Chick Corea ofreció una noche mágica
Risueña velada en el Auditori de Barcelona
Chick Corea es el hombre de las mil caras (todas risueñas y seductoras, por supuesto). Puede pasar de la música más acústica e introspectiva a los trallazos de electricidad y ritmo sin solución de continuidad. Hace un par de meses estuvo de gira con su amigo Herbie Hancock, dos pianos de cola sin aditamentos sintéticos. Ahora, como yéndose al otro extremo, había remozado su banda eléctrica, The Vigil, para una nueva gira. Así, del concierto del jueves en Barcelona podía esperarse una puesta al día de Return to Forever o algo parecido. Nada más lejos de la realidad: Corea se reinventó en acústico y regaló al público, que prácticamente llenaba el recinto, una de esas noches mágicas que, tal vez por no esperarlas en ese formato y con ese envoltorio, resultan todavía más gratificantes.
Corea comenzó como siempre sonriendo, fotografiando con su móvil a los fotógrafos que le fotografiaban y, tras presentar a sus músicos (los presentó varias veces a lo largo de la velada) se sentó ante el impresionante Yamaha CFX y ya no lo dejó hasta el reglamentario bis. Su bajista ni siquiera cogió el bajo eléctrico en todo el concierto.
La cosa había comenzado recordando a Bud Powell (eterno mentor) y a Roy Haynes (viejo compañero de fatigas y abuelo de su actual batería Marcus Gilmore). Siguió con un tango dedicado a su madre y, cuando todo estaba ya caliente, invitó a su amigo Carles Benavent para recordar juntos a Paco de Lucía con una versión impresionante llena de duende del ya eterno Zyryab que los tres habían grabado juntos en 1990. La presencia de Benavent fue la chispa que convirtió algo, que ya era estupendo, en un momento mágico. La complicidad entre el bajista barcelonés y el pianista es total, pura sinergia que levantó también al resto de músicos consiguiendo que Tim Garland, con el saxo soprano, bordara uno de los solos de la noche.
Misión cumplida: cuatro temas en largos desarrollos y con mucho espacio para que todos los músicos pudieran explayarse, en especial el propio pianista, y concierto concluido. Pero faltaba el bis. Corea se sentó entonces ante los teclados para recrear el inicio del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez que desembocaría, no podría ser de otra forma, en un turbulento y energizante Spain con Benavent todavía sobre el escenario, Corea volando alto, muy alto y consiguiendo además algo sumamente difícil: que el público barcelonés cantara sin desafinar demasiado.
Dos horas de pura magia que concluyeron como habían comenzado con los músicos fotografiando al público puesto en pie, apretujones de manos con las primeras filas, selfies y sonrisas por doquier. Imposible abandonar el Auditori de mal humor. Chick Corea había vuelto a conseguirlo.
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