El ‘underground’ de Madrid
Decía Frank Zappa que la cultura oficial siempre sale a nuestro encuentro; pero al underground, tienes que ir tú mismo. ¿Cómo localizar entonces la cultura underground en Madrid?
Decía Frank Zappa que la cultura oficial siempre sale a nuestro encuentro; pero al underground, tienes que ir tú mismo. ¿Cómo localizar entonces la cultura underground en Madrid? Primero hay que tener en cuenta que desde los años 50 y 60 lo underground se asocia a toda expresión cultural que surge como alternativa a la cultura dominante o hegemónica y que contraviene sus valores. En ese sentido, como explica el investigador mexicano Ricardo García López, hay quienes para hacer referencia a manifestaciones culturales con más o menos las mismas características prefieren usar el concepto de cultura underground (Mario Maffi, Luis Racionero, Luiz Carlos Maciel), cultura subterránea (Guillermo Fadanelli), cultura alternativa (Leonardo Da Jandra) o hasta anti-cultura (Tomás Ibáñez).
En todo caso, García López habla de la elaboración y adopción de expresiones culturales —lenguajes, actitudes, vestimenta, música— con características propias, que al erigirse como alternativa cultural rompen con la idea de que es difícil crear propuestas culturales que se mantengan al margen o en franca oposición a la socialización de la cultura dominante. “La contracultura”, explica el investigador mexicano, “también presenta las siguientes peculiaridades: en ella no necesariamente está asumida una postura política o ‘ideológica’; y su ‘anacronismo’ y su forma de manifestarse suele ser sólo el reflejo de un descontento generacional”.
Desde esta perspectiva, lo underground de Madrid es hoy una serie de redes de personas, información y eventos en torno a diversas tendencias que se reflejan en conciertos, exposiciones, montajes escénicos, perfomances y festivales, cursos y talleres, deportes urbanos, publicación de libros e, incluso, ha llegado al mundo doméstico a través de la fabricación digital con el desarrollo de la impresión 3D. Eduardo Gallego, de Compublot, un colectivo educativo especializado en tecnología del diseño y robótica, dice al respecto que su trabajo, con niños desde los cuatro hasta los 18 años, se centra en el aspecto tecnológico, “y aunque no parece muy actual ese tipo de cosas, ahora mismo hay un desarraigo hacia la ciencia tremendo entre los estudiantes”. Por eso intentan “reconciliar” a los chicos y chicas en temáticas que piensan que son importantes para el desarrollo y el progreso de un país. ¿Underground, entonces? “Nosotros no somos estandarte de lo underground; para existir movimientos contraculturales necesitamos movimientos culturales, y lo que vemos es más bien un movimiento anticultural, donde a la gente no le importa nada lo que tenga que ver con la ciencia y la cultura. Nosotros planteamos un ‘movimiento cultural’ contrario a lo que hay, porque ahora lo que hay es ausencia de inquietud”. No es contracultural, sino procultural, agrega. “La innovación siempre obedece a una oposición frente a lo establecido. Y hoy está establecida la tontería y la idiotez como forma generalizada; no hay más que encender la televisión para darse cuenta de lo que prima ahora mismo”.
Pablo Bautista, uno de los organizadores de Mulafest, festival de tendencias urbanas de Madrid, prefiere no usar el término “underground” porque le parece que “es una etiqueta que tiene unos componentes que no se corresponden con la realidad de hoy. Hace algunas décadas había culturas oficiales y actividades urbanas que estaban prohibidas, ocultas o que no eran de interés general, pero desde hace algunos años lo que se observa es que la cultura establecida o alta cultura se ha visto seducida por la novedad de lo que en las calles sucede. Un poco en broma yo diría que es más overground que underground, porque hoy en día lo que se sale de la norma está por encima y capta incluso la atención de las grandes marcas, que necesitan acercarse a colectivos y personas que trabajan en libertad, sin las ataduras económicas o administrativas de los núcleos estables de la cultura”.
