratégica caída de pestañas. “Ya entiendo. Tú prefieres encima de mami, ¿eh?”
El diálogo acontece en el patio de butacas del Teatro Lara, fila 6, pocos minutos antes de que el reloj marque las 13.30 y se apaguen las luces. Es el mismo escenario que, durante tantas noches de horarios intempestivos, acoge ciclos de estrellas internacionales del rock emergente, el blues clásico o el pop para gourmets. Pero la convocatoria de este sábado es muy distinta. Entre el público, mucha parejita joven, escasas barbas malasañeras y casi un 50% de críos y crías que con seguridad no se han puesto aún a preparar la primera comunión. Y sobre las tablas, adornadas con recortables de colores, caretas tribales y cartones que evocan vegetación selvática, la última sensación del rock juvenil. Seamos más precisos: del rock preadolescente. Cinco micos, nunca mejor dicho, acompañados por un bajista adulto (Gonzalo Maceira) al que no le ponemos cara porque la sustituye por la de un mono feo y melenudo.
Están pensando en Parchís, ¿verdad? ¿En Bom Bom Chip? Pues olvídense de todo, porque no van por ahí los tiros. Los integrantes de Furious Monkey House tienen entre 11 y 13 años, andan peleándose con los primeros cursos de la ESO y juegan por las calles de Pontevedra, pero han nacido para el rock. Ruidoso y guitarrero, como le gustaba a Kurt Cobain. En inglés. Y con composiciones propias.
Un disco en Abbey Road
Todo resulta insólito, puede que hasta inverosímil. Nuestra incredulidad crecerá cuando descubramos que Run, el primer álbum de la banda, acaba de registrarse en unos estudios londinenses de nombre resultón: Abbey Road. O que Kin, el hombre que perfila los últimos detalles pegado al móvil, es tan mánager de estos Monos Furiosos como de Xoel López y Vetusta Morla. Pero no queda una sola entrada por vender en la taquilla del Lara, en este segundo concierto de Los Matinales de EL PAÍS, producido junto a Planet Events y Les Nits de L’art. Basia Bulat, Bettye Lavette o Peter Hammill no agotaron estos meses pasados el aforo. Furious Monkey House, sí.
Ventajas de contar con esa audiencia que precisa de alzador para exteriorizar su euforia. Ese público que ayer se entretenía durante los prolegómenos coreando un lema clásico: “¡Que empiece ya, que el público se va!”. Mariña, que canta tan bien como Cristina Llanos (Dover) y pronuncia el inglés infinitamente mejor que Raphael, se encarga de animar el cotarro. Y no digamos Carlota, la benjamina del grupo: las baquetas parecen más grandes que ella y se le pone cara como de susto, pero le arrea a la batería unos mandobles tremendos. Cuatro chicas y un chico enseñan a una parroquia aún más joven qué es el grunge y quiénes fueron Nirvana. Como dicen en Walking on the walls, “Somos los chicos de la revolución musical”. Bendita sea.
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