Venerabilidad y titubeo
La histórica trovadora neoyorquina imparte una lección de música tradicional y de autor en la que solo faltó una pizca más de osadía


La hermosura de Joan Baez es, a sus 74 años, tan natural como esa voz suya maravillosamente prístina. Advirtió la de Staten Island, justo antes de El preso número 9, que había sufrido una mala racha con la garganta, pero podría haberse ahorrado la disculpa: ni en esa ni en ninguna otra de las 23 canciones que se sucedieron anoche en el abarrotado Teatro Nuevo Apolo advertimos ningún fraseo dudoso, solo ese melisma cristalino que desde hace más de medio siglo es santo y seña de la canción tradicional americana. Baez luce botas de cuero (no sabemos si español, para cumplir el canon dylaniano) y no disimula una sola de sus sabias canas, porque ni en el vestir ni en el vivir ha sido amiga de afeites o cosméticas. Por eso su hora y media de comparecencia (que hoy repetirá) sonó a sinceridad libre de aditivos, aunque no de algún titubeo.
Arrancó la cantante y activista trastabillada con la guitarra, una inseguridad que alcanzó extremos embarazosos con There but for fortune, pero quiso intercalar Llegó con tres heridas casi como revulsivo, decidida a no amilanarse. Puede que el miedo escénico sea un mal casi incurable, como proclamaban en tiempos sus amigos de The Band, pero Joan era dueña de la situación a partir del primer cuarto de hora. No está claro que al It’s all over now baby blue de Dylan le sentaran bien esas congas extemporáneas que arbitró el percusionista. No importó: Baez ya mandaba en plaza, la platea asentía, la emoción pugnaba por aflorar.
Lo terminó haciendo a partir de A galopar, himno y emblema de Paco Ibáñez que, para nuestra desgracia, vuelve a sonar muy vigente, y se afianzó con Diamonds & rust, canción bellísima ante la que siempre surge la duda de por qué nuestra dama se ha prodigado tan poco en la composición. Porque el resto de la noche fue un repaso acelerado de la canción de autor, tradicional y country más infalible, desde Suzanne (Cohen) a Imagine (Lennon) o Long black veil.
Asumida su fabulosa venerabilidad y perdonados los pequeños titubeos, en Baez solo extrañamos una pizca de osadía, un reflejo más nítido de su asombroso bagaje histórico. Nada tan estimulante como un mito que se sale del guion, ya sea introduciendo un verso paródico, “Unidos en la fútbol” (sic), en la solemne No nos moverán, o improvisando una lectura de Love is a four letter word ante la insistencia de un seguidor efusivo.
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