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Puertas sin candado para convertir edificios vacíos en centros sociales

El Patio Maravillas, un centro okupado emblemático de Madrid, se enfrenta a su desalojo En Vallecas, un grupo de jóvenes sigue su ejemplo y rehabilita un instituto abandonado

Vídeo: Luis Almodóvar, Carlos Martínez, Susana Rueda

Un grupo de jóvenes charla en una cafetería. Algo más allá, en una sala adornada con pinturas abstractas, comienza una clase de salsa. Es un edificio okupa, pero allí no hay colchones en el suelo, ni basura desbordada por los patios. Desde hace siete años, este bloque conocido como el Patio Maravillas es un centro social en el barrio de Malasaña, en Madrid. Ahora la okupación tiene los días contados. Tras el cambio de propietario, el colectivo debe abandonar su sede en la calle del Pez. “Los ciudadanos necesitan espacios como este que sean gratuitos y accesibles para todo el mundo”, explica Sandra de Miguel, miembro de la asamblea El Patio. Mientras, en Madrid, aparecen otras iniciativas que comparten la misma ideología. En noviembre, varios jóvenes del barrio de Vallecas decidieron transformar también un edificio abandonado en un centro social. Son okupas que, según ellos, pretenden recuperar la ciudad para los ciudadanos.

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En el balcón más alto del Patio Maravillas ondea una sábana blanca en la que se lee: "sin el Patio no hay Maravillas". “Es una pena que se cierre un sitio así porque representa mucho para el barrio y para Madrid”, opina uno de los vecinos de Malasaña. El argumento para el desalojo fue, en un principio, el estado ruinoso del inmueble, aunque los okupas lo consideran una excusa para especular con él. Ahora, la empresa Nivel 29, el nuevo propietario de este espacio desde febrero, ha iniciado un proceso judicial para desalojarles. Si el colectivo no llega a un acuerdo con el Consistorio antes del 1 de mayo, lejos de disolverse, intentará abrir un nuevo capítulo en otro edificio. "Nosotros lo que queremos es algo para poder seguir dando sostenibilidad a este proyecto. Hay muchos edificios públicos vacíos y creemos que tenemos toda la legitimidad para reclamarlos", dice de Miguel.

Una tela de araña en la que aparecen las diferentes comisiones cubre una pared de la sala principal. La división de tareas es tajante. Es un centro totalmente autogestionado. Las cinco plantas okupadas de su edificio sirven de sede a una treintena de colectivos, como la asamblea del movimiento 15-M. Además de impartirse cursos gratuitos de todo tipo, el bloque alberga reuniones de entidades sociales y se ha convertido en un estandarte de la lucha. Según Mónica Hidalgo, también miembro de la asamblea El Patio, cada vez más ciudadanos se animan, como ellos, a “rescatar los espacios públicos”.

Son okupas que, según ellos, pretenden recuperar la ciudad para los ciudadanos

La Atalaya, un antiguo instituto abandonado y convertido en un centro social desde el pasado 30 de noviembre, refleja la idea de este empoderamiento ciudadano. Desde sus ventanas se puede ver todo el barrio de Vallecas, en Madrid. El edificio es amplio, con paredes repletas de grafitis. El centro comenzó a funcionar cuando un grupo de jóvenes ataviados con frontales de luz, escobas, bolsas y colchones entraron en él para recuperar un espacio abandonado desde 2011. Se deshicieron de las latas de cerveza esparcidas por el suelo y de las jeringuillas. “Nos dimos cuenta de que los habitantes de Vallecas carecíamos de lugares como este donde pudiésemos dar respuesta a los problemas de los jóvenes”, explica Iker Ibarrondo. Tiene 27 años. Es uno de los impulsores de este centro y vecino de Vallecas, uno de los barrios más humildes de Madrid.

Desde que el instituto abandonado cerró sus puertas hace cuatro años, todas las ventanas y el cableado han sido robados, y no se ha presentado ningún proyecto para dar un uso al lugar. Incluso llegaron a provocarse incendios en su interior. Meses después de que los okupas entraran, el edificio ya no se parece a la "película de terror" con la que se encontraron en noviembre, aunque los escombros y la suciedad aún forman parte del paisaje. El centro ya cuenta con una biblioteca, una cafetería, una pista de baloncesto con unas rampas para skate y bmx (acrobacias con bicicleta), un gimnasio, un huerto y varias aulas para impartir clases de apoyo. La última planta es la musical, donde hay un local de ensayo.Todo gratuito.

Cada vez más ciudadanos se animan a rescatar los espacios públicos

Mónica Hidalgo, miembro de la asamblea El Patio

Hay días en los que cincuenta personas trabajan para rehabilitar el edifico. Desde chicos y chicas que han acabado sus carreras universitarias y trabajan, hasta jóvenes en paro. Sin apenas formación en albañilería, han reformado los aseos, arreglado las instalaciones eléctricas y tapiado muchas de las ventanas. “Poco a poco, entre todos, intentamos dar soluciones a los problemas que nos vamos encontrando”, dice Javier Arce, miembro del centro social okupado.

Los vecinos son otro reto. Hay muchos que apoyan la apertura de este centro, pero algunos se quejan del ruido cuando organizan conciertos y fiestas para recaudar dinero. Con la Policía también han tenido problemas. A la semana de entrar, se presentaron varios agentes para desalojarles sin éxito, algo que Arce califica de “ilegal” porque, según él, se hizo sin orden judicial. Ahora viven pendientes de un segundo desalojo desde que dos funcionarios del Ivima (el Instituto de la Vivienda de Madrid, dependiente de la Comunidad) les entregaran una notificación para que se marchasen.

Día tras día, cada vez más jóvenes se acercan a la Atalaya. Mientras, el Patio Maravillas sigue okupando el edificio de la calle Pez, a la espera de que la Policía les desaloje. Les desahucien o no, ambos colectivos tienen claro que seguirán okupando para construir la ciudad en la que quieren vivir.

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