La capital tiene solo 568 chabolas repartidas en 10 núcleos distantes
Es la quinta parte de las que había tres décadas, con 2.670 chamizos en grandes núcleos en el límite del término o lugares de difícil acceso
La ciudad de Madrid tiene un total de 568 infraviviendas, repartidas en diez zonas distantes. La cifra supone la quinta parte de las que había tres décadas, cuando la capital tenía más de 2.670 chabolas en grandes núcleos situados justo en los límites del término municipal o en lugares de difícil acceso. En la actualidad, el distrito de Villa de Vallecas acoge el grueso de estas infraviviendas, con las zonas de la Cañada Real Galiana y el Gallinero. El resto se distribuyen entre Fuencarral-El Pardo, Hortaleza y Villaverde. La Comunidad cree que puede acabar con ellas en un máximo de 10 años.
A un madrileño con memoria le vienen a la cabeza los grandes poblados chabolistas que ha habido en la capital en los últimos años, muchos de los cuales eran grandes focos de venta de droga. Las Mimbreras, en el distrito de Latina; El Salobral, en Villaverde; Pitis, en Fuencarral, y La Celsa, en Vallecas, son algunos ejemplos que han pasado a la historia. Ahora en esos terrenos se levantan modernos edificios e incluso centros de formación.
El panorama es bien distinto en los pocos poblados que aún perviven. El mayor de ellos es el de la Cañada Real Galiana, donde según la Agencia de la Vivienda Social —organismo de la Comunidad de Madrid en el que se ha fundido el antiguo Instituto de Realojamiento e Integración Social— hay más de 400 chabolas. Muchas de ellas están ocupadas por personas que llevan décadas pidiendo que se legalice su situación. Sin embargo, la parte más dura de esta enorme superficie de unos 14 kilómetros de longitud se ha convertido en el mayor hipermercado de venta de droga de España, tras el cierre de otro poblado chabolista de gran fama, Las Barranquillas. Este a su vez también fue sucesor de otro hiper de la droga, La Celsa.
La quinta parte de barracas que en 1986
- En 1986 había en la región 2.674 chabolas, de las que la gran mayoría se asentaban en la capital.
- En 1998 se creó el ya desaparecido Instituto para el Realojamiento e Integración Social (IRIS). Desde entonces y hasta este año, se ha acabado con 113 núcleos chabolistas, que incluyen 2.961 infraviviendas.
- En 2005 el Instituto Nacional de Estadística cifró en 5.000 las personas que vivían en las 1.400 chabolas que había en la región.
- En estos 17 años el IRIS ha acabado con zonas como Jauja (Latina, 82 chabolas), La Celsa y La Rosilla (Vallecas, 145 y 96), el Pozo del Huevo (Villa de Vallecas, 171), El Salobral (Villaverde, 261), Pitis (Fuencarral, 130) y Mimbreras (Latina, 121).
Lo que está haciendo el Ayuntamiento para acabar con este foco de venta de droga es derribar las infraviviendas cada vez que la policía desarticula un clan dedicado a la venta del estupefaciente. El último fue el de Los Bigotes, tras lo que, según fuentes policiales, solo quedan ya dos clanes importantes de menudeo de droga.
A poco más de un kilómetro se encuentra el otro gran foco de chabolismo en Madrid. Se trata del Gallinero, poblado por gitanos rumanos que se dedican a la mendicidad. Están censadas unas 95 familias, pero la población oscila en función de la época del año en que se haga el censo. Allí la Guardia Civil y la Policía Nacional han desarrollado diversas operaciones contra grupos dedicados al robo de cable de cobre. De hecho, la parte posterior del poblado está repleta de restos de cable y de cenizas de las grandes fogatas que los lugareños hacen casi a diario para pelarlo. Los servicios sociales y diversas organizaciones, como la parroquia San Carlos Borromeo, atienden a sus habitantes, en especial a la población infantil. Esta, con edades entre los 3 y los 16 años, acude todos los días al colegio gracias a un transporte escolar.
“Esos son los dos puntos de mayor concentración de chabolas de la capital. Luego hay otras 45 infraviviendas dispersas. Por ejemplo, quedan cuatro en el camino de las Barranquillas o en la carretera de Canillas, en Hortaleza”, explica la directora de la Agencia de la Vivienda Social, Isabel Pinilla.
Fuencarral-El Pardo acoge los otros tres poblados más importantes de la ciudad. Se encuentran en la calle de Antonio de Cabezón, junto a las vías del tren; en la calle de Oteruelo, cerca de la M-40 y el monte de El Pardo, y en la calle de Isla de Java, próximo al nudo de Manoteras. En Villaverde hay alguna infravivienda en la avenida de Andalucía.
Responsabilidad municipal
La responsabilidad del realojo y la atención de los residentes en infraviviendas recae en los Ayuntamientos, pero la mayoría —entre ellos el de Madrid— prefieren firmar un convenio con el Gobierno regional, de forma que sea este el que solucione el problema. La capital paga todos los años 1,3 millones de euros para que la Comunidad vigile y controle los núcleos chabolistas y facilite apoyo social, vecinal y educativo a sus habitantes.
El realojo se hace siempre en pisos cedidos por los Ayuntamientos. Eso sí, antes es necesario que los chabolistas pasen por cursos que ayuden a su integración. “Nunca los agrupamos en los mismos edificios. Optamos por diversas promociones para que estén dispersos y evitar así que se formen guetos. Luego están muy controlados para evitar problemas con los vecinos”, añade Pinilla.
“Se han dado pasos muy importantes en los últimos años al terminar con los grandes poblados. El chabolismo puede acabar en la capital en un plazo máximo de cinco o diez años”, añade optimista la directora.
Viaje al inframundo de las ratas y la suciedad
El poblado chabolista del Gallinero se encuentra a tan solo 15 kilómetros de la Puerta del Sol. Es la distancia que separa la urbanidad, las calles y los servicios de la suciedad, la pobreza y las ratas. Adentrarse en esta zona de infraviviendas, al igual que en la Cañada Real Galiana, es meterse de lleno en barrizales donde las casas están identificadas con grandes números pintados en los tableros de madera que hacen las veces de paredes. De tejado, restos de uralita o grandes paneles de plástico.
La basura se amontona por todos los lados y resulta chocante que muchos tejados estén cubiertos de viejos juguetes. También llama la atención que muchas mujeres se dediquen a barrer delante de sus casas. Mientras, sus hijos, que parecen inmunes a todas las infecciones, juegan en medio del estercolero, a veces con las mismas ratas.
Los vecinos cogen agua de la única fuente que hay fuera del poblado con grandes garrafas que transportan con las ruedas de los carros de la compra. La ropa, una vez lavada, es tendida fuera de las chabolas, a la vista de todos. Para hacer sus necesidades fisiológicas, se van fuera del poblado hasta una zona reservada a tal fin.
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