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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La nueva pornografía

Los nuevos formatos televisivos cambian a votantes por público, a la sociedad por las tendencias y a las ideologías por ‘share’

De vez en cuando salta la noticia: hay novedad en el mundo del porno. De ser verdad iría en primera plana, todavía nadie ha podido lograr algo que no se parezca demasiado a lo de siempre. Un poco más de tecnología, un poco más extremo, un poco más atlético o limpito, pero vaya, nuevo, lo que se dice nuevo, no. Puede que la decepción se deba a la publicidad y a las expectativas que crea. Prometer algo nuevo en un campo que todos conocemos demasiado provoca que pasemos del oh de la ilusión al oh del desencanto. Y mira que las productoras lo intentan: porno en 3D, porno sensible, castings, realismo, porno de mujeres para mujeres, porno lo nunca visto, lo más salvaje, lo más… Nihil novum sub camera. Unos críticos dicen que el porno no sabe evolucionar y otros, que simplemente no puede.

Ni idea sobre el asunto, lo que sí queda claro es que más que evolucionar, la pornografía se ha esparcido, que su consumo ya no se restringe a Internet. Lo primero que nos trajo la crisis no fue la pobreza, sino su exhibición impúdica. Los primeros años de la crisis fueron un auténtico festival de cámaras corriendo por las casas de futuros desahuciados. Los reporteros recorrían urbanizaciones fantasmas, zonas con porcentajes escandalosos y mucho barrio marginal. Si el Sálvame y sus sucedáneos regurgitaban una y otra vez las mismas escenas de cuernos, decadencia y perdición, ¿podía el periodismo comprometido encontrar sus propios géneros, lo mismo pero diferente? Sí, el porno social.

La pornopobreza y su pariente, la pornomiseria, triunfaron en los formatos más diversos, desde los realities de pasar 21 días con mendigos hasta las cámaras ocultas en barriadas de chabolas. La riqueza obscena había triunfado antes de 2008 y mira que había miseria en 2005, pero las cadenas habían apostado por las casas de famosos y decoradores y las audiencias funcionaban: solo hacía falta cambiar el sujeto, ni el medio ni el mensaje. Es más. Si éramos capaces de tragarnos la vivisección de los Pantoja o del clan de Alba, ¿podríamos cambiar los nombres y asistir al mismo espectáculo con clanes políticos? Lo único que necesitábamos eran voluntarios, que para que el porno exista lo primero es que tengamos a mano actores que quieran protagonizarlo. Por suerte para el espectáculo y para desgracia del espectador, son legión.

En las tertulias de mediodía, auténticas luchas de barro por no decir de otra cosa, tenemos a periodistas bregados, ex presidentes, ex presidiarios, directores de periódicos y candidatos necesitados de sus cinco minutos de gloria. De una pelea de barro nunca se sale limpio. Pornografía dura, argumentos de diez segundos, conexiones en directo, respuestas a grito pelado y, lo mejor, o lo peor de todo, la voluntad de servicio público. El nuevo porno de compromiso es el porno social. La cosa no pasaría de aquí si no fuese porque sabemos que son las mismas formas de pobreza moral las que nos han llevado hasta aquí. El chapoteo en la desgracia de la cola del paro mezclado con Urdangarín y Marichalar o las filtraciones, como fotos robadas de las actrices, de las declaraciones de Pujol es solo eso, chapoteo. Porno de mediodía aderezado con monjas, que en la variedad está el gusto.

Los nuevos formatos y canales televisivos juegan con la novedad política con una ambigüedad calculada

Los viejos actores y actrices ya no son lo que eran. Los medios se empezaron a dar cuenta cuando Albert Rivera posó para ellos, carne ya no tan joven que compite con la política del último grito. De ahí el triunfo prematuro de Podemos, los nuevos actores políticos, los actores de moda. Los nuevos formatos y canales televisivos juegan con la novedad política con una ambigüedad calculada. Cambian los votantes por el público, la sociedad por las tendencias y las ideologías por el share. Siempre había sido más o menos así, pero nunca como hoy el periodismo había proclamado tanta responsabilidad y nunca la había ejercido de una manera tan miserable.

Hoy la oferta de lo nuevo conlleva una ambigüedad total y la expectación es la misma que cuando alguien dice que ha visto un porno que nada tiene que ver con el anterior. La nueva política se basa en la promesa de los que no prometen nada. Ni izquierdas ni derechas, ni referéndum ni no referéndum, ni con Europa ni sin Europa, ni con la casta ni sin el Santander… Se jactaban de transparencias pero no vemos nada porque no es que el programa sea opaco, es que no lo hay. ¿Es posible sostener el vacío? Sí si los programas en los que aparecen mantienen la misma endeblez argumental y prometen que ahora sí, vamos a ver lo nunca visto, la revolución neutra. Asaltar los cielos es el nombre ideal para un late show de Berlusconi, el programa de la tele ha sustituido el programa político que todavía está en fase guión.

Es cierto. La vieja política se acaba casi como en los ochenta se acabó el porno de cine. Llegó el vídeo para hacer exactamente lo mismo. Treinta años después, vuelve el porno en las mañanas, al rojo vivo. Vuelve Jorge Vestrynge, que ya aparecía en aquellas Interviú de peluquería de los ochenta. La nueva pornografía, ¡que vieja política!

Francesc Serés es escritor

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