A través de este espectro, Bautista reseña manifestaciones urbanas en Madrid como el skatebord, el breakdance, el BMX, el rap; el grafiti, el tatuaje; el arte, la música o el teatro, y su hilo conductor es, señala Pablo, la creatividad y la dedicación no transitoria, al margen de modas. “Sin embargo, por ser en muchos casos actividades minoritarias, tienen un cierto halo de ir en contra de lo establecido; es decir, no es lo que te recomendarían tus padres que hicieras con tu vida”. Pablo considera que Madrid es una ciudad con mucha cultura urbana de este tipo y muchos colectivos que la desarrollan, aunque como apuntan Joseph Heath y Andrew Potter en su libro Rebelarse vende, lo underground, lo alternativo, lo contracultural, es un signo de diferenciación, un espíritu contrario a las normas; pero si carece de crítica y rebeldía, acaba derivando hacia culturas de consumo.
No obstante, como expone Pablo, se trata “de defender la creatividad local”. “Lo alternativo, lo underground, nace de la dificultad. En Madrid hay muchas cosas que pueden cambiar, y hay que incidir en las leyes que tratan a ciertos colectivos y personas que son artistas como delincuentes. Hay que crecer con leyes que permitan libertad, que se deje a las personas, con respeto, que desarrollen su creatividad. Un ejemplo: por qué hay un edificio que no se puede pintar si lo que se está poniendo en ello es una obra de arte, y no hay que confundir a aquel que ensucia con frases una pared con el que pinta una fachada que se ha quedado muerta por un fallo de desarrollo urbanístico que ha dejado edificios de diferente altura uno al lado de otro. En todo hay una posibilidad de liberar las normas de prohibición y abrir espacios en los que se propongan ideas y quieran hacer cultura. No hay que dejar de ver que ciertos deportes urbanos tienen que ver con la movilidad y su espacio es más amplio que un parque o un circuito. Por todo ello muchos colectivos no quieren ni subvenciones ni dinero, sino que los dejen hacer lo que necesitan”.
De Chamartín a Lavapiés, La Latina, Malasaña, Chueca, el Azca, la Plaza de Colón, Sol, Leganés, Carabachel, Usera o Madrid Río, pero también en el extraradio: de Getafe a Aranjuez y de Alcalá de Henares a Fuenlabrada, el underground, la contracultura, lo alternativo, el off y el off-off, se extiende como una brisa de frescura e inteligencia por todo la ciudad y crece como una vegetación transformando el paisaje urbano.
Una panóramica actual para trazar un mapa del underground madrileño comenzaría enfocando zonas como Lavapiés para el arte urbano, hablando específicamente del grafiti, pues cuenta incluso con un colectivo llamado Madrid Street Projects, el cual organiza visitas guiadas en el barrio, donde hay muchas piezas ocultas que a simple vista no se ven, ya que no se trata del típico muro de fachada completa intervenida, sino de pequeños detalles realizados en huecos y recovecos. Enseguida debería aparecer Malasaña y Conde Duque, donde han surgido en los últimos años galerías dedicadas al arte urbano, como Boa Mistura. Una exposición de fotografía, de pintura, de escultura, una instalación, una performance, reflejan el intento de algunos colectivos que quieren hacer algo diferente en el campo del arte sin seguir trayectorias tradicionales; artistas que escapan de lo convencional y buscan algo más fresco no siempre para que guste a la gente, sino por amor a lo que hacen y por propio gusto. Iván Cicchetti, de la galería de arte y eventos [Es]positivo, comenta que Madrid vive, en ese sentido, un momento de cambio. “Nosotros hemos presentado un proyecto a Ahora Madrid, en el que hemos pedido no ayudas económicas, sino ayuda a nivel de autorizaciones para poder organizar eventos en la calle, mover instalaciones artísticas, performances en la calle, música, para que haya un movimiento cultural más grande y que la ciudad se desarrolle en esa dirección”. Cicchetti indica que el arte urbano más underground es el que “brinda la posibilidad a gente que nunca había pensado que podría gustarle el arte, de descubrir ese mundo. El problema no es que no se promueve este tipo de arte, sino que no se consiente. Nosotros tenemos a un artista, Borondo, reconocido a nivel mundial entre los mejores, a quien detuvieron en Madrid mientras pintaba en la calle y le impusieron una multa de tres mil quinientos euros, que ha tenido que pagar pintando para el ayuntamiento cuatro fachadas en la zona de Tetuán. Así que a Bansky seguramente lo habrían multado también si lo pillan en Madrid pintando”.
