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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Atrapado en el tiempo

El penoso resultado del PPC el 27-S ha vuelto a mostrar los problemas estructurales que corroen su proyecto político desde hace casi cuatro decenios

El sistema catalán de partidos políticos surgido de la transición postfranquista experimenta, desde hace aproximadamente un lustro, una metamorfosis tan acelerada que la velocidad dificulta a veces calibrar su magnitud. Por ello puede ser útil detener por un momento el visionado del film y comparar el último fotograma, el de ahora mismo, con el correspondiente a veinte o veintitantos años atrás. Por ejemplo, el del olímpico 1992.

Por esa fecha, y tras las elecciones catalanas de aquel 15 de marzo, Convergència i Unió comenzaba a gozar de su tercera mayoría absoluta consecutiva: 70 escaños, 16 de los cuales pertenecientes a Unió. Hoy, Unió es extraparlamentaria y CDC, convulsionada por escándalos que afectan a su misma raíz, se halla semidiluida dentro de Junts pel Sí y en proceso de profunda transformación. En cuanto al PSC —gobernante en todas partes excepto en la Generalitat— los 40 diputados de entonces (27,5%) le permitían aún consistentes esperanzas de aprobar en el futuro su gran asignatura pendiente. Tras el 27-S, votos y escaños se han reducido a bastante menos de la mitad, el cinturón rojo ha mudado de color y, una vez perdido su hemisferio catalanista, el partido es poco más que una federación autonómica menor del PSOE.

En 1992, Esquerra estrenaba apenas la etiqueta independentista, percibida por muchos como un síntoma de marginalidad, y sus esforzados 11 escaños parecían una proeza. Hoy, aunque momentáneamente eclipsadas las siglas, ERC ocupa una posición central, y el independentismo abarca más de la mitad del arco parlamentario. Iniciativa, por su parte, trataba de modernizar la herencia del PSUC con resultados modestos (6,5 %). Hogaño, los resultados no son muy superiores (8,9%), pero la marca ICV parece abandonada en beneficio de cócteles de izquierdas de etiqueta variable. El año de los Juegos, casi nadie fuera de Arbúcies, El Masnou, Banyoles y Valls había oído la sigla CUP, a la que ahora todos cortejan y hasta Duran Lleida elogia. En fin, Rivera y Arrimadas iban tranquilamente al cole, y de Ciutadans no existía ni la idea más embrionaria.

Entre esos dos escenarios tan dispares (1992 y 2015) sólo hay un partido que permanece impávido, inmutable, como instalado en el día de la marmota: el PP catalán. Misma sigla, parecido score (6%, 8,5%), mismo discurso, misma marginalidad, idéntico dépaysement. Con el sulfúreo catedrático Vidal-Quadras o con el bronco sheriff García Albiol.

El penoso resultado del PPC en las recientes elecciones catalanas ha vuelto a poner de relieve los problemas estructurales que corroen dicho proyecto político desde hace casi cuatro decenios, más allá de espasmódicas remontadas. Y mira que el escenario parecía ideal: Rajoy en la Moncloa y, aquí, un desafío secesionista de verdad, no como las intenciones ocultas que era preciso atribuirle a Pujol; y la participación casi al 78%, cumpliendo el viejo sueño de “unas autonómicas donde se vote tanto como en las generales”, especialmente en la región metropolitana. Pues pese a ello, y pese a utilizar todos los aparatos del Estado, el Partido Popular cae a niveles de voto de un cuarto de siglo atrás y resulta humillado por Ciutadans, una fuerza sin pasado y que apenas está dejando de ser local.

¿Cuáles son esos problemas crónicos? Por resumir: la flagrante y mal gestionada dependencia de Madrid. Allí, en Génova 13, han creído siempre que apoyar a la sucursal catalana significa entrometerse y tutelar sin disimulo ni pudor: designar arbitrariamente candidato a García Albiol, y luego aplastar la campaña del PPC bajo el peso de Rajoy, ministros y barones. La noche del 27-S, algunos cuadros de la calle de Urgell se quejaban de la excesiva y perjudicial presencia de don Mariano... A buenas horas.

El año de los Juegos, casi nadie fuera de Arbúcies, El Masnou, Banyoles y Valls había oído la sigla CUP

Y luego está la imposibilidad de consolidar un liderazgo solvente, porque (como evidenció el caso de Josep Piqué) si es solvente no aceptará ser una marioneta. Ahora mismo tenemos a Alicia Sánchez-Camacho convertida en un jarrón chino... de los de bazar todo a cien, resuelta a no apartarse si el partido no le garantiza alguna poltrona institucional confortable. A García Albiol expectante, ignorando si será el nuevo líder orgánico o bien se le considera amortizado por la derrota y hay que buscar a alguna mujer joven que compita en imagen con Arrimadas. Y el cartel para el 20-N por decidir, y Rajoy deshojando todas las margaritas.

Así, no hay manera.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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