Música oscura para un hombre feliz
El rock dramático de Havalina, que actúan hoy y mañana en la Sala Caracol, es la válvula de escape para el cantante y guitarrista Manuel Cabezalí
Quienes se sientan embaucados por las atmósferas turbias de Havalina, ese post-rockde tintes tenebrosos y lírica compungida, podrían llevarse una sorpresa escuchando al cantante, guitarrista, compositor e instigador principal de este trío madrileño. A Manuel Cabezalí (Cortelazor, Huelva, 1982) le bastan dos minutos de conversación para proclamarse “una persona muy feliz al que la vida le va bien”, y en su discurso se intercalan declaraciones de amor “a la mujer que más quiero” (Nieves Lázaro, cantante y profesora de inglés), agradecimientos paternofiliales (“tengo una familia unida y mis padres vienen a mis conciertos”) o elogios al “carácter amable” de una ciudad por la que adora pasear.
Llega un momento incluso en que el autor de discos tan torturados como Las hojas secas debe contener la emoción al referirse a su hermano mayor, José Juan, un hombre introspectivo que regenta un vivero en tierras onubenses y al que Manuel ha editado el poemario Manual para conductores borrachos. Y la pregunta surge: ¿cómo un tipo tan en paz consigo mismo puede estar detrás de un cancionero que retrata alienaciones y se sustancia en títulos como el reciente Islas de cemento?
“La música es el lugar que he encontrado para depositar la oscuridad y la rabia, todo mi lado oscuro”, resume nuestro interlocutor, un músico que incluso ha querido retratarse decapitado y sosteniendo su propia cabeza bajo el brazo en algunas imágenes de su último disco. “Cuando conocí a mi mujer, ella me consideraba demasiado amable de carácter, casi vulgar. Solo tras escuchar mi música pudo comprender quién era realmente. En mis discos aflora mi punto inquietante”.
Islas de cemento, desde luego, no constituye ninguna excepción: temas densos, oscuros y a menudo extensos, de guitarras narcóticas, lírica desolada y alusiones estilísticas a The Cure o Smashing Pumpkins, bandas esenciales en el santoral de Cabezalí. “Conste que no solo escucho música para cortarse las venas ni le tengo alergia a los estribillos”, aclara. “Me encantan Teenage Fanclub, sin ir más lejos, pero mi causa con Havalina es reivindicar una música de calidad y sin complacencias. Quizá puedas tararear Un reloj de pulsera con la esfera rota, pero antes de llegar a ese tercer corte hay dos temas complejos y ásperos. Aspiro a que la gente se comprometa más con todo: con la música, con el cine, con el arte…”.
Asombra constatar que, pese a la juventud de su creador, Islas de cemento supone ya el octavo disco de Havalina, una banda nacida en 2001 y que firmó sus primeros tres álbumes, en inglés, como Havalina Blu. Pero en el currículo casi estajanovista de Manuel hay que añadir un trabajo en solitario y una relación casi inagotable de producciones y colaboraciones con figuras de la escena independiente, desde Pasajero a Rufus T. Firefly, Russian Red, Annie B. Sweet, Marlango, Christina Rosenvinge, Álex Ferreira, Cabriolets o su más reciente apuesta, los jovencísimos Circinus. “No me considero hiperactivo, sino solo un exponente de la clase obrera de la música. Procuro sobrevivir en la jungla, porque somos demasiados. Empecé a escribir canciones con 12 años, cuando aún no sabía ni afinar la guitarra. Mi amor por este oficio pasa por reinventarme constantemente para no convertirme nunca en un funcionario”.
Y sí, Manuel también se considera un “privilegiado” en este sentido. “El concepto isla de cemento, que es ambiguo y abierto a interpretaciones, lo visualizo cuando paseo por Azca o el Bernabéu y me cruzo con todo ese trasiego empresarial. Es entonces cuando me siento raro y feliz por hacer algo en lo que verdaderamente creo y que, pese a las dificultades, me da para ganarme la vida”. Asume incluso que Havalina “tiene un techo y no estamos muy lejos de él: podemos llegar más arriba, pero no mucho más arriba”. Pero resume: “Las cosas ahora son así. Pertenecemos a la generación del pico y la pala”.
Havalina actúa hoy y mañana, a las 21.30, en la Sala Caracol (c/ Bernardino Obregón 18, metro Embajadores). 15 euros
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