En el terreno musical, el problema de la escena más underground pasa por una reconsideración de los propios locales, donde en muchas ocasiones la gente va solo para tomar una copa o quedar, así que la tipología musical que uno puede encontrar en ellos no está claramente definida para propiciar el desarrollo de una escena creativa underground como ocurre en Berlín o Londres, donde en determinados lugares la gente va solo a escuchar música.
Como explica el crítico musical Kiko Helguera, contrariamente a lo que sucedió en Madrid a comienzos de los años 80, no hay en la actualidad un movimiento musical contracultural o alternativo tan potente, conectado y extendido por la ciudad como entonces. “En aquella época, y bajo el paraguas de lo que se llamó ‘La movida’, todo lo que sucedía en la calle y en la música era alternativo y contracultural pues salíamos del régimen del general Franco y casi todo había estado prohibido hasta entonces”.
En la actualidad, Helguera aprecia un Madrid mucho más abierto, culto, cosmopolita y moderno y varias de sus escenas musicales son vanguardistas, “aunque están integradas en el sistema o no lo cuestionan directamente”, aclara, refiriéndose a las escenas del rock y del pop independiente, la del flamenco, la de las músicas negras (soul y funk), o las de la electrónica y el “house”. “Tampoco el espíritu de la ciudad es tan contracultural como en los 80. Las culturas alternativas están más fragmentadas y aunque el fenómeno del 15-M (Ahora Madrid, Podemos) es política y socialmente importante y aglutina buena parte del espíritu de la ciudad, no es un movimiento anti- sistema ni culturalmente homogéneo, sino más bien una amalgama de sensibilidades rebeldes y transformadoras, pero de carácter transversal y ciudadano”.
Así pues, la cultura musical “underground” en Madrid se mueve, precisa Helguera, básicamente en torno a tres escenas: “La declinante de las músicas del mundo, muy pujante en los años 80 y 90 por la presencia de un fuerte núcleo de inmigración árabe y africano y que ahora se ha reducido principalmente por la falta de viabilidad de los proyectos tras el hundimiento de la industria discográfica y las dificultades administrativas y penurias económicas de las salas de música en directo como el mítico Suristán, que cerró en 2003, y La Boca del Lobo (en su última etapa , La Boca Club) desaparecida recientemente, y como bandas en activo interesantes mencionaría dos ejemplos: Ogun Afrobeat y Malabo Street Band. Una segunda escena, también minoritaria, sería la de la música jamaicana con unas características diferentes y representantes de varias generaciones como los pioneros Cañamán, Mad Sensi, Emeterians y los más recientes e interesantes Morodo y Python Dojo, con programación constante en la sala Sirocco. Finalmente, y con mucho más público y locales, está la escena del hip-hop, que no ha dejado de crecer desde finales de los años 80, con nombres consolidados como El Club de los Poetas Violentos, Def con Dos, Frank T, La Mala Rodríguez, Jota Mayúscula, El Chojín o La Excepción, y una gran variedad de propuestas desde el más ortodoxo y combativo políticamente flamenco-rap, y alguna derivación latina hacia el regateón”.
