El baile inesperado
El uruguayo se vuelve rítmico y feliz, lo que no siempre se traduce en un incremento de la emoción

Llámenlo crisis de los 50, reinvención severa o hallazgo en alguna noche de arrebato, pero Jorge Drexler se nos ha vuelto bailongo. Mucho. Tanto como para marcarse en La Riviera una honrosa coreografía con sus músicos antes de emprender el camino con el tema central y referencial de esta nueva etapa: Bailar en la cueva. No era la opción previsible para alguien que, sin haber sido alma en pena, acreditaba dos décadas y una docena de álbumes circunscrito a la canción de autor. Pero quizás el anterior Amar la trama (2011) aportaba los suficientes indicios de agotamiento como para que este encuentro con la pulsión rítmica constituya una apuesta saludable.
El Drexler de este viernes era un hombre risueño y de verbo delicioso (incluso para amonestar a tanto pelma parlanchín) que quiso ubicarse “en el punto ciego de la pena”, ese privilegiado enclave a salvo de ayes, tormentos y demás congojas. Y la reformulación es radical, puesto que al animoso repertorio nuevo se le une la revisión enérgica del ya consolidado. Algunos temas recientes (Data data, Bolivia, el endeble La plegaria del paparazzo) apelan mucho antes a los pies que a la cabeza, con sus güiros y esos metales al borde de la incandescencia. Pero Transporte se ha vuelto ahora cubanísimo y Deseo, también de 2005, incrementa su cuota de voluptuosa carnalidad.
Hay además una pieza inédita, Cai creo que caí, fabulosa en su sencilla formulación de palmas y bajo eléctrico. Pero no todas las actualizaciones del uruguayo abrazan la eficacia. Sea parece adaptada con calzador, como si esas congas polirrítmicas se hubieran introducido por mandato municipal, e incluso el exuberante final asimila Todo se transforma y Me haces bien bajo los parámetros de la tenue pachanga. El bailongo inesperado deja así un margen para la duda: la felicidad es una maravillosa apuesta vital, pero acaso no el salvoconducto más recomendable para la emoción.
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