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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Era yo el equivocado

No me preocupa quedar en minoría, sino constatar que no soy el único que piensa así pero esa coincidencia apenas tiene reflejo en la opinión publicada

Manuel Cruz

Iñaki Gabilondo ha referido en alguna ocasión el comentario que le hizo años atrás Xabier Arzalluz cuando el periodista le manifestó alguna reserva respecto al dudoso carisma de determinado político de la época: "El día en que alguien aparece en TV y saluda diciendo ‘buenas noches, soy el presidente del gobierno’, ¡se le pone una cara de carisma...!”. He vuelto a recordar el comentario del dirigente vasco al constatar cómo ha cambiado el tratamiento que, particularmente en los medios de comunicación, se les ha ido dedicando a los nuevos líderes políticos a partir de que se conociera el resultado de la última contienda electoral, certificando de esta manera lo que podríamos llamar el efecto de realidad que este tipo de sanciones electorales genera sobre las opiniones de mucha gente.

Por supuesto que dicho efecto no necesariamente convierte en desacertada la valoración anterior, pre-electoral. Que lo sea no es algo susceptible de quedar determinado de antemano, como si se tratara de un principio general indiscutible (como lo sería también aquel otro, de signo opuesto, “la primera opinión es la que vale”), sino que debe dilucidarse sobre el terreno, analizando los casos prácticos. Me permitirán que ponga un ejemplo en primera persona. Sin duda, debo ser yo el equivocado a la vista de la casi absoluta coincidencia en las opiniones, opuestas a las mías, con las que me tropiezo por ahí, tanto en diarios como en programas de radio y televisión de las más variadas tendencias. La selección de unas cuantas de esas opiniones —de desigual importancia, lo adelanto— tal vez permita ilustrar lo que me interesa señalar.

No deja de ser curioso que a una homogeneización en las opiniones que, de tener otro signo, muchos no dudarían en calificar como de pensamiento único, esos mismos propongan en este caso interpretarla en términos de hegemonía.

Así, veo repetido que se le atribuye un notable dominio de la oratoria a un joven político que habla a gran velocidad, con un tono monocorde, como un opositor a notarias practicando un ejercicio del temario, sin la menor inflexión ni matiz en su voz. Compruebo, con cierto escándalo por mi parte (deformación profesional, lo reconozco), que analistas presuntamente ilustrados no le conceden la menor importancia a los reiterados gazapos de cultura general, impropios de un profesor universitario, perpetrados por un líder emergente.

Constato asimismo que otro joven político, orgulloso de pertenecer a un partido con larga historia, responde a los reproches relacionados con las posiciones programáticas que el mismo defendía durante la Transición con el displicente argumento de que en aquel entonces “ni siquiera existía Internet”, como si la Edad Media se hubiera prolongado hasta el nacimiento de Bill Gates. Certifico, en fin, que se saluda en términos casi sonrojantes (“ha nacido una estrella” le escuché decir el otro día a un tertuliano), como la gran promesa del municipalismo de este país, a una activista reconvertida en profesional de la política cuya práctica más habitual consiste en votar a favor (o, en su defecto, abstenerse) en asuntos respecto de los cuales a continuación se apresura a declarar que está en contra.

No vayan a pensar ustedes que me preocupa quedarme en minoría. En absoluto: no me preocuparía ni siquiera quedarme en minoría de uno solo (imagino que minoría absoluta debe ser el nombre de la figura). A fin de cuentas, cuando eso sucede, sin duda lo más higiénico es proceder a una cura de humildad y recordar el viejo chiste del borracho en contradirección por la autopista. Lo que de veras me preocupa es justo lo opuesto, es decir, la constatación de que no soy el único que piensa este tipo de cosas, pero, sobre todo, la de que esta coincidencia no consigue tener prácticamente reflejo alguno en lo que alguien llamó en su momento la opinión publicada.

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No deja de ser curioso que a una homogeneización en las opiniones que, de tener otro signo, muchos no dudarían en calificar como de pensamiento único, esos mismos propongan en este caso interpretarla en términos de hegemonía, como si leyéndola a la luz del pensamiento de Gramsci cambiara su naturaleza real. Puestos a recurrir a avalistas clásicos para entender la presente situación, tal vez resultara de más ayuda colocarse en la perspectiva de las propuestas de los filósofos de la escuela de Frankfurt y, en particular, del último Marcuse. Claro que acogerse a estos otros avales dejaría en evidencia a algunos. Porque aquellos autores no fantasearon nunca un futuro en el que por fin los suyos también pudieran modelar las conciencias ajenas, sino uno en el que nadie modelara a nadie.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la UB.

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