Son las seis de la tarde en el Retiro. Dani se va a convertir en Mr Mazer, un beatboxer madrileños. Ha quedado con un grupo de amigos y después de ensayar en las inmediaciones del monumento a Alfonso XII, en el Retiro, dirige sus pasos con sus colegas a una discoteca del barrio de Suanzes, para celebrar ahí una batalla de beatboxers. Vienen de Aranjuez, Ciempozuelos, Prosperidad, Nuevos Ministerios, Vicálvaro. Mr Mezer comienza a calentar su cuerpo antes de subir al escenario para ejecutarlo como instrumento. Una vez arriba, comienza a expulsar aire por la boca, coge un ritmo 4x4 y a partir de ahí los sonidos aparecen diáfanos; mete bombos y cajas utilizando las resonancias de su tórax; estabiliza el compás, busca velocidad, más ritmo y sus pulmones se hinchan y deshinchan hasta que hace una pista sonora de drum’n’bass y aflora el house. La fiesta se anima a tope. La gente aplaude, aúlla. Entonces salta otro beatboxer, y luego otro y otro, así hasta seis veces. Mr Mazer se defiende y ataca produciendo pistas sonoras cada vez más intrincadas. Los otros beatboxers contraatacan. El público ruge. Los combates son uno a uno y uno a uno se “eliminan” entre sí respondiendo con técnica y show. “Hay batallas por parejas o grupales”, explica Dani, quien está detrás de Mr Mazer. Tenía 10 años cuando comenzó su afición por esta manera de hacer música. Ahora tiene 20 años e intenta que el beatbox se difunda y se anime un poco su escena. “En la calle no se puede hacer con normalidad porque la ley que aprobó el ayuntamiento de Ana Botella exige licencias para actuar, y su concurso no fue accesible. Así que quedamos en locales donde hacemos solos y actuamos en discotecas y fiestas de Madrid”.
Un mapa general del Madrid underground quedaría incompleto sin los deportes urbanos, del BMX (bici), al skate (tabla), el parkour (superar obstáculos físicos) o el streetwork (hacer ejercicio utilizando la calle como gimnasio), cuya práctica está tan localizada como la población que lo practica. Sin embargo, hay concentraciones emblemáticas donde se ejecutan rutinas acrobáticas y de exhibición, como Hortaleza, Madrid Río, la zona de Azca, el arco de Moncloa, Príncipe Pío o la Plaza de Colón, donde los skaters han tenido que sufrir la incomprensión del ayuntamiento cuando realizó una gran reforma que destruyó el punto de skate más importante de Madrid al entender esta disciplina como un acto vandálico, eliminando así un gran punto de encuentro juvenil para transformarlo en un espacio vacío y sin uso.
Tampoco habría underground sin tocar el campo del tatuaje y el bodypainting, donde Malasaña y Chueca e incluso hacia Ópera, son las zonas que cuentan con más concentración de estudios, aunque hoy en día funcionen cada vez más con sus propios canales digitales y estén muy distribuidos en toda la ciudad.
Hay algunos colectivos de brakdancers que se reúnen a un costado del Corte Inglés de Castellana, o debajo de las torres de Colón y en Sol, pero dependen más de la climatología y buscan superficies lisas y secas. Es un espectáculo verlos girar al compás de la música, como trompos sobre la acera sobre sus testas, enchufados a una gravedad de vértigo, con las piernas caminando hacia el cielo.
Madrid es un referente mundial en el campo de las artes escénicas, de lo que puede llegar a dar en materia de vanguardia teatral. Cuenta con espacios clásicos como La Cuarta Pared o el Teatro del Barrio (antes Sala Triángulo), surgidos hace 30 años, y otros más actuales, como La Casa de la Portera o La Pensión de las Pulgas, en el Barrio de las Letras; la Sala Tú, en Malasaña; la Sala del Arte, en Lavapiés, o Microteatro, en la zona de Universidad, que se ha convertido en un catalizador de la escena teatral más underground de la ciudad desde que comenzara su andadura en 2009 en un antiguo prostíbulo de la calle Ballesta. Verónica Larios, una de sus promotoras, relata que el colectivo empezó “por amor al arte, de forma desinteresada en lo económico e interesada por lo artístico, bajo un concepto novedoso que era hacer obritas pequeñas en las habitaciones de un ex prostíbulo, y el público pasaba de una a otra en hasta cinco habitaciones”. El éxito les llevó a darle una estabilidad a este formato (cuya duración va de 13 a 17 minutos cada pieza), abriendo una sala en la que, además de las obras de microteatro, el público puede cenar o tomar una caña. “Este concepto teatral lo que hizo fue dar la posibilidad a mucha gente de crear sus propias producciones de una forma fácil, económica, en un momento en que era necesario hacerlo así, porque la escena teatral estaba más bien muy acomodada en lo convencional y había cierta crisis artística”. Hablar de una escena underground, dice Verónica, sería como hablar de un off-off, un tipo de escena, subraya, “libre, no supeditada a un dinero público, a grandes producciones o empresarios cuyo único objetivo es el beneficio económico. Lo interesante es que hay ahora espacios para aquel que quiere probar por primera vez, ya sea escribiendo un texto o dirigiendo una obra”. En último término, Larios coincide en que la transformación que la escena teatral madrileña más underground está viviendo “debe servir para que por fin se reconozcan una serie de salas de teatro que han surgido ya sea en una casa o en espacios no convencionales, como lo que son: espacios culturales”.
