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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Podemos y la unidad popular

Solo una cierta intimidación desde abajo puede evitar la deriva hacia el autoritarismo posdemocrático

Josep Ramoneda

Dice Carolina Bescansa, del núcleo duro de Podemos, que “no están en un proceso de construcción de la unidad de la izquierda sino en un proceso de construcción de la unidad popular, que es algo mucho más grande y tiene un sentido diferente”. Hasta la fecha, siempre que hemos oído hablar de la superación de la oposición derecha/izquierda ha sido para mal. Sin ir más lejos, el neoconservadurismo hegemónico lleva treinta años diciendo que esta oposición es una reliquia del pasado que nada tiene que ver con el mundo actual. Y, sin embargo, la derecha suelta la caballería mediática cada vez que desde la izquierda aparece algún movimiento que pretende superar la resignación de los partidos socialdemócratas. Podemos ha sido visto como un peligro de izquierdas. Y no quiere serlo: pretende superar la oposición derecha/izquierda. Y conseguir “algo muy grande”: la unidad popular. La historia del siglo XX nos ha cargado de prevenciones ante los destinos excepcionales.

El sistema de estratificación social y de poder ha cambiado muchísimo. La oposición derecha/izquierda tomó cuerpo en unas sociedades en que la burguesía y la clase obrera operaban como polos relativamente simples e identificables, portadores de intereses muy diferenciados y, en cierto modo, compartibles por grupos sociales amplios. Y las dinámicas de conservación y cambio eran muy claras.

Ahora los sujetos de la transformación social —en el sentido de progresar hacia una sociedad a la vez más avanzada y más justa— no son fáciles de identificar. El conflicto de clases existe, y como dice Warren Buffet, los ricos van ganando por goleada. Pero son muy pocos. La crisis nos ha revelado una sociedad fracturada, lejos de los dos bloques que se habían perfilado en el pasado. Las clases medias que parecían ser la amplia mayoría estabilizadora de las sociedad, han aparecido seriamente mermadas, partidas por la mitad, entre los que han conservado el trabajo y están asfixiados a impuestos, y los que lo han perdido y están al borde del abismo.

La propia clase obrera, fragmentada entre ocupados y parados, entre fijos y precarios, entre los que tiene perspectivas de trabajo y los que las han perdido para siempre, ya no es lo que era. En esta situación, en que unos pocos controlan los principales poderes —y los políticos cada vez asumen menos disimuladamente su condición de “mayordomos de los poderosos”, en expresión de la propia Bescansa— apelar al pueblo —a todo aquello que no es casta— es una tentación lógica: extiende la clientela potencial y permite el juego de la ambigüedad calculada, es decir, de cierta indefinición programática, en la medida en que el proyecto no se apoya en el programa sino en la extensión del malestar.

La propia Bescansa precisa los intereses que son transversales: la superación de la situación económica, la lucha contra la corrupción y la capacidad de la gente de decidir el modelo económico en el que quiere vivir. Casi todos quieren salir de esta situación económica, pero ¿cómo y hacia dónde? Es posible que muchos crean todavía en el espiral crecimiento-consumo, en el que tantos jirones de su piel dejaron en el pasado. Hay que proponer una vía e, inevitablemente, se abrirán esferas de diferenciación, llámeseles derecha/izquierda o como se quiera.

A favor del argumento de Bescansa, está, evidentemente, la desorientación de la izquierda política. La socialdemocracia se ha perdido en la senda del seguidismo de la derecha. Podemos no quiere ser visto como potencial aliado de unos partidos en inercia negativa. Pero Podemos no puede olvidar tres cosas: que las electores de la izquierda, frustrados y desilusionados, constituyen su mayor bolsa de potenciales votantes; que la cuestión de fondo es identificar dónde están los motores de una verdadera transformación social, los hacedores de futuro, y conectar con ellos; y que si quieren trabajar por una nueva hegemonía que permita cambiar el modelo de gobernanza tendrán que buscar pactos y aliados. Si algo está amortizado es la vieja idea del todopoderoso partido de vanguardia.

Parafraseando a Adorno podríamos decir que la democracia actual sólo “permite la libertad de elegir lo de siempre”. Lo confirmó Mariano Rajoy en su conferencia de prensa de balance del año: fuera del PP y del PSOE no hay salvación. Si el sistema es tan fuerte, ¿por qué quiénes tienen posiciones de poder y control social se inquietan ante un proyecto, como Podemos, surgido de un grupo de académicos con limitada experiencia en la política y sin otro apoyo que la gente que les pueda votar?

La crisis ha corrido el velo que escondía la indignidad del gobernante, servil con el poderoso y complaciente con la corrupción. Sólo una cierta intimidación desde abajo puede evitar la deriva hacia el autoritarismo posdemocrático. Y mucha gente ha visto que lo que asusta a los que mandan es Podemos. Es una oportunidad. Pero no tomen el nombre del pueblo en vano, como hacen sus adversarios.<TB><TB>

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