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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más allá del 28-S

Unas resacas electorales son más punzantes que otras. Entre otros rasgos, lo que hemos estado viviendo es el predominio de lo emotivo sobre los hechos o al margen de los usos razonables

Una brisa de otoño arrastrará por los bulevares la última pancarta electoral después de los recuentos de votos, las satisfacciones, las sorpresas, las frustraciones o el medio minuto de gloria. ¿En qué medida la vida pública puede interesarnos hasta el punto de aplicarle parte del tiempo que dedicamos a los pilates, Masterchef o a la pesca submarina? Al hablar de democracia participativa tal vez estemos dándoles vueltas a un espejismo porque las franjas más anchas de la sociedad circunscriben su participación en la vida pública al día del voto en las urnas, si no al abstencionismo. Más o menos, todos tenemos alguna opinión política, pero no exactamente convicciones, ideales o capacidad de entrega a una causa absoluta y arrebatadora. Ni tan siquiera sabemos sin votamos por interés o por una decisión moral, con el bolsillo o por un sistema de vida.

Claro que unas resacas electorales son más punzantes que otras. Entre otros rasgos, lo que hemos estado viviendo es el predominio de lo emotivo sobre los hechos o al margen de los usos razonables. Pero aún así, uno se cansa, y eso no es erróneo por definición porque hay vida más allá de la política del mismo modo que pagar impuestos o respetar los semáforos es una forma de participar honorablemente en la vida pública sin que eso represente menos capacidad de convivir que entregarse al activismo o a la erección política permanente. ¿Por qué no menos Viagra emocional y más atención al espíritu de las leyes que rigen toda una forma de coexistir? Eso no tiene por qué ser más prosaico que la épica. A la vista de algunas ofuscaciones épicas, hay quien prefiere seguir dándole los buenos días al vecino, aunque le caiga fatal. Encarar la responsabilidad como individuos y no esperarlo todo del Gobierno tiene poco sex appeal pero, al fin y al cabo, viene a ser asumir de modo realista las normas elementales del buen gobierno en lugar de la falsa maximización de sus expectativas.

De una parte, Pericles y Lincoln; de otra garantizar el funcionamiento del alcantarillado municipal y que las motos no aparquen en el vestíbulo de casa

Con tanto politólogo empeñado en no rectificar cuando se equivoca, a veces solo podríamos confiar en esa cosa hoy por hoy cursilona que es el sentido común. De una parte, Pericles y Lincoln; de otra garantizar el funcionamiento del alcantarillado municipal y que las motos no aparquen en el vestíbulo de casa. No hace falta considerar funesto que la democracia sea algo aburrida. En la película El tercer hombre, se dice que los Borgia fueron una familia amoral, pero contribuyeron al gran arte mientras que la pacífica Suiza solo ha creado el reloj de cuco. Con frases así, convertimos la vida pública en un garito de apuestas clandestinas. En realidad, la Viena de El tercer hombre era un montón de escombros, consecuencia de los pulidos sistemas ideológicos del totalitarismo, mientras que Suiza había logrado mantenerse al margen de la Segunda Guerra Mundial.

Gaziel, aunque tan equivocado al suponer que si vencían los aliados iban a derrocar el régimen de Franco, apreciaba la precisión suiza del reloj de cuco frente al nuevo gran Berlín que Albert Speer había proyectado para Hitler. Suiza, para Gaziel, era la mesura de una libertad posible. En fin, un portento de la inteligencia. La Administración funciona, la tolerancia es una práctica y no un deseo, el uso de las diversas lenguas es ejemplar, al igual que aquella Confederación Helvética ha logrado sedimentar un modo propio de deliberación colectiva.

Comparada con las naciones vulgares que Dios ha esparcido por el mundo, Suiza es la superación del cálculo, en relación al instinto: “Suiza parece un principio de Kant llevado a la práctica en medio de un caos de montañas”. Fina fórmula, un logro más del Gaziel que escribe el grueso de su obra de memorias y ensayo en la plenitud de sus sesenta años. No es casual que uno de sus mejores libros sea Seny, treball y llibertat, sobre aquella Suiza que Gaziel tanto admiraba porque la conoció como dato ejemplar de la Europa burguesa, liberal-conservadora, sensata.

En Suiza la vida política queda dosificada en la más justa de las medidas o digamos, la menos injusta, para no caer en la hipérbole. El poder se ejerce con gran discreción, tan ajeno a las demagogias, al sentimentalismo de las masas. Tal vez Seny, treball i llibertat sería una buena lectura para más allá del día después. Habrá que comprarse un reloj de cuco.

Valentí Puig es escritor

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