El contagioso cosquilleo del ‘Corazón partío’
Alejandro Sanz no falló en el primero de sus dos Sant Jordi
¿Dónde estaban los candidatos?, allí tenían la más variada representación de la sociedad llamada a las urnas. Los había mayores y aún tiernos, rubias y algunos morenos, vestidos en cadena económica y con alguna chaqueta de apellido italiano, hablaban en catalán y castellano…. y ¿cómo se dice ahora?, ah, sí, representaban a todas las sensibilidades aunque con sesgo popular. Pero sólo estaban Alejandro Sanz y el poder de la música para vadear sentimientos e ideas entre las orillas más distantes. Él y su banda, ruidosa en los primeros compases y en El silencio de los cuervosallí donde Alejandro dice desear "que el marine se convierta en marinero", así en plan conciencia. El concierto comenzaba con retraso dado que, tomen nota los que hoy acudan al segundo, con la avenida María Cristina cerrada por la inminente Mercè llegar al Sant Jordi costó un infierno. Pero el cielo esperaba.
Era un cielo límpido de emoción efervescente que retenida por el sonido atronador y pelín funky de las primeras piezas, entre ellas la aflamencada No madura el coco, explotó en un griterío agudo de voz femenina cuando llegó Desde cuándo, un retazo de años mozos e ilusiones aún no melladas. Para rematar el efecto, todo y que la versión no pareció inicialmente la habitual, un Quisiera ser armada también por la memoria de años atrás, convirtió de nuevo a todas aquellas voces blancas del Sant Jordi en entregadas coristas. Lo habitual en los conciertos de Alejandro Sanz, una suerte de metrónomo que no parece abierto a los cambios.
Pero los hubo, al menos en relación al concierto que ofreció en Cap Roig ayer justo hace un mes. No tanto en lo tocante al repertorio, en el que incluyó un arranque flamenco en solitario, sino en la iluminación, en el Sant Jordi sustentada por unos triángulos fluorescentes. Esa iluminación, la distancia, con la consiguiente dificultad de pillar el brillo de la mirada de Alejandro y su media sonrisa, y la natural carga de decibelios propia de unas 14.000 gargantas sin temor a la afonía porque vociferaban empatía, fueron los cambios más perceptibles entre ambas actuaciones. Bien, y que en Cap Roig el concierto sonó en conjunto equilibrado, sin estruendo y en general más matizado. Pero claro, ver a tantas personas botar cantando La música no se toca, Corazón partío, Looking for Paradise o A que no me dejas tiene un plus, un cosquilleo que contagia a quien asiste a tamaño espectáculo. En resumen, había más volumen en ambas orillas, en el escenario y en el mar de la platea y de las gradas.
Y con esas constantes el concierto fue consumiendo su tiempo empujado por metales, estrujado en popurrís para no dejarse ningún recuerdo sin evocar. Y aunque el recurso sea un poco tramposo, siempre deja al público a medias, una especie de birlibirloque pautado por el imposible deseo de contentar a todas, nadie entre la asistencia cuestionará este pelillo en la mar de un repertorio largo con media docena de piezas de Sirope, el disco de alma funky que ha motivado la gira. No es, de largo, uno de los mejores de Alejando, pero ya tiene su estilo muy cincelado, dispone de un repertorio de largo recorrido, sabe ser tierno y se tiene a sí mismo, siempre vestido de oscuro, con el estilo de quien sale de casa a comprar el diario y a tomar un café en el bar de la esquina. El metrónomo no tropieza, Alejandro, siempre con mujeres en la banda, no falló en el Sant Jordi.
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