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FOLCLOR Xabier Díaz
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El panderetero feliz

El mejor vocalista tradicional gallego apuesta por la elegancia sencilla junto a sus jovencísimos nuevos acompañantes

El coruñés Xabier Díaz podría presumir de unas cuantas cosas a sus 46 años (cantante, bailarín, investigador, acordeonista), pero prefiere autoproclamarse un simple panderetero. Sin más. Lo hizo este viernes ante una Galileo Galilei casi repleta mientras recordaba el monumental disgusto paterno, aquella noche que comunicó su intención de abandonar los estudios de arquitectura técnica para consagrarse al folclor. El tiempo le ha sonreído. "Hoy podría ser un aparejador en paro, pero aquí está un panderetero feliz", resumió. Y su nuevo disco solista, The Tambourine Man, supone en síntesis eso: una proclama honesta, cristalina y sencilla, casi minimalista, de felicidad.

Sorprende que, proviniendo de formaciones ambiciosas (Nova Galega de Danza, los últimos Berrogüetto), Díaz vaya recalando en un discurso cada vez más desnudo, tanto en aCadaCanto como en su faceta solista. Le acompañan ahora las diez jovencísimas pandereteiras de Adufeiras de Salitre, alumnas suyas de percusión, bendito ejército tribal que aporta una sonoridad rabiosamente terruñera. Pero Xabier no recurre nunca a la estridencia ni el aspaviento. Prefiere el canto sereno, matizado. Y con ese melisma precioso que le fueron enseñando sus viejitas informantes, desde Os Ancares a la Costa da Morte.

La responsabilidad instrumental recae en los hermanos Javier (acordeón) y Gutier Álvarez (violín y zanfona), sobrinos del gran Pancho Álvarez (Carlos Núñez) y exquisitos en su papel de virtuosos contenidos. Los Álvarez son ágiles en la melodía y telúricos en la creación de ambientes. La extraordinaria Cantiga da Montaña, con su atípico compás de cinco por ocho, es la cumbre de este repertorio: elegante, contagiosa y abierta a oídos lusistas (recuerda a Ó rama Ó Qué Linda Rama) e incluso a seguidores de Zach Condon (Beirut). También los coros disonantes en el Pasodoble de Beo y la inmediata chispa bailable del Maneo de Vilaño. Díaz renuncia a grandes arreglos, virguerías armónicas o guiños a proyectos anteriores, decisiones seguramente discutibles. Pero la felicidad también pasa por la ligereza del equipaje.

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