Estrenos, ritos y magia de sábado
Exitoso estreno de Mosquera, ascenso de la OSG al cielo de Natalia Gutman y descenso al constructivismo de Prokófiev
El programa de los conciertos de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia de este fin de semana ha incluido cuatro obras: el estreno absoluto de Rituales y sortilegios, la última obra del gallego Federico Mosquera (A Coruña, 1986); dos obras concertantes para chelo interpretadas por Natalia Gutman -el Concierto para violonchelo nº 1 de Saint-Saëns y las Variaciones rococó de Chaikovski- y como cierre de cada concierto, la Sinfonía nº 2 de Serguéi Prokófiev.
Rituales y sortilegios, la nueva obra de Mosquera, responde a un encargo de la Fundación SGAE y la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas. Su ejecución requiere una gran plantilla orquestal: maderas a tres; cuatro trompas; tres trompetas: tres trombones y tuba; timbal y tres percusionistas; arpa y el quinteto de cuerdas, que en esta ocasión constaba de un total de 55 instrumentistas.
Esta amplísima plantilla da al autor grandes posibilidades de hacer un estudio del sonido orquestal, que Mosquera ha aprovechado con la creación de distintos ambientes. A su inicio reina un aire algo impresionista con ciertas reminiscencias francesas, con una cierta oscuridad apenas rota por las intervenciones solistas y el sonido conjunto de campanas, vibráfono y glockenspiel (lira) antes de la mayor luminosidad de los violines sobre el pulso marcado por el timbal. La casi totalidad de los solistas tienen algún protagonismo, con un ambiente entre calmo e inquietante bien logrado, con solos de diferente grado de lucimiento para losmúsicos, entre los que destacan por su singularidad el de tuba y las notas repetidas, casi como una obsesión, del contrafagot.
La intervención de flauta, clarinete y vibráfono en un crescendo dan paso a la sección más espectacular de Rituales y sortilegios, muy bien resuelta tímbrica y rítmicamente, en la que Mosquera muestra cómo está asimilando su reconocida influencia stravinskiana y el grado de integración de esta en propia personalidad. En su conjunto, la obra evidencia el progreso de Mosquera desde que la OSG y Víctor Pablo estrenaron en A Coruña Tres movimientos sinfónicos. La gran implicación de Slobodeniouk en los ensayos y la característica buena distinción de líneas y planos sonoros del actual titular de la OSG hicieron la mejor peresentación posible de la obra.
Natalia Gutman (1942, Kazán,URSS) es de esos intérpretes que por su carrera marcan distancia con el resto. Su grandeza musical contrasta con la sencillez de su comportamiento en el concierto y el pequeño tamaño de sus manos lo hace con sel poderío sonoro que logra con su instrumento, construido por Matteo Goffriller.
Las dos obras interpretadas este fin de semana con la Sinfónica han sido para muchos la cima de estos conciertos. Su fraseo, la perfecta adecuación estilística y su gran sensiblidad musical, llena de todos los sentimientos que pueden ser expresados con un violonchelo. Como ejemplo, la multiplicidad expresiva que puede alcanzar el tema principal en la música cíclica del concierto de Saint-Saëns y la gracia, altura lírica e inmensa serenidad del instrumento en las variaciones de Chaikovski. En ambas obras lució también el brillante acompañamiento de la Sinfónica y Slobodeniouk.
Tras el ascenso al cielo de Gutman subidos a su Goffriller, llegó el descenso al suelo constructivista y su infierno industrial que Prokófiev preseta en su Sinfonía nº 2, sobre la que el propio autor confesaba a Nikolái Miaskovsky: “He hecho la música compleja hasta tal punto que, cuando la escucho, yo mismo no desentraño su esencia; así que, ¿cómo puedo pedírselo a los demás”? Noventa años después de su estreno esta sinfonía sigue planteando problemas de esencia, presencia ¡y potencia! Y lo hace tanto a los oyentes como a los ejecutantes.
La versión de Slobodeniouk destacó el carácter de la obra, reproduciendo, incluso con algún exceso dinámico, el fragor de las grandes fábricas a principios del s. XX: una especie de caos sonoro perfectamente organizado. Con la fuerza de los instrumentos de viento-metal y la armonía llena de disonancias del primer movimiento, Allegro ben articolato, el titular de la Sinfónica expuso una sólida lectura de una música que no por incómoda es menos bella en su doble condición de testigo y respuesta a su mundo y a su tiempo. La versión del Tema con variaciones tuvo el adecuado contraste del lirismo meditativo –soberbia la interpretación de su tema inicial por el oboe de Casey Hill- con los momentos de socarrona ironía tan característicos de su autor.
Como es habitual, la respuesta del público al final del largo programa fue bien diferente en ambos conciertos. El viernes, mietras se aplaudía la ejecución que orquesta y director acababan de ofrecer de la sinfonía de Prokófiev, se produjo una gran desbandada, con numerrosas personas que salieron de la sala apenas terminó de sonar la última nota. El público de los sábados, que en general tiene menos edad y experiencia en la audición de conciertos, ofrece una respuesta más espontánea y entusiasta. Y así, los asistentes al concierto del sábado obtuvieron el premio de un extraordinario bis por parte de Gutman: una versión magistral de la Bourrée de la Suite para chelo nº 3 en do mayor, BWV 1009, de Bach.
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