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Atraco a las diez (en el cine Capitol)

La policía desenmascara el plan urdido por el gerente de la sala para robar 10.000 euros

Patricia Ortega Dolz
Fachada de los cines Capitol, en la Gran Vía.
Fachada de los cines Capitol, en la Gran Vía.samuel sánchez

Visto el plan, y vista la película de José María Forqué (Atraco a las tres, 1962), podría decirse que la idea del robo no fue suya. De hecho, el ideólogo fue un amigo de Rubén G. R., antiguo gerente del mítico cine Capitol de la Gran Vía. A sus 32 años, las estaba pasando canutas. “Necesitaba pasta”, o al menos eso dijo finalmente en su confesión, el pasado 27 de noviembre ante los agentes del Grupo II de Robo con Violencia de la comisaría de Centro, que le habían citado por cuarta vez ante las incongruencias de sus declaraciones.

El día elegido para actuar fue el 31 de agosto pasado. Él dejaría abierta la puerta trasera del cine por la noche, después del pase de la última sesión de las 22.00. Sus dos colegas entrarían, subirían a su oficina y le encontrarían contando el dinero de la recaudación del fin de semana, unos 10.000 euros. Luego sustraerían el botín y le atarían con unas bridas de pies y manos, lo dejarían allí a su suerte —aparentemente— y se irían por donde habían venido. Él dejaría que pasase el tiempo para asegurar su huida —“aproximadamente una hora”—, conseguiría liberar una mano y llamaría al teléfono de emergencias (eligió uno internacional). Entonces contaría que había sido víctima de un atraco. Y ya está. A repartir. Era un plan perfecto.

Pero quiso el destino que, en lugar de toparse con unos verdaderos atracadores como ocurre en la película de Forqué, estos ladrones de medio pelo —no estaban fichados— se encontraran con unos policías bregados en las simulaciones de delitos, “sobre todo de robos violentos de teléfonos para cobrar los seguros, pero simular un atraco es aún más complicado”.

Algo les olió mal a los agentes: “Era raro, nadie vio ni oyó nada, y estaban las nueve o diez personas que trabajan en el cine, a las que se tomó declaración; la oficina del gerente se encuentra en un lugar recóndito, un esquinazo del cine al que no es fácil llegar rápido si no lo conoces; primero dijo que era uno (“con acento latino”) y luego que dos los atracadores, pero no sabía describir al segundo; las cámaras de seguridad no registraron nada; todo era como demasiado matemático, demasiado cuadrado…”.

El plan parecía perfecto, pero tanto el ideólogo como los autores materiales (uno ahora en prisión por otro delito) y la supuesta víctima se olvidaron de inventarse un buen relato de los hechos. “Me pusieron un objeto metálico en la tripa y me dijeron: ‘Ya sabes a lo que venimos, dame la recaudación”, fue la versión del gerente en un principio.

Pero el pasado 27 de noviembre Rubén G. R. se volvía a presentar en la comisaría del distrito de Centro y se derrumbaba ante las evidentes contradicciones y carencias de su historia. Nervioso, lo contaba todo. La verdad. Que necesitaba el dinero para una deuda, que sus cómplices —a los que delató— eran “unos conocidos”, que la idea fue de “un colega” y que se había inventado los pormenores del falso atraco sobre la marcha. Los 10.000 euros no han aparecido, pero los cuatro tendrán que responder ahora por un delito contra la Administración de justicia y otro de apropiación indebida.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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