Un hipódromo en la Castellana
Un libro recupera la historia y las imágenes del primer gran coso deportivo de la capital
Acuérdense del boom del baloncesto en los ochenta al grito de “España está ganando a Yugoslavia”. O el del ciclismo, con aquel marciano Indurain reinando en los Campos Elíseos de París. Era una fiebre nacional.
Y ahora, vuelvan a viajar en el tiempo, trasládense a la boda real más popular que España haya tenido, aquella entre Alfonso XII y María de las Mercedes en 1878. Se afianza con ella la Restauración borbónica en una España donde Isabel II, la de los tristes destinos, va siendo olvidada. No hay televisión, no hay radio, y el único espectáculo de masas son los toros.
En ese Madrid elegante, aristocrático, en el que comienzan a surgir una burguesía pudiente y un proletariado “amenazante”, se instaura en los Altos de la Castellana, justo donde hoy están los Nuevos Ministerios, un gran hipódromo para celebrar la boda real. Durante los cincuenta años posteriores, este hermoso y “coquetón” hipódromo iba a ser el centro social neurálgico de Madrid. Era la fiebre por las carreras: moda, sociedad y deporte. El clasismo cortesano y el fervor deportivo se darán la mano durante casi 50 años, hasta el advenimiento de la II República.
Esto es lo que cuenta, narra e ilustra El hipódromo de la Castellana, libro que, a partir del 10 de diciembre, estará en las librerías. Editado por Turner y escrito por el historiador y arquitecto Ignacio González-Varas, Francisco Salas y Carolo López Quesada, el libro contiene fotografías inéditas y recoge la vida tanto política, social y arquitectónica del hipódromo, como su acaecer deportivo.
Aunque no es el primer hipódromo de la capital. Los reyes ya tenían uno, minoritario y elegante, en el Parque del Retiro; y en el Paseo del Huevo, hoy Calle Almagro, justo en la manzana que ocupa la sede del Partido Popular, hubo fugazmente, duró 10 años, un hipódromo más modesto que albergaba cafetería y banda musical. Pero fue el de la Castellana el que caló en el pueblo de Madrid e hizo de las carreras de caballos la gran afición capitalina. Ideado por el conde de Toreno, ministro de Fomento, y encargado al ingeniero Francisco Boguerín, su realización no estuvo exenta de críticas, pero la verdad es que nada más acabar su rápida construcción el hipódromo se convirtió en gusto de todos. Se alargó la línea de tranvía para que llegara a las carreras, la línea Bombilla-Hipódromo, que en los días señalados establecía sus salidas cada cinco minutos. Medio Madrid se trasladaba, ya fuera en tranvía, carruaje o a pie, a los Altos del Hipódromo. El día de su inauguración 60.000 madrileños acudieron. Eso sí, cada uno en su sitio, los espacios estaban estratificados según la clase social. La tribuna central, destinada a la familia real, la aristocracia y la alta burguesía, la presidía el pabellón real, recinto aislado y dotado en su interior de vestíbulos, tocador y comedor.
En segundo término estaban las tribunas laterales, graderías de cinco filas de asientos con un pequeño paseo en el que había puestos que distribuían viandas y refrescos. Estas tribunas eran para los socios. Y por último, situado en torno a los desmontes y pequeños cerros de los Altos del Hipódromo estaba lo que se llamaba el “tendido de los sastres”, pequeñas gradas para las que no había que pagar y que siempre estaban abarrotadas de gentío.
Destacan en el libro las fotos de época mujeres con sombreros, tocas, crespones o vestidos emperifollados y en las que los hombres las siguen uniformados, con chaqué o traje de domingo. Dicen las crónicas de la época que uno podía ver la lucha fructífera entre la elegancia española, clásica y aristocrática, frente al chic inglés. Gómez de la Serna lo llamará el “gran desfile de las rentas”.
El hipódromo tenía 1.400 metros de recorrido, con dos rectas de 450 metros. La prueba más popular era el Gran Premio. En 1907 se instaura el Concurso de saltos de obstáculos internacional de Madrid y en 1911 comienzan las apuestas. Es en esta época que el hipódromo vive su gran auge. Al mismo tiempo que en Madrid reinan el gran torero El Gallo y la bailaora Pastora Imperio, o se estrena con gran éxito Los intereses creados, de Jacinto Benavente, en el Teatro Lara, la capital también cuenta con sus leyendas equinas, como el caballo Vendeen, que conquistó cuatro veces el Gran Premio de Madrid, o el jinete José Álvarez de Bohorques que, con 261 carreras y 69 victorias en liso y 38 en vallas, sigue siendo una de las figuras legendarias de este deporte.
Pero durante esos años el hipódromo también verá cómo va cambiando su entorno. Los carruajes y coches de caballos, los llamados landós, son sustituidos por automóviles; y sus instalaciones comienzan a ser lo que hoy llamamos polivalentes. Así, durante estos años, aparte de las carreras de caballos y desfiles patrios, el hipódromo comienza a albergar gymkhanas de diversión burguesa, partidos de polo y hasta una demostración aérea en 1911 que acabó en tragedia cuando el piloto francés Mauvais estrelló su aparato Farmán sobre la muchedumbre, matando a una mujer.
Se transformaba el hipódromo de la Castellana en el espacio público para espectáculos de masas de la capital. En el año 1903 fue la sede de la primera Copa del Rey de fútbol, que ganó el Athletic Club de Bilbao. La copa fue organizada por Carlos Padrós, que en 1902 fundó el Real Madrid Club de Fútbol y organizó, también en el hipódromo, la Copa Coronación para conmemorar la mayoría de edad de Alfonso XIII.
Pero la vida social española estaba cambiando a marchas forzadas. La guerra de Marruecos en los años veinte y la llegada de la República fueron el acta de defunción de un hipódromo que suponía un tapón urbanístico para que Madrid creciera en su vertiente norte y quizá también un tapón simbólico.
En 1933, el nuevo Gobierno de la República derriba el hipódromo. En esos terrenos comenzará el arquitecto Secundino Zuazo a erigir lo que conocemos como Nuevos Ministerios, obra que no acabaría hasta después de la Guerra Civil. El hipódromo de La Zarzuela no se inauguraría hasta 1941. Pero esa es otra historia. El libro recoge, con tino y amplitud, esa porción de historia madrileña desaparecida y algo olvidada. ¿Quién recuerda que hubo un hipódromo en la Castellana?
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