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Una diva inteligente, culta, compleja

Rosa Novell era una mujer muy cultivada y capaz de hablar de lo que fuera, por encima de todo, de teatro, le venía de raza

Muchos años atrás, muchísimos, cuando éramos muy jóvenes los que lo éramos, un día, en un restaurante que frecuentábamos porque no era demasiado caro incluso para nosotros, un lugar donde hablábamos del bien, del mal y de las tres o cuatro cosas que se montaban en los tres o cuatro desaliñados teatros de Barcelona —exagero, pero muy poco—, estábamos, como siempre, hablando de las miserias de la escena, chicos y chicas que de algún modo quizás llegaríamos alguna vez a días mejores, cuando le aconsejé a Rosa Novell, de cara al futuro, sobre la conveniencia de sentar nuestras cabezas. Me atizó una bofetada solemne. Los y las presentes me agarraron para que no saltara sobre Rosa y yo pedí que, por favor, la retuvieron a ella, que yo era incapaz de atacarla.

Pasaron los años. Sí, como ya se ha dicho ahora que ella se ha ido, Rosa se convirtió, digamos si se insiste, en una diva. Pero de ninguna manera en una diva de tres al cuarto, sino una diva inteligente, culta, compleja, con la que se podía tener cualquier conversación de cierto peso. Bueno, tenía algún problema con el vestuario que le habían preparado, pero eso es pura anécdota. Muy cultivada, quizás, en parte, solo en parte, gracias al hombre al que amó y por el que fue amada hasta el último momento, era capaz de hablar de lo que fuera. Pero, le venía de raza, por encima de todo estaba el teatro.

Su carrera escénica fue difícil. En parte porque lo fue para todos. Y porque tuvo que aprender más allá de lo poco que recibía. Pero la situación, en general, fue cambiando. Para mejor. Rosa Novell se convirtió, poco a poco, porque la evolución escénica, durante años, fue dura y difícil, en una gran actriz. No siempre, pero casi siempre trabajó en catalán. Nos dejó boquiabiertos, decididamente convencidos del valor de su autoridad de actriz, por ejemplo, cuando se atrevió con Dies feliços de Samuel Beckett, ese monólogo largo y difícil con el que Rosa nos puso la piel de gallina. O como criada, doblando manteles con maestría y astucia, dejándonos de nuevo boquiabiertos, en una obra del germánico Bernhard.

Rosa no salía a la escena para hacer algo que no le interesara o le interesara tan sólo de manera relativa. Era una mujer y una actriz de una pieza, con los problemas que ello pudiera conllevar. Con la lucha no siempre ganada pero jamás perdida. Hace poco estuvo por última vez en un escenario. A pesar de su ceguera, tan jodidamente auténtica como inesperada, no dejó de permanecer en el escenario y de decir su papel. Fue su última actuación. Y quien sabe.

J. M. Benet i Jornet (Papitu).

Josep Maria Benet i Jornet es dramaturgo, Premi d’Honor de les Lletres Catalanes 2013

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