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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La voz pública de las mujeres

Se trata de culminar la batalla por la igualdad. Las cifras son conocidas y desmienten una y otra vez la paridad

Este artículo surge tras escuchar a científicas de primer nivel de Catalunya sobre la posición de la mujer en la investigación de excelencia en Europa. Pero es una reflexión que puede extrapolarse a la visibilidad de las mujeres en el conjunto de la sociedad. La primera certeza es que, de entrada, las mujeres no queremos cuotas de representación. Formadas en igualdad, la mayoría de mujeres buscan ser reconocidas exclusivamente por la calidad de su trabajo y su nivel de educación, por el talento y el mérito. Y, sin embargo, su poca presencia en la esfera pública sigue siendo una gran asignatura pendiente. Pero ¿quieren las mujeres ser más visibles? ¿Deben serlo? ¿Para qué?

La primera razón es la más obvia: por una cuestión de justicia. Con las mismas condiciones, las mujeres deberían tener idéntica visibilidad y las mismas oportunidades de acceder a cargos directivos. Se trata de culminar la batalla por la igualdad. Las cifras son conocidas y desmienten una y otra vez la paridad. De las personas con tesis doctoral en Europa, un 50% son mujeres, pero la cifra desciende al 20% en el momento de llegar al post-doctorado. Las mujeres abandonan sus carreras científicas, son penalizadas por la maternidad, obtienen menos financiación para sus proyectos y tienen mayores dificultades para acceder a cargos de responsabilidad. Y, cuando por fin los ocupan, lo hacen en peores condiciones salariales.

La segunda respuesta es económica. Se invierten muchos recursos en la educación y, en cambio, cuando las mujeres desaparecen de manera progresiva de la vida pública, se pierde mucho talento y la inversión inicial deja de revertir en el conjunto de la sociedad. La igualdad de la mujer también garantiza un mejor desarrollo económico. Un artículo de The New York Times demostraba que, en Noruega, la incorporación igualitaria de la mujer en el mundo laboral suponía el mismo porcentaje del PIB que los ingresos del petróleo.

El tercer argumento es el de la excelencia científica, porque está demostrado que los equipos mixtos son más creativos en la resolución de problemas. La diversidad de perspectivas de un equipo heterogéneo es siempre garantía de un mejor trabajo. A más mujeres en altos niveles de investigación, mejor ciencia.

Si las razones a favor de una mayor presencia pública de mujeres son tan claras, ¿qué lo impide? Hay muchos factores estructurales, conocidos y diagnosticados. También se esgrime, con razón, que para algunas mujeres el reconocimiento no pasa necesariamente por la visibilidad. Pero quizás lo más interesante tiene que ver con aspectos menos evidentes relacionados con la psicología social, es decir, con estereotipos y actitudes implícitas.

Más allá de la desigualdad de fondo, existen pequeñas discriminaciones, inconscientes, involuntarias, a veces anecdóticas, que van calando y creando capas hasta adquirir una gran importancia sobre la imagen colectiva de la mujer. El Test de Actitudes Implícitas analiza el automatismo de las actitudes y confirma que la mujer sigue siendo peor valorada socialmente. Lo más grave es que se demuestra que este estereotipo también está interiorizado por las propias mujeres.

Por ejemplo: existe la idea prevalente de que las niñas son peores en matemáticas que los niños; en cambio, es generalizada la imagen de que los asiáticos son mejores en matemáticas. Cuando antes de un examen de matemáticas a las niñas se les recuerda que son niñas, sus resultados son peores que cuando no se les hace esta observación. Cuando, en cambio, se les recuerda que son asiáticas, su rendimiento mejora sustancialmente. Otro ejemplo: en las entrevistas con el European Research Council, los hombres suelen defender su currículum por su capacidad intelectual o la calidad de su investigación, mientras que la mayoría de mujeres atribuyen su éxito a un golpe de suerte o al trabajo o la confianza de un equipo. En el Reino Unido, el proyecto thewomensroom.org.uk, que surgió para proponer expertas a los medios de comunicación, funciona por recomendación, porque uno de los primeros problemas es que las mismas mujeres no se suelen considerar a sí mismas como expertas. Definitivamente, los auto-esterotipos de las mujeres son letales para su presencia pública.

La catedrática de Cambridge Mary Beard demuestra que estas actitudes y prejuicios se inscriben en una larga tradición cultural. En los clásicos griegos y romanos, la voz pública era un atributo de la masculinidad y las mujeres eran sistemáticamente silenciadas a menos que se presentaran como andróginas, víctimas o representantes de causas exclusivamente femeninas. Beard considera que estas son aún las condiciones prevalentes para la voz pública de la mujer y propone revisar la naturaleza del debate público: quién habla, quién tiene autoridad y por qué.

Mientras tanto, a corto plazo, ser conscientes de esta tradición milenaria y de los estereotipos desfavorables sobre las mujeres lleva a concluir que solo una mayor visibilidad contribuirá a una mayor igualdad. Tener ejemplos y referentes de mujeres pasa entonces a ser fundamental para romper con este círculo vicioso. Y las cuotas, formales o informales, se convierten de repente en una opción deseable y eficaz.

Judit Carrera es politóloga.

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