Nos espera un año estrábico
Lo peor de las Navidades es que cada año se repiten de manera idéntica sin dejar mucho resquicio a que cambie la monserga
Lo peor de las navidades es que año tras año se repiten de manera idéntica sin dejar mucho resquicio a que cambie la monserga de una vez: incitación a la elegancia social del regalo, derroche lumínico y otros belenes, televisiones que insisten día tras día en el jolgorio de los afortunados con el Gordo (champán a morro ante los establecimientos loteros, alegría desbordada entre el vecindario donde tocó la suerte, resignación allí donde el premio está tan repartido que apenas si alcanza a los agraciados para “tapar agujeros”…), estimulación de la caridad bien entendida invitando a los indigentes a una cena de Nochebuena, y demás arrebatos del alma para mostrar que al menos somos felices dos o tres días al año, o más bien de que es posible serlo si el asunto está bien programado. Y lo está, vaya si lo está. Por no añadir el sentido discurso del Rey para todos los españoles, las pertinentes instrucciones de la Dirección General de Tráfico, y la información en imágenes sobre la situación precisa en las estaciones de esquí, a las que por cierto no invitan a los indigentes, además de los estrenos de cine para niños, teatro para niños, actividades diversas para niños. En fin, un espléndido dispositivo de entretenimiento y gastronomía de grueso calibre que no deja de tener entre nosotros un cierto regusto fallero, el mustio entusiasmo de las celebraciones a fecha fija, la aceptación cansina de lo inevitable, la sublimación de la porquería mediante una buena voluntad anticipada, la ofrenda perpetua a una supuesta motivación religiosa (y hay tantas) de la que ningún ateo se escapa.
Toda esta alegre ordalía compungida termina con el día de Reyes, donde los críos, adolescentes y muchos adultos reciben su regalo (si no se les ha adelantado Papá Nöel), y depositan las bolsas y otros envoltorios en los contenedores de basura ante el cabreo de los empleados de la limpieza que acaso en alguna ocasión consiguen hacerse todavía con algún elemento decorativo desechado, pero ya para qué. De todas estas dulces fantasías invernales, todavía no está claro por qué las feministas radicales aún no han levantado la voz contra que Nöel sea precisamente un varón, así como que los Reyes Magos lo sean también, según dicta la razón patriarcal.
Por lo demás, todo indica que el año que ahora se estrena va a ser muy entretenido en el terreno electoral. En esta Comunidad, con medio PP en capilla como quien dice, no se sabe a estas horas si cuentan o contarán con los suficientes candidatos limpios para cubrir con decencia la multitud de cargos que estarán en juego, ni cuándo los nuevos comenzarán a estar tan pringados como la mayoría de sus mentores y antecesores. En cuanto al PSPV, no es seguro que Ximo Puig y sus propios no acaben escribiendo artículos de prensa de tanta honradez y firmeza como los que firman en un periódico local Felipe Guardiola y Enrique Linde. La incógnita del destino de Mónica Oltra quizás se resolverá de manera afortunada para ella (y acaso también para nosotros) si arrima el ascua a la sardina de Podemos, un partido muy entusiasta y con la ventaja de carecer de siglas, lo que no es poca cosa en tiempos de crisis, además del acierto en la elección de su nombre de pila, que invita a creer que, en efecto, todos podemos, una inyección nominal de confianza. Aunque mejor habría sido llamarse Podremos Si Nos Seguís, pero ahí entramos en el pollo de las siglas, y PSNS no parece la mejor de ellas. En fin, todos somos secesionistas de nosotros mismos.
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