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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pánico en Urgell

El porcentaje de votantes catalanes del PP en las pasadas municipales se retrotrae a los niveles de un cuarto de siglo atrás

El PP en Cataluña no existe”: lo dijo con toda naturalidad el otro día, ante los micrófonos de El Matí de Catalunya Ràdio, el notario Pedro Lecuona, que en 1999 integró el consejo consultivo de la formación, y desde 2002 fue miembro de la ejecutiva encabezada por Josep Piqué. Vamos, que no forma parte de ningún contubernio mediático-independentista, creo.

Era una metáfora, claro; pero, desde el 24-M, una metáfora menos hiperbólica de lo que pudiera parecer. El porcentaje de votantes catalanes captados por el PP en las últimas municipales (un 7,54 %) retrotrae al partido a los niveles de apoyo de un cuarto de siglo atrás (un 6,71 % en 1991), traducidos incluso en menos concejales (214 frente a 256) que cuando a Aznar aún le faltaba un lustro para alcanzar la Moncloa.

Desde un punto de vista cualitativo, el balance es todavía peor. Si, en la Cataluña profunda, el PP resulta casi extraterrestre, en los municipios metropolitanos Ciutadans se queda con buena parte del electorado tradicional de derecha españolista, reduciendo a los populares a una presencia testimonial en consistorios clave: dos ediles en Santa Coloma, Cornellà, Viladecans o Sant Adrià, apenas uno en Granollers, Mollet o Sant Cugat... Badalona, la joya institucional conquistada tras 32 años de esfuerzos, está perdida; en Barcelona, el PP tiene hoy tantos concejales como la CUP, y no precisamente por culpa de Alberto Fernández Díaz. Allá por mayo de 2008, el efímero y leve líder Daniel Sirera había dicho: “es imposible que (...) yo sea presidente de la Generalitat si no tenemos concejales en Vic, por ejemplo”. Pues bien, en Vic el PP acaba de obtener 470 votos, el 3,16 % de los emitidos.

En esta ocasión, resulta evidente que la marca PP —o la marca Rajoy— ha castigado a los candidatos locales. Pero no es menos cierto que el liderazgo de Alicia Sánchez-Camacho ha supuesto un lastre añadido: su discurso ultraprevisible y siempre crispado, su cansina y mecánica repetición de las consignas madrileñas, el celo sin matices con que viene defendiendo el inmovilismo querellante de don Mariano, los disparates de Wert, etcétera, han contribuido a alimentar un caudal de antipatía y rechazo que no suscita ninguna otra sigla y que está en el origen del “todos contra el PP” en Badalona u otros lugares.

Sánchez-Camacho, que tras el caso de La Camarga tiene la hostilidad del ministro Fernández Díaz y tampoco goza de las preferencias de la vicepresidenta Soraya

Claro, si todo esto ocurriese en las circunstancias de hace unos años, cuando el PPC monopolizaba el espacio españolista, los efectos serían más llevaderos. Pero ahora existe Ciutadans, que goza de una cuota de presencia mediática espectacular, que pisa los talones al PP en el global de Cataluña (apenas 3.500 votos de diferencia el pasado 24-M), que lo sobrepasa claramente en los grandes municipios (en las cuatro capitales de provincia, por ejemplo) y que —¡supremo horror!— se acaba de erigir en una fuerza política relevante a nivel estatal.

Cuando, el pasado día 2, se supo que Albert Rivera había sido convocado a la Moncloa por Mariano Rajoy, en la barcelonesa calle de Urgell cundieron el pánico y la desolación. ¡Ciudadanos, reconocido como interlocutor y tratado de tú a tú por el presidente del Gobierno! Los más viejos del lugar quizá recordaron con incredulidad cómo, en 2005, Josep Piqué había tratado de convencer a los impulsores del proyecto de C's para que constituyesen una especie de Ciutadans pel Canvi del PPC... ¡Y mira ahora, el novel partido naranja planteándole exigencias y condiciones al mismísimo Rajoy!

Pero todo lo que va mal es susceptible de empeorar, y el hábil Albert Rivera se apresuró a ensanchar la vía de agua de los populares catalanes. Con Rajoy —ha explicado— no sólo habló de si votaría a Cifuentes para presidenta de la Comunidad de Madrid; también le ofreció que C's sea el buque insignia del unionismo catalán, con el PPC y el PSC como meras lanchas auxiliares de una hipotética Armada Invencible antiindependentista, tras el 27-S.

Espantoso. Sánchez-Camacho, que tras el caso de La Camarga tiene la hostilidad del ministro Fernández Díaz y tampoco goza de las preferencias de la vicepresidenta Soraya, ¡abocada a ejercer de grumete del almirante Rivera, o a dar por amortizada su jefatura! Pero es lo que hay: doña Alicia tiene que valerse de los medios de comunicación para rogar a los empresarios que presionen a Mas contra el 27-S..., porque a ella no la invitaron a Sitges. A Rivera, sí.

Joan B. Culla es profesor de Historia

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