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El secreto de un ‘nomeolvides’

Ana María Aguilar mató a golpes a dos ancianas octogenarias a las que conocía para robarles joyas y dinero. Una pulsera hallada en su bolso la incriminó

Rebeca Carranco
Ana María Aguilar, de espaldas, durante su juicio en la Audiencia de Barcelona
Ana María Aguilar, de espaldas, durante su juicio en la Audiencia de Barcelona

Algo se torció en el gesto de Ana María Aguilar cuando los policías le pidieron que vaciase su bolso. Era una panadera de barrio, que conocía y trataba con amabilidad a su clientela habitual; una mujer de 60 años, afable y cooperadora, que seguía negando cualquier relación con el asesinato a golpes y cuchilladas de dos ancianas, de 86 y 81 años, en Mataró. Pero Ana María era el único nexo entre las dos víctimas. Además, hacía pocos días había vendido la montura de unos pendientes de oro iguales a los que robaron a una de las ancianas tras asesinarla. Y tenía una voz sospechosamente parecida a la de la misteriosa mujer que llamó al 112 avisando del segundo crimen.

Pero todo eran conjeturas... hasta que los agentes registraron su bolso. En uno de los bolsillos, encontraron la placa de una pulsera nomeolvides, donde se podía leer grabado: “Concepción”. Así se llamaba la primera muerta. En aquel momento, Ana María fue detenida.

El primer asesinato fue el 17 de mayo de 2012. La hija de una mujer de 86 años, que vivía sola en el pasaje Enric Fité, la encontró en la cocina, con un golpe en la cabeza, y degollada. “La puerta de acceso no estaba forzada, había algunas habitaciones que no estaban revueltas y se había usado más violencia de la normal...”, cuenta el sargento de los Mossos d’Esquadra Xavier Rodríguez. El caso parecía un robo de alguien cercano, un asesinato aislado. Pero cogió otra dimensión cinco días después —el 22 de mayo—, cuando alguien llamó al 112 desde una cabina telefónica. “Era una mujer y decía que había pasado una cosa muy grave, que una anciana necesitaba ayuda”, recuerda el investigador. En el domicilio los policías se encontraron de nuevo con una puerta que no estaba forzada, con una casa revuelta de manera selectiva, y con una anciana muerta en la cocina, con un golpe en la cabeza y acuchillada.

La primera persona que les habló a los agentes de Ana María Aguilar fue la hija de la primera muerta. Les explicó que era una antigua vecina, con la que mantuvo una amistad y que a pesar de haber perdido el contacto, la mujer se presentó en la comisaría, el mismo día que hallaron el cadáver, para darles el pésame. Le pareció extrañísimo. Y su inquietud fue creciendo después de que la llamase 14 veces por teléfono para interesarse por cómo estaban. “Era como si quisiera obtener información o explicar otras vías de investigación”, razona Rodríguez.

Ficha técnica de la asesina

Datos personales. Ana María Aguilar, de unos 60 años, propietaria de una cafetería-panadería en Mataró.

Tipología. Asesinato a golpes y a cuchilladas de dos mujeres.

Víctimas. Dos ancianas de 81 y 86 años, a las que conocía y a las que robó dinero y joyas.

Perfil. Aguilar tenía deudas, y el local que regentaba no le funcionaba bien. Además, le gustaban mucho las joyas.

Móvil. Económico.

Su caída. Los policías encontraron en su bolso una pulsera de una de las víctimas.

¿Qué fue de ella? Cumple una condena de 44 años de cárcel.

Enseguida descubrieron que Conxita, la segunda víctima, vivía al lado de la “Iaia Anita”, la cafetería-panadería de Ana María. A partir de entonces, los policías no se despegaron de Ana María, que seguía con sus hábitos de vida normales. Entre ellos, repartir comida a domicilio a ancianos... En cualquier momento, la panadera podía entrar en casa de algún anciano a darle su pedido... O a cualquier otra cosa.

El 25 de mayo a las dos de la tarde, los policías que la seguían con discreción vieron que Ana María cogía un taxi. Sabían que iba a casa de un anciano. Los agentes no quisieron jugársela. Cuando la mujer salía del coche, la pararon y le propusieron ir a comisaría a tomarle declaración.

Ana María nunca derrotó, como se conoce en el argot policial cuando una persona se derrumba y confiesa, ni siquiera cuando apareció la pulsera. “Durante el interrogatorio estaba nerviosa, le temblaban las manos, lloraba constantemente, pero no se agobiaba, no se subía por las paredes...” como cabría esperar de alguien a quien se le acusa injustamente de matar a dos personas, recuerda Xavier Rodríguez.

“Siento mucho la muerte. Yo las quería y las apreciaba, no las he matado”, dijo en el juicio en su último turno de palabra. Su psicólogo en prisión la creyó: “Si lo hubiese hecho, a mí me lo hubiese dicho”. La Audiencia de Barcelona la condenó a 44 años de prisión.

 

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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