Fallece Montserrat Gudiol, pintora melancólica y reflexiva
La artista, que tuvo una etapa surrealista, creó un estilo propio
Ha muerto Montserrat Gudiol, tan silenciosamente como vivió. En sus últimos años, tras una época de merma de su creatividad, ya no trabajaba, y había perdido la memoria, por lo que su ausencia ha sido una fatalidad tristemente prevista.
Nació en Barcelona en 1933, y su padre Josep Gudiol Ricart, uno de los historiadores del arte catalán internacionalmente reconocido, fue para ella un estímulo porque le mostró la “cocina” de las tablas góticas que estudiaba abriéndole así una “gramática” pictórica que ella forjó a su medida. Pasó también por el taller de Ramon Rogent que no solo fue uno de los pintores más destacados de la postguerra sino también un maestro venerado de jóvenes artistas.
Algo más joven que los pintores del Dau al Set, que ella conocía de cerca por la fuerte relación que su padre tenía con ellos, Montserrat Gudiol artísticamente hablando fue siempre una individualista. Si bien en sus inicios pasó por una etapa surrealista —tras una primera exposición de retratos en Ripoll (1950)—, que prácticamente sólo conocían los que habían estado en su casa, en seguida creó un estilo propio centrado en un tipo de figura humana, sobria y severa, melancólica y reflexiva, que suele emerger con gran delicadeza de unos amplios fondos a menudo casi monocromos en los que las texturas han sido matizadamente trabajadas, con suavidad y como inacabadas, sin caer nunca en el ilusionismo.
En su obra hay siempre un eco de los primitivos italianos, pero desprovisto de detalles y de anécdota, reelaborado por la acusada personalidad de la autora, que consiguió que sus creaciones fueran siempre del todo reconocibles aún sin saberse la identidad del autor. Esto le dio un gran renombre, que se canalizó a través de la galería que la representó muchos años, la prestigiosa Sala Gaspar de Barcelona. Expuso mucho en el extranjero: Miami (1954), Johannesburgo (1964 y 1967), Nueva York (1964-66), San Francisco (1967 y 1984), Tokio (1974), Moscú (1979), Colonia (1981 y 1988), Los Ángeles (1982), París (1995) y Hong Kong (1995).
Fue una gran dibujante, de trazo finísimo, lo que le valió el premio Ynglada-Guillot de 1960, y ocasionalmente también cultivó el cartelismo, esforzándose en no reciclar elementos de su pintura sino idear imágenes conceptuales que ilustraran más adecuadamente el tema anunciado, como la rueda de bicicleta que entra en un círculo blanco sobre fondo rojo del cartel de la 68ª Volta Ciclista a Catalunya, de 1988.
Buena retratista, al ser elegida miembro numerario en la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi (1980), en lugar de pronunciar el obligado discurso de ingreso —algo que a ella le aterrorizaba—, pintó el retrato —magnífico y ascético— del escultor Frederic Marès, entonces presidente de la entidad. También retrató con su peculiar estilo a Ernest Lluch cuando dejó el ministerio de Sanidad en 1986.
Pese a no ser una artista politizada, en su obra también hay testimonios de la dura problemática de su tiempo, como en la serie de dibujos Repressió del 1973, en uno de los cuales el rostro de Franco preside la escena, amenazante.
Tuvo que cargar con su independencia estética y su distancia de la vanguardia oficial, mientras la tristeza que rebosan sus obras era menospreciada por los que creían que era fruto de un peculiar manierismo y no una emanación sincera de un estado de ánimo real. Distinguida con la Creu de Sant Jordi en 1998, fue siempre auténtica en su obra y en su vida, y el gran éxito profesional no le hizo perder nunca un carácter humano profundamente humilde que contrastaba con una belleza personal espectacular.
Francesc Fontbona es miembro numerario de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi.
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