Cerrado por subida del alquiler
Unos 35.800 locales están a punto de cerrar por el final de la prórroga de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994
La cuenta atrás ha comenzado. Solo quedan 61 días para comprar uno de esos juguetes tan especiales que solo se ven en la tienda de muñecas Así, en Gran Vía, o para admirar su impresionante escaparate, que durante 72 navidades ha hecho volar la imaginación de grandes y pequeños. 61 días para elegir un collar, unos pendientes o cualquier otra alhaja moderna o de los años veinte del siglo pasado que, desde 1905, solo se puede encontrar en Bisutería Otero. Porque en 61 días la esencia centenaria del centro de la capital habrá desaparecido.
El 31 de diciembre acaba la renovación de los contratos previos a 1985
Cerca de 35.800 locales madrileños y 200.000 en toda España están a punto de cerrar —según estimaciones de la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos (UPTA)— a consecuencia del final de la prórroga de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994. Hasta el 31 de diciembre de este año, se mantenía la renovación automática para contratos anteriores a 1985, por lo que muchos negocios conservaban unos alquileres más baratos que los del mercado. Los nuevos precios, que superan en 10 o 15 veces los actuales, hacen que sea imposible la supervivencia de los comercios tradicionales, que agonizan desde hace años por la crisis, la bajada de ventas, la liberalización de horarios, las nuevas formas de comprar o la subida de precios en zonas turísticas por la presión de las grandes franquicias, dispuestas a pagar en un mes lo que les costaría a los pequeños comerciantes un año.
“Estamos perdiendo la personalidad de las ciudades. Pronto dará lo mismo estar en París, Berlín o Madrid. Todas serán iguales. Con centros plagados de grandes marcas de comida y ropa”. El que habla es Gerardo Pérez, uno de los cuatro socios fundadores del Café Central, pero su opinión se podría poner en boca de cualquier otro afectado por el fin de los 20 años de moratoria. “Perder esto es muy triste. Y no solo por mí. Madrid se va a quedar sin todo el turismo que atraen estos negocios”, pronostica Almudena Zarco, nieta de los fundadores de la primera bisutería de Madrid. El número 28 de la calle Mayor se convirtió en su casa cuando era niña, y ahora tendrá que entregar las llaves a un propietario anónimo que no se molestará en conservar el “olor a madera antigua” que desprenden sus 110 años de historia.
A diferencia de la Bisutería Otero, que solo tiene una empleada, su dueña, muchos de los comerciantes tendrán que enfrentarse a otro difícil trago antes de enero: despedir a la gente con la que trabajan desde hace años. “Mis ocho empleados son parte de mi familia”, explica Pepa Eznarriaga, que junto a sus tres hermanos gestiona la tienda de muñecas Así. “La que menos, lleva cinco años. No son contratos basura”. Algo que los comerciantes creen que va a proliferar en los negocios que ocupen sus espacios. “Pondrán tiendas de souvenirs, Mcdonald’s o compro oro donde paguen una miseria. Eso no es crear trabajo”, afirma Zarco.
La mayoría de los comerciantes entienden que los caseros quieran obtener el máximo rendimiento a unos locales por los que estaban recibiendo un precio muy inferior al de mercado, pero consideran que la ley “está mal planteada” y que la Administración “debería haber valorado caso por caso”, opina Eznarriaga, cuyo contrato de alquiler está firmado como empresa a pesar de haber pasado por cuatro generaciones de su familia. Si, por el contrario, estuviera a nombre de una persona física, el problema se pospondría hasta que el titular falleciese o se jubilara.
"Madrid se quedará sin el turismo que atraen estas tiendas", dice una comerciante
Cada día se ven más carteles de liquidación, la única opción de los que se han dado por vencidos. La camisería Hernando, en el número 71 de la Gran Vía, que hace años proveía “a los miembros de la Casa Real, de la República y de la aristocracia”, según cuenta Ángel García, que lleva 72 de sus “ochenta y pico años” trabajando en la tienda, se está quedando sin género que vender. García prefiere no decir el alquiler que paga, pero revela que el dueño pretende conseguir un 800% más. Una cifra que se acercará a los 50.000 que pide el propietario del local de la tienda de muñecas, por el que Eznarriaga paga 10.000 euros. Otros, como la tienda de decoración Rústica, ya han pasado de la liquidación al traslado. Cambian los frescos pintados en los altos techos del número 3 de San Bernardino por el ambiente más moderno de su nuevo local en San Francisco de Sales. “Lo que más me ha costado ha sido ver cómo se llevaban el escritorio donde he trabajado durante los últimos años”, revela Catherine Tual.
Son muchos los recuerdos que atesoran los inquilinos de los moribundos locales. Como cuando apareció Miguel Bosé “en pleno auge” en la tienda de muñecas y una dependienta casi se desmaya; cuando Demi Moore se metió en el escaparate para curiosear y tuvieron que cerrar las puertas para evitar que se colapsara el establecimiento; o cuando la productora de la película Los Otros, de Alejandro Amenábar, compró en la Bisutería Otero los adornos que llevaba Nicole Kidman en el pelo. Recuerdos que permanecerán hasta que las grandes franquicias borren todo el rastro de los comercios tradicionales.
El Café Central recoge 30.000 firmas de apoyo
No es la primera vez que el Café Central está a punto de cerrar, pero nunca antes los cuatro socios fundadores habían visto el final tan cerca. El pianista Tete Montoliu les regaló en 1994, cuando padecieron su verano más negro, estos últimos 20 años de moratoria, una meta que aquel verano, en el que el mundial de fútbol le ganó la batalla al jazz, parecía difícil de alcanzar. Montoliu dio en el local una serie de conciertos gratis. Ahora ni los socios ni los clientes pueden creer que dentro de dos meses se vayan a quedar sin el único local español incluido en la lista de los 10 mejores clubes de jazz europeos que elaboró la revista británica Wireen 1991.
De los cinco universitarios que abrieron el café en 1982, solo quedan cuatro al frente del negocio. Sus inquietudes artísticas les unieron cuando aún acudían a la facultad y decidieron poner un negocio al que ellos irían “como clientes”.
“Era una síntesis entre los clubes de jazz y el Café Comercial, el típico sitio de conspiradores de los años setenta”, cuenta riendo Gerardo Pérez, uno de los socios fundadores. No oculta su miedo al futuro incierto que se le plantea cuando tengan que cerrar la que ha sido su casa durante los últimos 32 años. “No tenemos un plan b y estamos muy mayores para encontrar otro trabajo”. Además de ellos, sus 35 empleados también pasarán a engordar la lista del paro.
De momento no se dan por vencidos, aunque los propietarios se hayan negado a negociar. Los socios piensan en litigar “para retrasar el cierre”, y los asiduos al local se están movilizando a través de la plataforma Change.org, donde ya llevan más de 30.000 firmas recogidas.
Empezaron pagando 80.000 pesetas al mes. Ahora el alquiler asciende a 5.000 euros mensuales. “Nunca hemos tenido lo que la gente entiende como una renta antigua y nunca nos hemos planteado comprar el local porque no teníamos dinero”, señala este licenciado en derecho, al que aún le faltan cuatro años para poder jubilarse. “Algunos creen que estamos forrados, y no sabes cómo me gustaría que tuvieran razón”. Si fuera así en el Café Central seguiría sonando el jazz.
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