Ratas sabias
Protagonistas de un sinfín de espectáculos que recalaron en Barcelona durante todo el XIX, a partir de 1914, con la epidemia de peste, se asociaron a plagas y desgracias

Paseando con mi madre, hace pocos días pasamos junto a un solar cubierto por la maleza que languidece en la calle Teniente Flomesta. Por suerte, ella iba hablando conmigo de espaldas al descampado, y no vio que un desaprensivo había abandonado una bolsa de basura, sobre la que comían tranquilamente un grupo de orondas ratas. A mi madre le dan pánico estos animales, y yo preferí distraerla para que no reparase en los ejemplares que correteaban a escasos metros de nosotros. Mirándolas, me vino a la memoria un espectáculo que vi hace muchos años. Y fue ese pensamiento el que dio origen a esta crónica.
Aunque despiertan violentos terrores, estas bestias son muy inteligentes y fáciles de amaestrar. En el siglo XIX, además de servir como carnaza para perros terreros en las cacerías con apuestas, formaron parte de ferias y circos de toda clase. El espectáculo con ratas más antiguo que he localizado en Barcelona se remonta al 1853, cuando los hermanos Siciliani mostraron números con monos, perros y ratas indianas (que era como llamaban entonces a esos roedores blancos que pueblan los laboratorios). Bajo un entoldado que instalaron en la plaza Duc de Medinaceli, Salvador Siciliani presentaba a sus “ratas sabias” que ejecutaban cuadros y acrobacias como “la rata sacristán”, “la rata cartero llevando una carta al correo”, “la rata sereno llevando el farol”, “la rata artillero pegando fuego al cañón”, “la rata voladora que hará algunos juegos sobre la cuerda floja”, o “las ratas amo, lacayo y caballo”. Por la prensa es posible seguir el rastro de este espectáculo en Madrid tres años después, o en Palma en 1858. Entonces la entrada general costaba 1 sueldo; niños y soldados, 3 cuartos. La última vez que salieron en los periódicos fue en el Diario de Córdoba de 1874.
En aquellos tiempos, los juegos con ratas eran habituales en calles y plazas, junto a charlatanes, tiovivos, organilleros, circos acrobáticos e hípicos, extravagancias y deformidades. A veces, estas funciones eran una mezcla de juego y publicidad, como la que en 1890 publicó en La Vanguardia el señor Jorba, propietario de una acreditada casa de máquinas de coser en la calle Hospital, quien se apostaba mil duros contra un extranjero a que no era capaz de matar a su ratón amaestrado. A las nueve de la noche del 28 de diciembre de ese año, día de los Santos Inocentes, convocaba en su tienda a todo aquel que quisiera contemplar el reto, y las habilidades como escapista de su pequeña mascota.
En la década de los setenta se llegaron a organizar cacerías colectivas de roedores como reivindicación vecinal, como la que se llevó a cabo en Ciudad Meridiana en 1973
Entre el fin del XIX y principios del XX, las ratas tuvieron un gran éxito sobre los escenarios. En febrero de 1892, el diario Le Temps dedicó dos reportajes al ruso Anatolie Duroff, que presentó en el Folies Bergère de París un espectáculo con 230 ratas que ejecutaban diversos ejercicios. Por aquellas fechas, el clown ruso Olechansky, conocido como “El rey de la paciencia”, recorría la península como domador de gatos y ratas. Y en la Navidad de 1906 se presentaba en el Palacio de la Ilusión, una sala de cine y variedades situada en la Gran Vía (donde ahora está el Coliseum), el famoso payaso Diávolo y sus animalitos adiestrados, que tuvieron un gran éxito junto a las trapecistas Hermanas Benítez, el dúo equilibrista de Los Gomosos, el ventrílocuo Nitram o el cupletista Pepe Marqués. En 1908, Diávolo y sus roedores actuaron también en el teatro Novedades.
El último espectáculo que he localizado de esta Edad de Oro del género ratonil lo presentó el contorsionista Sixto Climent (un antiguo miembro de la compañía Alegría), que en 1910 protagonizaba un “número burlesco excéntrico” con ratas domesticadas. El diario La Correspondencia de España informaba de que Climent había vendido su notable colección de bestezuelas a diversos circos, al precio de 25 duros el ejemplar. Sólo cuatro años más tarde, estos animales fueron acusados de la epidemia de tifus que asoló Barcelona. Ese verano se produjo una plaga de ratas y ratones en toda Cataluña, y las autoridades organizaron un servicio de policía sanitaria para su persecución y exterminio (en especial las infestaciones en los solares de la Reforma, la actual Vía Layetana). Ese noviembre, Alfredo Opisso escribió sobre la epidemia y el estallido de la Primera Guerra Mundial: “¿Qué otro origen tiene ésta de Barcelona más que la guerra? Serán los repatriados, serán las ratas, pero no la hubiéramos tenido sin la guerra franco-anglo-alemana”. A partir de ese momento, las noticias sobre estos bichos están asociadas a las plagas. En la década de los setenta se llegaron a organizar cacerías colectivas como reivindicación vecinal, como la que se llevó a cabo en Ciudad Meridiana en 1973.
Las ratas sólo regresaron a los escenarios con el punk, en forma de animales que parecían proceder de la alcantarilla, enormes roedores de color gris que se movían con amenazadora seguridad por la pista del Cirque Aligre de París, que en 1981 montó su carpa en el Matadero Municipal (hoy parque del Escorxador). Uno de sus componentes, Branlotín Dromesko, Branlo, se ponía sus cabecitas dentro de la boca, las hacía saltar por arcos flamígeros y hacer equilibrios sobre la cuerda floja.
Pasado el susto general, Branlo volvió diversas veces en solitario: los de mi generación habíamos visto su número callejero en la plaza del Pi. Después sería el titiritero Pepe Otal quien, en el teatro Malic, presentó un número de ratas en su obra Cuento de Madera, basada en Pinocho. Contaba el desaparecido marionetista que el día del estreno se le escaparon, pero no dijo nada para no sembrar el pánico entre el público. Branlo volvería en 2006 con el Petit Théatre Baraque de Branlo et Nigloo, que se presentó en el festival Trapezi de Reus con un espectáculo de 20 ratas. Que yo sepa, la última vez por estas latitudes que estos animalitos han abandonado los descampados y los sustos a las ancianas para probar fortuna en el circo.
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