Una gran ovación para Pollini
La Sinfónica dedica un monográfico a Beethoven con el maestro italiano al piano y su hijo Daniele a la batuta
La Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Daniele Pollini, ha celebrado sus conciertos de abono de viernes y sábado en A Coruña con un monográfico de Beethoven en el que ha acompañado al gran pianista Maurizio Pollini, padre del anterior. En programa, la obertura Coriolano, op. 62; el Concierto para piano nº 5 en mi bemol nayor, “Emperador”, op. 73 y la Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92.
Maurizio Pollini volvió al Palacio de la Ópera de A Coruña 14 años después de su presentación en el coliseo coruñés, en un concierto doblemente memorable: en primer lugar por la presencia del maestro interpretando y dirigiendo obras de Mozart; en segundo y no menos importante, al haberse celebrado el 12 de marzo de 2004, un día después de los atentados en Madrid, lo que hizo que se retrasara su inicio para facilitar a todos la asistencia a la manifestación en repulsa de los crímenes terroristas de aquel fin de semana tan marcado en la más reciente historia de España.
Con la sensibilidad social que siempre ha marcado su trayectoria, tomó entonces Pollini la decisión de alterar el orden del programa, que hizo comenzar con la hondura del Concierto nº 17 en vez de la alegría chispeante de la prevista obertura de Las bodas de Fígaro, que dejó para antes de su versión del Concierto nº 21 de la segunda parte.
Recuerdos y respeto a su largo historial propiciaron que el público del Palacio de la Ópera recibiera al maestro italiano con una de esas ovaciones que se reservan para los grandes. Y Pollini lo ha sido durante larguísimos años, como demostró el viernes con algunos momentos de ese sonido de gran pureza y luminosidad y una digitación que todavía recordaba aquellas épocas.
Así muchas de sus escalas, arpegios y trinos de transición llegaron al auditorio incluso más hondo que el fraseo de temas principales, en el que su proverbial sobriedad rayó a veces en una cierta frialdad. En cualquier caso el Adagio un poco mosso fue en sus manos como un bello poema declamado por un actor de elegantísima dicción.
La larga y cálida ovación del público coruñés no logró ni un bis del maestro. Su desplazamiento a Galicia con dos pianos, afinador propio y una cierta representación de su familia no parecía tener como primordial objetivo el lucimiento del patriarca sino la presentación del hijo. Y cuando se tiene un objetivo de promoción no conviene distraer demasiado al posible cliente con detalles que dispersen su atención.
Daniele Pollini, según consta en su currículo incluido en el programa de mano, “además de pianista también (sic) es director de orquesta y compositor, y su trabajo se extiende incluso a la música electrónica”. Su Beethoven fue literalmente salvado de la vacuidad más absoluta por la profesionalidad de los músicos de la Orquesta Sinfónica de Galicia y su empeño en gozar y hacer gozar la obra que tienen sobre sus atriles. El arco del violín de su concertino, Massimo Spadano; sus miradas camerísticas con la solista de flauta, María José Ortuño, en la introducción del Adagio del concierto y la fuerza de los principales de las cuerdas tirando de sus respectivas secciones hicieron mucho más por la respiración conjunta de la orquesta que la batuta de Daniele Pollini.
El gesto de este, un tanto impreciso y más ampuloso que amplio, fue un agotador ejercico de movimientos circulares y poses grandilocuentes; bastante acompasado, eso sí, a la música que paralela y esforzadamente se hacía desde los atriles de la OSG. Más que notable actuación de las maderas en conjunto y sus solistas: Ortuño, Hill (oboe), Marín (clarinete), los dos Harriswangler (Mary Ellen en la primera parte y Steve en la segunda) en el fagot y las trompas de David Bushnell y Luis Duarte Dias. Ellos y sus compañeros de las secciones de cuerdas iluminaron con su alta calidad sonora la penumbra en que una dirección poco acertada convirtió lo que debería haber sido una noche musicalmente radiante.
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