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TRIBUNA

¿Quién duerme en la calle en Barcelona?

La segunda teniente de alcalde de Barcelona reflexiona sobre la pobreza

Se cumplen ya 10 años del asesinato de Rosario, una mujer sin hogar que dormía en un cajero en Barcelona. Aquel hecho conmocionó la ciudad, pero no lo suficiente como para transformar la mirada de la mayoría social sobre los sin techo. La aporofobia, el odio a la pobreza, es una de las caras de una sociedad que se deshumaniza y que rechaza cruelmente el retorno con rostro humano de las profundas desigualdades existentes. La respuesta habitual es la indiferencia o la voluntad de invisibilizar aquello que no nos gusta, y eso también tiene consecuencias. Desde el Ayuntamiento de Barcelona, creemos que hay que combatir la desigualdad y modificar a la vez la mirada y el abordaje de sus consecuencias. Y para ello hay que hacer visibles las cifras de este fenómeno, sin olvidar que detrás de cada número hay una persona o un hogar rotos. Sin sensibilidad no hay humanización de las políticas, y sin ésta no es posible la transformación social.

La Diagnosis 2015 sobre las personas sin hogar en Barcelona indica que cada noche duermen en la calle entre 700 y 900 personas; cerca de 400 más viven en asentamientos y unas 1.600 son atendidas en recursos residenciales de la Xarxa d'Atenció a les Persones Sense Llar (XAPSLL). Esta red coordina los esfuerzos de las entidades especializadas y de la administración municipal en la lucha contra las formas más duras de exclusión residencial. Gracias a este esfuerzo de coordinación, Barcelona dispone de un buen conocimiento de esta realidad. Por desgracia la coordinación, sistematización y publicación periódica de los datos no es habitual en otras ciudades, y eso dificulta poder comparar. El miedo a reconocer el problema no debe frenar el conocimiento. Sin un conocimiento riguroso las políticas se diseñan en base a estereotipos que a menudo tienen poco que ver con la realidad.

En la citada diagnosis no sólo se hace una aproximación cuantitativa; también se presentan los resultados de una investigación cualitativa que da voz a las personas afectadas. La combinación de las evidencias que presentan los investigadores con los testimonios de quienes viven la dureza de la calle nos indica que los sin techo no son un colectivo diferente del resto de la ciudadanía. No hay un perfil único, los itinerarios vitales para llegar a esta situación son tan diversos que la principal característica que tienen en común las personas sin hogar es, precisamente, que no tienen hogar. Y esta conclusión es clave en el enfoque de las políticas: hay que considerarlo como un problema de acceso a la vivienda y no como una patología social.

En la respuesta institucional, pues, hay que construir modelos de intervención dirigidos a proporcionar un hogar y no sólo un techo. Quienes han vivido situaciones de calle necesitan reconstruir su vida con la estabilidad que proporciona un hogar, que permite recuperar vínculos sociales y emocionales imprescindibles para todas las personas. De ahí que sea necesaria una decidida apuesta por metodologías como el housing first, con las que el acceso a una vivienda individual y estable es el primer paso del proceso de acompañamiento social. En paralelo a la expansión de esta modalidad de intervención, es necesario apostar por equipamientos más pequeños, en los que se pueda conservar la intimidad, más flexibles en sus normativas y en la temporalidad de las estancias y suficientemente acogedores para que las personas atendidas puedan reconstruir un proyecto de vida.

Pero también es necesario un cambio de enfoque: las personas sin hogar son vecinos y vecinas de nuestra ciudad, con voz y voluntad de participar. Ellas son las verdaderas expertas, las que saben cómo se afronta una situación imposible de imaginar para quienes no la hemos vivido: conocen el tiempo que ocupa dedicarse a sobrevivir; cómo la vergüenza de no tener la intimidad de un hogar lleva a romper vínculos familiares; los abusos y acoso que viven las mujeres que están en la calle… No podemos seguir pensando la ciudad sin darles voz, hay que desarrollar herramientas de participación en el diseño de las políticas para implicar a quienes siempre se han considerado objeto pasivo de las actuaciones municipales. Empoderemos a las personas, combatamos estereotipos, trabajemos por el derecho a la vivienda y reconstruyamos los vínculos entre vecinos y vecinas. Recordemos a Rosario para que nunca más algo así se repita en las calles de Barcelona.

Laia Ortiz es segunda teniente de alcalde y directora del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona.

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