Buscando justamente espacios culturales, se han abierto una serie de librerías en Madrid que potencian las voces de nuevas generaciones y una literatura que va por canales independientes, en cierta forma underground, como la librería Arrebato Libros. Pepe Olona, su fundador, es uno de esos libreros, editores y promotores culturales, un “suicida” que desde hace más de una década apostó por escapar a las distribuidoras y tras una etapa de precariedad, con tesón, compitiendo con grandes espacios como la Librería La Central, la FNAC o la Casa del Libro, ha apostado por los alrededor de dos mil títulos de este tipo de editoriales que ofrece en su librería. Él edita también; solo poesía, y ha visto surgir muchos movimientos y festivales diferentes. Para visualizar el momento en que nació este proyecto hay que hacer falshback, retroceder veinte años y conocer lo que ha hecho gente como Acidents Polipoetics; Ajo y su festival polipoético Yuxtaposiciones; o el propio Arrebato Libros, que organiza un festival. “Hay autores que han trascendido el lenguaje de la poesía y esa es nuestra apuesta como editores. Creo que hay que reconocer lo que hacen editoriales como El Gaviero, Delirio o Belleza Infinita; editores que llevan más de diez años moviéndose en las fronteras de la literatura más convencional, apostando por otras poéticas.”. En Arrebato Libros apuestan por un tipo de obra que intenta, observa Olona, “experimentar más con el lenguaje. María Salgado tiene unos libros y unas puestas en escena que van más allá del público de la poesía; el fin de semana pasado estuvo en el Centro Dramático Nacional actuando para ochocientas personas durante dos días, y llenó. Son poetas que suben a un escenario no a leer, sino a dar una nueva visión de la poesía”.
La escena underground de la literatura en Madrid no va por canales comerciales; ni siquiera por las redes sociales. Pero se contagia. Ahora mismo en Malasaña hay ocho librerías; en Lavapiés han abierto también en los últimos tres años otro tanto. Traficantes de Sueños, un proyecto pionero que comenzó en 1995, tiene como seña de identidad su apuesta por la “cultura libre”, por los movimientos que abogan “por la libre difusión del conocimiento y las expresiones artísticas de la sociedad”, como apuntan en su página web. Pero libre para ellos no es gratis y los proyectos de cultura libre, sostienen, “necesitan la corresponsabilidad de la comunidad, esto es, que aquellos que apuestan por la libre difusión de la cultura los sustenten de múltiples formas”. “Somos un colectivo político que cuenta con una editorial y una librería que gestiona su espacio con iniciativas distintas”, dice Blas, uno de sus libreros. “Vivimos un momento de renovación de editoriales. Y el ensayo, la ficción y la poesía viven un auge brutal, que se caracteriza por ser un reflejo de lo que vive la gente: crisis y esperanza. Es un momento interesante, por la diversidad y por el momento político. Es un momento de transformación social de las subjetividades de las personas”, resume.
Pero el underground de Madrid, como el de Nueva York, París, Tokio, Sao Paulo o Ciudad de México, no es una novedad. Está y no está. Como decía Luis Racionero, “el underground […], es la tradición del pensamiento heterodoxo que corre paralela y subterránea a lo largo de toda la historia de Occidente”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.