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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los nuevos marcan puntos

Los movimientos sociales transformados en organizaciones políticas con vocación de gobierno zarandean estructuras de poder y colocan temas ‘imposibles’ en la agenda

Josep Ramoneda

Como era previsible, los nuevos partidos políticos, surgidos de los movimientos sociales de los últimos cuatro años, son escrutados con una minuciosidad desconocida. Sus adversarios —políticos, sociales o mediáticos— van a la caza de cualquier desliz para ponerles en evidencia. ¿Qué buscan? Evidentemente, descalificarlos. Y en esta tarea, nada produce más satisfacción que poder decir “Ya se comportan como casta”. Es el placer de ver cumplida la profecía cínica: “A la que toquen poder acabaran como todos”. Pero, a su vez, es el reconocimiento implícito de que la casta existe. Siempre tiene morbo pillar al predicador que clama contra la inmoralidad de los que mandan con las manos en la masa. Los nuevos han abusado de presentarse como pulcros defensores del buen pueblo contra las perversas élites dirigentes. Pero es sonora la hipocresía de los que cuando les vieron llegar gritaron que viene el lobo y cuando este se amansa, en vez de celebrarlo, se rasgan las vestiduras. “Acabarán incluso aprendiendo a comer bien”, oí decir a un distinguido empresario. El factor clase como trasfondo del desprecio y de la negación de reconocimiento a los nuevos.

Expuestos a todas las miradas, estos partidos tienen la enorme responsabilidad de estar a la altura de las expectativas generadas. Y hay fundadas dudas sobre su capacidad para afrontar este reto. Promover el cambio en las prioridades de la agenda, que es para lo que han sido elegidos, sin mengua del buen funcionamiento de las Administraciones y afrontando a poderes contramayoritarios que irán a por todas, es una ímproba tarea. La precariedad de unas organizaciones nacidas en el barullo las expone a gran volatilidad. Y la dificultad de navegar con mayorías escasas y muy compuestas obliga a confiar en liderazgos con imagen independiente y capacidad de empatía que, como decía Richard Sennett, es la virtud que corresponde a la verdadera autoridad. ¿Qué pasará cuando éstos se marchiten?

Al Gobierno de Rajoy le ha entrado una súbita y desconocida preocupación social

Y, sin embargo, estos movimientos sociales transformados en organizaciones políticas con vocación de gobierno han conseguido ya algunas cosas importantes. La primera de ellas, rebelarse contra el tradicional carácter evanescente de las grandes movilizaciones. Nadie se esperaba que osaran desafiar a los poderes establecidos y disputar el poder a los partidos tradicionales, forzando la exclusiva puerta tras la que se parapetaba el bipartidismo. Súbitamente, la reforma del régimen político está en boca de todos. Y el que más se resiste a ella, el Gobierno del PP, busca desesperadamente inventos para salvar con leyes el poder que le quitan los votos. No basta con reformar las instituciones, hay que dar un baldeo a la cultura política imperante. Los partidos tradicionales hablan de comunicar mejor, un eufemismo que supone el reconocimiento implícito de que hay que relacionarse de otra manera con la ciudadanía. El espacio de representación se ha ampliado. Gentes que se sentían excluidas ven ahora opciones para su voto. Es decir, se reintegran a la política.

El impacto se extiende a la agenda pública. De pronto suben a lugar destacado temas que los partidos tradicionales descartaban por imposibles: renta básica, derechos sociales, limitación de desahucios, desigualdad, pobreza energética. Al Gobierno de Rajoy le ha entrado una súbita y desconocida preocupación social, Pedro Sánchez habla de ingreso mínimo asegurado y de extensión de la protección de desempleo, y la lista Juntos por el sí del independentismo catalán se viste de sensibilidad social. Y el eje de la política se desplaza —y ahí entran en juego también los movimientos independentistas— hacia un nuevo reparto del poder.</CS>

Con todo, la nueva izquierda alternativa necesita pasar con urgencia de la fase negativa a la fase positiva. Para marcar el cambio, es comprensible que se haya empezado con la letanía de los Nos, que rompe tabús, apunta a intereses descontrolados y revisa compromisos adquiridos nunca cuestionados. Pero ahora es necesario pasar a la fase propositiva. Sólo llegar Ada Colau a la alcaldía, un amigo me dijo: “No me preocupa en absoluto lo que hará, sino lo que deje de hacer”. Si quieren ganar credibilidad tienen que demostrar que son capaces de proponer mucho más de lo que se esperaba. Desde otras prioridades, pero en interés de todos.

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