Vuelta de tuerca
Los madrileños reviven sus glorias pasadas con acompañamiento orquestal, pero el resultado es demasiado tímido

Huyendo del vértigo de la devaluación, Los Secretos siguen exprimiendo fórmulas y formatos para sacar provecho de ese fondo de catálogo maravilloso. Este fin de semana llenaron por partida doble el vetusto teatro Monumental para aproximarse a su historia desde una perspectiva sinfónica. Merece la pena el esfuerzo y el inconformismo de esta vuelta de tuerca, pero los resultados son muy discretos. No solo porque Álvaro Urquijo y sus compinches ya esbozaron el proyecto en 2009, sino porque el trabajo de la Joven Orquesta de la Universidad de Valladolid se difumina con unos arreglos comedidos, a veces (Reina de corazones) sencillamente parcos. Tan tímidos que agudizan la paradoja de que los cinco músicos titulares dispusieran de más cuerpo sonoro que sus 40 acompañantes.
Hicieron bien Los Secretos en emprender la aventura orquestal a partir de Bailando con la luna, balada linda, canónica y poco trillada que acaba adquiriendo tintes hollywoodienses. Otras decisiones son más dudosas, como la pomposidad contraproducente, en términos argumentales, que adquieren Volver a ser un niño y Qué solo estás. Lo mejor fue Buena chica, una pieza en la que la parte sinfónica dispone de espacio propio y que deriva, justo antes de la irrefutable Déjame, en un contagioso entusiasmo colectivo.
Tanto en el prólogo acústico como en el epílogo eléctrico se les vio a sus anchas, con Jesús Redondo erigido en dandi tras el piano de cola y el imperturbable Ramón Arroyo, el hombre al que nunca se le sorprendió en una sonrisa, exquisito con la acústica. Puede que Pero a tu lado o La calle del olvido sean títulos de belleza ya inalcanzable, pero las elegantes versiones en castellano de Jackson Browne o Ron Sexsmith constituyen un ejemplo de (infrecuente) buen gusto.
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