Una velada de grandes bailarines
Lucía Lacarra reúne a exquisitos artistas para homenajear a su maestro Víctor Ullate
Siete bailarines, un pianista y un gran escenario vacío. No hizo falta más para dejar al público que llenaba el auditorio escurialense encantado, y con razón. La función, bajo el título “Danza en cuerpo y alma”, fue concebida por Lucía Lacarra como un homenaje al maestro seminal tanto de ella misma como de Carlos Pinillos y Joaquín De Luz. No se reunían en escena desde hace mucho tiempo estos tres artistas, de lo mejor que ha dado el ballet español en los últimos años. Un homenaje más que justificado, pues la escuela Ullate generó en sus tiempos una poderosa promoción de artistas, sin igual en el panorama local, que ha brillado por sí misma y que ha dado carreras de gran predicamento y solvencia; la lista es larga y con lugar en la historia de la danza española reciente: además de los presentes, citemos a María Giménez, Igor Yebra, Jesús Pastor, Tamara Rojo, Ángel Corella, Carlos López, Marta Rodríguez Coca, Rut Miró o Víctor Jiménez. Fue un momento de gracia. Son los nietos estéticos de María de Ávila, cuna y germen del ballet español en muchas de sus ramas. Se pongan como se pongan otras escuelas, conservatorios y maestros, ninguna rama es como ésta de productiva, de eficiente, demostrativa de rigores que alcanzan la escena, la didáctica y sus comportamientos. Y no se ha vuelto a producir.
Carlos Pinillos, artista principal en la Compañía Nacional do Bailado de Lisboa estuvo acompañado de Filipa de Castro; Joaquín de Luz, primer bailarín en el New York City Ballet tuvo como partenaire a Sarah Lane, del American ballet Theater y Lucía Lacarra, en una espléndida forma tras su reciente maternidad, figura de cabecera del Ballet de Múnich, estuvo acompañada de Marlon Dino y de Erik Murzagaliyev, ambos compañeros de plantilla en la ciudad bávara.
El programa, ceñido a la actualidad coreográfica, a la creación moderna, mostró tres coreografías que pueden considerarse de repertorio del propio maestro: “Fratres” (1994) bailada por Pinillos y De Castro; “Sola” (2001) hecha por Lacarra y Dino y “De Triana a Sevilla” (1992) recreada por De Luz y Lane. La oferta se completó con cuatro interesantes productos coreográficos internacionales. A la cabeza, un clásico del siglo XX: “Other dances” (Robbins); también con categoría de repertorio “Tres preludios” (1969) de Ben Stevenson sobre Rachmáninov y dos piezas más recientes y sorprendentes por sus calidades particulares: “Movimiento lento para cuarteto de cuerdas”, de Vasco Wellenkamp sobre Anton Weber y el exitoso “Broken fall”, trío de Russell Maliphant sobre música de Barry Adamson creado en Covent Garden el 3 de diciembre de 2003 para Sylvie Guillem, Michael Nunn y William Trevitt, los chicos díscolos que son el germen de Ballet Boyz y de la George Piper Dances (George Piper no existe, hay que aclararlo, es un logo creado con los segundos nombres de Nunn y Trevitt).
A pesar de la parcial debilidad y eclecticismo de la música de Adamson, la interpretación que ofrecieron en Escorial Lacarra, Dino y Murzagaliyev no tiene nada que envidiar o emular a la original londinense, sino al contrario, por momentos resulta hasta más emotiva y comprensible, en su siempre críptica distancia y frialdad expositiva de las secuencias repetitivas y de las figuras de tinte escultórico, de fuerza y tensión ‘corpográfica’. Lacarra tiene (y exhibe) algunas de las mismas dotes que Guillem, y de las que se vale Maliphant para aderezar de un virtuosismo interior, de ductilidad, a la pieza. Es un trío de progresión lineal, en su momento muy alabado y premiado. Hoy, con la distancia, puede decirse que le sobran unos minutos, pero aun así resulta una gloriosa exhibición de nueva poesía escénica, de los meandros por donde deambula la creación coréutica del siglo XXI.
En “Tres preludios” Lacarra regaló un dibujo preciso y líquido, armonioso y musical; Dino, partenaire sin discusión de una seguridad asombrosa, manejó el dúo con solvencia. Pinillos y De castro ofrecieron otra conversación íntima corporal y sentimental en la pieza de Weber, llevando el registro a la intimación evocativa.
De Luz levantó la ejecución de “Other dances” con su arrojo y su buen baile en las variaciones, haciendo olvidar los fallos de su pareja. Piénsese que esta obra se creó por y para Barishnikov y Makarova, y ya eso pone el listón muy arriba. La aguda estilización de czardas, valses y mazurcas chopinianos sigue siendo una joya de riesgo y un culmen de estilo.
Esta misma y muy recomendable función de ballet se verá hoy sábado 8 en el Palacio de Festivales de Cantabria dentro del programa del Festival de Santander.
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