The National y los subalternos
Mando Diao y The Kooks propiciaron ratos amenos, pero el magisterio del temperamental Matt Berninger lo eclipsa todo
Bonita idea para el otoño la de pasar ocho horas de música a buen recaudo, como esas 9.000 personas que casi llenaban el Barclaycard Center este viernes. Pero el festival no fue en puridad tal cosa, sino un concierto (asombroso) de The National con una privilegiada retahíla de subalternos a modo de teloneros. The Orwells se encontraron el pabellón medio vacío y parecieron más destemplados que furibundos, pero Mando Diao y The Kooks siguen constituyendo alternativas amenas. Incluso aunque, en ambos casos, sus recientes discos rocen la condición de fiasco. Los primeros, gimnásticos y descamisados, porque son bailables, desprejuiciados, fogosos. Y Luke Pritchard, eterno jovencito, por su facilidad para enhebrar estribillos sexys (y facilones).
Todas esas consideraciones empalidecen ante la imponente presencia de Matt Berninger y sus huestes, hombre atribulado que reinventa sus canciones cada vez que las aborda. Ese caballero de negro que vaga por las tablas cual fiera enjaulada, abraza el micrófono y lo golpea con furia posesa; el barbudo absorto que nos apuñala con versos desolados y letanías sin piedad; ese barítono que a ratos se desgañita constituye una de las experiencias escénicas más embriagadoras que ahora mismo pueden acontecer. Era estimulante advertir el gesto de excitación entre ese sector de la chavalería que quizás conociera mejor el repertorio de The Kooks que el de Trouble will find me. Pero escuchar el martilleo de Squalor Victoria o ese Vanderlyle crybaby geeks sin amplificación le cambia la perspectiva a cualquiera.
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