El cantor y su sonrisa
Resulta delicioso comprobar cómo un artista con tres décadas largas de servicio y una larga lista de comparecencias en pabellones puede también mostrarse exultante y halagador, puede que hasta la zalamería, ante un auditorio de apenas 200 personas. Así fue la irrupción de Roddy Frame este sábado en Moby Dick, un caballero encantador que se dispuso a compartir su repertorio con un puñado de seguidores entusiastas. “Me encanta el silencio expectante con que esperáis cada nueva canción”, admitió con gesto halagado el escocés. “Yo sería de los que se quedasen hablando en la barra del fondo…”.
Su obra en solitario es indistinguible a la de los tiempos como Aztec Camera. De hecho, en 2014 reapareció con una muy bonita colección de temas, Seven dials, de los que solo entregó el contagioso ‘Forty days of rain’. Del seminal High land, hard rain (1983), en cambio, hubo generosa avalancha para regocijo de la sala: el cántico colectivo de ‘Walk out to winter’, con su autor limitándose a rasguear la guitarra, consta ya entre los momentazos de este 2015.
Habría sido fantástico escuchar al radiante Roddy con el respaldo de una banda, pero la aridez del concierto solista permite ensalzar otros detalles: ante todo, la excelencia fulgurante de sus tres guitarras (‘Spanish horses’), o la belleza suprema de piezas lastradas en su día por una producción horrible (‘How men are’, con cita incluida a ‘People get ready’). Exhibe una voz tierna y rica en colores, deliciosa cuando parece quebrarse en las notas más agudas. E incluso piezas menos habituales, desde ‘Western skies’ a ‘Portastudio’ (una petición de primera fila), parecen llamadas a resistir el tránsito de generaciones. Normal que el cantor y su sonrisa acabaran conquistándonos.
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