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En apenas 24 horas, la ultraderecha local fijó qué es antisemita y, sacándole del contexto y la tradición desde la que escribe, se lanzó contra Zapata
Los tuits sobre los tuits de Zapata empezaron a emitirse el sábado 12 de junio por parte de personas relacionadas con la derecha madrileña. Crecieron a lo largo de la tarde, aparecieron en medios de la ultraderecha y, luego, fueron retomados por all-stars del PP Madrid. Hasta aquí, todo adquiría una dimensión troll asumible, cotidiana y, hasta cierto punto, controlable. Pero la cosa venía de lejos —unos días antes empezaron los ataques a Zapata en ABC, en tanto que usuario del Patio Maravillas, un centro cultural ocupado que el Ayuntamiento saliente interpretó como el West Point de Ahora Madrid—. Y llegó, también, hasta más lejos. En breve se superó el biotopo derechista y la polémica accedió a medios generalistas, sin duda por el carácter antisemita de los tuits. Lo que nos lleva a la gran pregunta, ¿eran tuits antisemitas?
Y, aquí, es preciso señalar que el antisemitismo es un concepto que no admite diálogos. Es el primer odio racial y cultural, documentado por Flavio Josefo en el siglo I. Es un concepto diáfano, universal, sin matices locales. Muchos menos en el país creador del concepto racial de la pureza de sangre, y en el que el antisemitismo va íntimamente unido a valores fundacionales.
En efecto, cuando en 1492 nace el mito de la uniformidad territorial y cultural, lo hace a través del antisemitismo, que se utiliza para expulsar o matar a ciudadanos que no encajan con el mito. Esa misma lógica es la que se utiliza en el siglo XVII para expulsar otro pack de españoles-no-españoles. El concepto anti-español, básico en la cultura local —y en la política actual, me temo—, se reformula con fuerza en el siglo XIX, a través del asesinato político y el exilio de conciudadanos que se alejan del canon cultural, dibujado por Menéndez Pelayo, que fija lo español y la cultura española como todo aquello que entra dentro del dogma católico.
La última expulsión y asesinato -—Holocausto, lo llama Preston— de pseudoespañoles, sucede en el siglo XX. En ese momento, por cierto, se vuelve a fijar lo español como lo católico, pero también, por si alguien se despista, como lo opuesto a lo judío —lo diferente—, lo masónico —lo republicano y laico—, y lo marxista —lo extranjerizante—. La alocución judeo-marxista-masónico, utilizada para aludir a lo anti-español, lo patológico, lo extirpable, fue utilizada con pachorra hasta 1974. Ha desaparecido del léxico de la derecha local, en tanto que ha optado por un léxico democrático, incluso para definir el franquismo.
Hay otra tradición local opuesta. Formalmente, se inicia en 1868, con la primera revolución democrática. Sufre un shock antes de la I Guerra Mundial, cuando viene a Madrid una delegación de judíos sefardíes. Saben lo que les va a caer encima y piden la nacionalidad española a un Gobierno de la Restauración que, claro, no se la concede. Pero aquella visita, que permitió el descubrimiento del exilio español más longevo, fascinó al republicanismo y al anarquismo, que quedaron seríamente impresionados por la existencia de aquellos españoles sin Estado. El énfasis cultural de la República —búsqueda de otras tradiciones, no necesáriamente católicas, conectadas a Europa—, supuso una intensificación también en el estudio de esa tradición, que culmina ya en el exilio, con la obra de Américo Castro, que dibuja la singularidad cultural local no ya a través del catolicismo, sino del semitismo.
Dicho todo esto, sólo sacando de su contexto —el contexto original de los polémicos tuits, y el contexto de la tradición desde la que escribe Zapata—, se puede señalar a Zapata o a sus tuits como antisemitas. Lo que invita a suponer que los tuits de Zapata no han sido sometidos a su contexto —es decir, no han sido sometidos a periodismo, esa cosa que sirve para contextualizar—. En menos de 24 horas, la ultraderecha local fijó qué es antisemita, reformuló sus orígenes —limpió el nacionalismo local de antisemitismo; alejó a Franco de Hitler otro palmo—, y se erigió en contextualizadora.
Fabricó un marco democrático —con la facilidad con la que, hasta 2011, señalaba qué es o no democracia, violencia, víctima, español—, y lo coló con facilidad. Desde el 15M sólo ha podido hacer eso cuando el 15M ha sido poder y durante unas horas creyó tal vez que el poder, la cultura política local y el periodismo —según el último informe Reuters, el menos fiable del continente—, habían cambiado por ese hecho.
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