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ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Duros pero menos

Extremoduro llegaban al sanctasanctórum del Palau Sant Jordi con las 16.000 entradas vendidas con una semana de antelación

Miguel Colino e Iñaki Anton de Extremoduro durante su concierto en el Palau Sant Jordi.
Miguel Colino e Iñaki Anton de Extremoduro durante su concierto en el Palau Sant Jordi. Xavi Torrent

Tras tres conciertos en Cataluña con las entradas agotadas los Extremoduro llegaban al sanctasanctórum del Palau Sant Jordi y, lógicamente, agotaron también el papel con más de una semana de antelación. 16.000 personas (y hubieran cabido más pero las normas de seguridad lo impiden) se dieron cita en el pabellón olímpico para dejarse seducir una vez más por la banda de Robe Iniesta.

Que iba a ser un fenómeno de multitudes ya quedaba claro con solo acercarse con media hora de adelanto hasta el Sant Jordi. La marea humana lo ocupaba absolutamente todo y la cola para entrar en el recinto daba vueltas sobre sí misma. Una entrada sumamente lenta que provocó un retraso en el inicio de más de media hora ya que a las 21 horas en punto, la anunciada, había más gente fuera que dentro.

Extremoduro

Palau Sant Jordi, 1 de noviembre.

Predominaban las camisetas de color negro entre la concurrencia, pero la total ausencia de cuero ya dejaba claro que la familia heavy no se sumaba a la celebración, la cosa podía ser dura pero de ahí al heavy hay todavía un trecho. Hasta un par de Pikachus (sin duda en un arrebato de apertura de miras empalmando con el cercano Salón del Manga) resaltaban con su amarillo chillón entre logotipos de Ramones o de Son of Anarchy. Como en otros conciertos de Extremoduro las canas de los iniciales seguidores se mezclaban con la juventud exultante de los adolescentes que se han subido al carro en los últimos años atraídos probablemente por las letras de Iniesta que más que canciones son proclamas no antisistema pero sí contra cualquier sistema al uso. Padres e hijos en una misma cruzada socio-musical.

Con media hora de retraso la voz de Fito proclamó por los altavoces que no estaban muertos y preparó a la, en ese momento nerviosa audiencia, para la irrupción de Robe y los suyos en el interior de un enorme contenedor descargado por una grúa desde el techo del escenario. Ritmo contundente y un buen guitarreo de Iñaki Antón dejaron el camino aplanado para que un cada vez más esquelético Robe Iniesta, descalzo esa noche, conectara inmediatamente con su público y, como si de un concierto de fans se tratara, lo pusiera a cantar una canción tras otra. Y el público cantó brazo en alto (en el otro el móvil sacando fotografías) se movió compulsivo creando en la pista del Sant Jordi ese aire a fideuá de las grandes ocasiones.

Riffs de guitarra duros pero menos envolvían la poesía urbana y directa del líder consiguiendo que el ritmo desaforado se entremezclara con momentos claramente emotivos.

Fue un concierto largo, alargado aún más por un entreacto de más de media hora, en que Extremoduro fue repasando algunos de sus temas más populares intercalando alguna novedad. Por ejemplo el inédito Canta la rana para el que Iniesta pidió que se apagaran los móviles por aquello del pirateo y no comenzó hasta que desaparecieron los puntos luminosos de la pista, que ser un duro es un cosa y los derechos de autor otra.

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