Cuatro de cada 10 contratos firmados en Barcelona son de menos de un mes
Los firman personas que encadena contratos cortos alternados con prestación por paro
Salir y volver a entrar en las listas del paro en un mes, en una semana y hasta en un mismo día se ha convertido en una dinámica a la que cada vez más barceloneses se acostumbran. El aumento de contratos laborales que vivió el año pasado la capital catalana —un 9,1% más que en 2013, hasta alcanzar los 857.321— se vio empañado por la temporalidad: cuatro de cada 10 no superaba los 30 días. Estos empleos de menos de un mes han pasado de representar cerca del 28% del total en 2007 al 41% en 2014. Los firman personas resignadas a encadenar contratos cortos y alternarlos con la prestación por desempleo, si aún tienen la suerte de no haberla agotado. Algunos llevan años en esta situación y, pese a no perder la esperanza de que algún día la misma empresa que les utiliza para llenar huecos les recompense con un puesto de trabajo estable, no creen que esto vaya a suceder en un futuro cercano.
El sector más afectado es el de las actividades sanitarias y de servicios sociales, donde el 96,6% de los 136.733 contratos realizados el año pasado fueron temporales. M. B., un camillero del Hospital del Mar, firmó algunos de estos: “Comencé con contratos un poco más largos, de seis meses o un año. Pero a partir de 2010 los fueron haciendo cada vez más cortos”. Este treintañero vive de las suplencias desde hace casi una década. “Trabajo a golpe de teléfono. A veces me llaman a las dos de la tarde para ofrecerme un contrato de un día y me piden que esté allí en media hora”, asegura. Pese a la arbitrariedad e inestabilidad de las que depende su situación laboral, ha conseguido estar ocupado la mayor parte del tiempo: “Solo hubo un año en el que tuve que estar un mes en el paro”.
Al igual que M.B., Roxana, de 34 años, también pide que su nombre real no se publique. Trabajó durante tres años para la compañía de gestión de servicios culturales Magma Cultura. Esta la empleó como auxiliar de sala en el Museo Picasso y luego en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). El hecho de que los contratos fueran tan cortos solo le preocupó al principio: “Cuando ves que pasa un año y que a los coordinadores les gusta como trabajas, sientes más confianza”. Tanta, que no le inquietó que la duración se fuera reduciendo. Comenzó con contratos de tres meses. Acabó con trabajos de dos días en los que ni siquiera llegó a firmar ningún documento “porque la empresa decía que cuando eran tan cortos no era necesario”.
A veces me llaman a las dos de la tarde y me piden que esté allí en media hora”
Pero los contratos dejaron de fluir el mes pasado. “Me prometieron que volvería al Museo Picasso como fija. Pero cuando debía firmar, me dijeron que tenía una mala valoración, que había bajado el ritmo y que tenía que reconocerlo”, recuerda. Fue a hablar con sus superiores: “Todos estaban sorprendidos. Dijeron que no me habían valorado mal”. Así que denunció a la empresa. “Después de haber trabajado tanto tiempo allí, tengo derecho a una indemnización por estos tres años. Yo prácticamente era fija porque me daban de baja un día y al siguiente ya estaba de alta con el nuevo contrato. El período más largo en el que he estado sin trabajo no pasó de una semana”, afirma.
M.B. señala la única ventaja que le encuentra a este sistema de contratación de corta duración: “Los finiquitos. Sacas un poco más de dinero porque cada vez que finaliza un contrato, te lo pagan”. Pero esta se pierde en el mar de desventajas: “Llevo ocho años sin vacaciones. A veces tengo 15 días, pero porque me han avisado de que no me llamarán en ese tiempo. Se vive en una angustia constante”. No puede pedir financiación “ni para un ordenador” porque los co,mercios recelan de nóminas tan inestables.
Si bien conviven con gente que gana mucho más por hacer el mismo trabajo que ellos, ambos descartan que esto cree resentimientos. “Pero mucha gente ha perdido las ganas de luchar y más bien dan gracias de tener al menos esto. Estamos dormidos, esta precariedad hace que nos quejemos fuera del ámbito laboral pero dentro, lo aguantemos sin decir nada”, lamenta M.B.
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